Se pavonean los socialistas de pro en sus respuestas airosas y réplicas jocosas frente a planteamientos esgrimidos humildemente por algún incauto liberal. Se mofan recurriendo a variopintas argucias acuñadas desde hace décadas (cuando no siglos) que tratan, en todo momento, de desprestigiar los "fantásticos" (por fantasiosos) argumentos del defensor de la libertad individual.
Ellos, los socialistas, se creen racionales; los auténticos científicos o al menos amparados por la Ciencia, con mayúscula. Tachan de ingenuos a los liberales por su dogmatismo recalcitrante en la defensa de ideas y principios a todas luces superados. Eso dicen los defensores de la intervención y el dirigismo, esa es su propaganda y su cornucopia de respuestas pretendidamente infranqueables.
La mano invisible de Smith: vaya bagatela. ¿Cómo puede creerse en semejante entelequia? De sinergia tachan el estudio de los órdenes espontáneos, se ríen hasta caerse de la silla de la teórica superioridad del mercado libre frente a la organización socialista. Ellos son los racionales. Los pobrecitos liberales, meros ilusos aferrados a ideas antiguas.
Cuando uno empieza y el resto le sigue, resulta harto complicado detener la risotada. En sus caras, henchidas mejillas, aire displicente, se percibe la arrogancia perfectamente retratada por F.A. Hayek. Los hechos poco les importan, ellos no miran al pasado, su confianza es total, por no decir ciega, en las posibilidades de la mente humana, esa Razón divinizada, en la ordenación deliberada de las piezas del puzle, proporcionando resultados que, apabullando con su retórica, afirman imposibles en ese ensueño que llamamos Mercado.
Defienden la existencia de un órgano todo poderoso, constituido con acierto, encargado hasta del último respiro. Estiman que los medios bastan, y si no, se inventan. Confían en que con lo que se sabe y, altas dosis de "ciencia", la planificación no es que sea posible, sino que resulta excelente.
Mercado, ese ser, ese espíritu del bosque al que rinden pleitesía los liberales. Vaya atajo de ingenuos. ¿Cómo podría algo que ni se ve ni se toca ajustar y coordinar la sociedad mejor que el gran hombre, el hombre sabio? Es aquí cuando advertimos la inversión de la idea. ¿Acaso no son ellos los ingenuos?
Claro, todo esto leído por un liberal, parece obvio. Se supone que para serlo debe entenderse eso de la función empresarial, el proceso social dinámico, que el conocimiento relevante es de tipo tácito, está disperso entre todos nosotros, no puede articularse sin perder gran parte de su contenido y se interpreta siempre de forma subjetiva. Estas verdades no son científicas, según los socialistas: son autos de fe o algo por el estilo. También saben los liberales de pro que el orden social es espontáneo, nada más alejado de la estructura organizacional; de tipo complejo, donde interactúan millones de agentes e intervienen infinidad de factores. Si juntamos lo uno con lo otro, ¿qué nos queda?
La respuesta es obvia, aunque por desgracia, no todo el mundo la acepta con naturalidad, o siquiera la entiende. El mercado no ajusta ni coordina; no tiene voluntad, no es un ente animado. El mercado es un proceso de interacción de individuos, seres humanos, que actúan, crean y descubren información, se dan cuenta de oportunidades de ganancia, de posibles ajustes. Proceden, y si aciertan, logran su pretensión inicial beneficiando a otros que no conocen ni conocerán; sin quererlo, por el simple hecho de participar en un proceso social dinámico.
Son ingenuos los socialistas, y no los liberales, creyendo que su venerado órgano de planificación, copado por mentes preclaras, muchas, pocas, da igual el tamaño del ejército de funcionarios y servidores públicos, será capaz de percatarse de los desajustes, todos ellos, interpretar las señales necesarias (previamente anuladas por la intervención) y lanzarse con acierto y, buena puntería, a tomar la decisión correcta, a todas luces oportuna.
Lo ingenuo es creer o soñar con algo que es imposible: la omnisciencia de la mente humana. Ellos sí se aferran a lo inverosímil, con la arrogancia del iluminado y la nimiedad del niño. Lo suyo sí es fe en lo que no pueden ver, en lo que, a pesar de la experiencia, se niegan a comprender. ¡Vaya con los socialistas!
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