«¿Quién que crea que hay hijos de dioses no va a creer en la existencia de los dioses? Sería algo tan absurdo como creer que existen los mulos, pero no los caballos y los asnos». Sócrates, según Platón, el día de su juicio.
Un ejemplo socrático como defensa de la innovación
Escuché aterrado en una ocasión, hace alrededor de un año, al vicepresidente del Gobierno, como a él le gusta autodenominarse, que debían existir instituciones como Unidas Podemos para “protegernos de la globalización”. La frase me resulta aterradora, no necesité digerirla demasiado, aunque conceptos como globalización estén plagados de matices.
Avanzamos al día de hoy cuando recientemente se publica Fratelli tutti, tercera encíclica del papa Francisco, en busca del bien común. Se pueden leer inventos del calibre de “el avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero procura licuar las identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes”.
El resumen sería el siguiente: nos hemos inventado un sistema que alivia la situación de pobreza extrema, y que la hace pasar de un, aproximadamente, 90% en 1900 a un 5% en 2019 precovid. Sin embargo, necesitamos instituciones y gurús que con sus grandes capacidades de planificación (aunque carezcan de experiencia planificadora o de organización de cualquier equipo), nos protejan contra eso.
Decir que estoy en las antípodas de estos razonamientos es una obviedad. Nuestra función como empresarios es fomentar el cambio, mejorar las cosas y la vida de la gente a través de nuestros productos o servicios. Cuantos menos Oráculos de Delfos planifiquen nuestra innovación, más oportunidad tiene el consumidor de obtener mejores productos o servicios.
Oí al gran Antonio Escohotado decir que el empresario se dedica fundamentalmente a dos cosas: intentar fabricar más barato e intentar ofrecer un mejor producto o servicio para vender más. No tengo más que añadir ante esta explicación perfecta.
Observemos la premisa que suele usarse como ariete para ponernos a temblar y enfrentarnos a la innovación: “los robots nos quitarán los puestos de trabajo”. Por cierto, se puede cambiar la palabra robot por caballo, tren, avión, ordenador, buey u hombre libre. De este modo recorremos la historia de una de las falacias más usadas por los Enemigos del comercio, la gran obra del maestro Escohotado. “Los robots nos quitarán los puestos de trabajo” es prácticamente un sinónimo del citado “el avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos”, o, del punto 21 de la encíclica, cuando indica “aumentó la riqueza, pero con inequidad”.
Los datos refutan al papa: los países menos desarrollados han crecido más que el resto del mundo, más que EEUU y más que Europa, desde 1990, y la desigualdad, según el índice Gini, se ha reducido en estos últimos 200 años.
Esta manipulación de los robots “robando” empleo no es más que un homenaje a Sócrates cuando le indica a Meleto el día de su juicio que pensar que él era ateo era tan absurdo como «creer que existen los mulos, pero no los caballos y los asnos».
Si los robots (y sucedáneos de robots en el espacio o en el tiempo) nos quitaran los puestos de trabajos, los países más robotizados tendrían tasas relativamente altas de desempleo o estarían, al menos, aumentando en los últimos años. ¿Correcto? Si esto no fuera así, pedir la protección (o necesitarla), es como creer que hay mulos pero no caballos, ni asnos.
Según el World Economic Forum, en 2016, los cinco países más robotizados eran: Corea del Sur, Singapur, Japón, Alemania y Suecia. Haciendo una media ponderada de las tasas de desempleo que tendrían estos países, el resultado que encontramos es 3,40%, comparada con el 5,49% de la tasa de desempleo del mundo en 2017. Además, todos ellos manejan una tendencia bajista en los últimos 10 años (desde la crisis de 2017).
Si los países más robotizados son algunos de los países con menores tasas de desempleo, ¿por qué debemos negar una sociedad abierta al futuro y a la innovación?
Y añado, si el capitalismo o la globalización no ayudan a los pobres, Meleto tendría razón y los capitalistas no estaríamos pensando en los más desfavorecidos. Creeríamos, otra vez, en los mulos pero no en los caballos.
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