Llegados a este punto del año en que se va septiembre y llegan octubre y el otoño de la mano, también salen a escena los Presupuestos Generales del Estado (PGE), con sus borrones, previsiones y promesas de vida eterna. Pero lo que se presenta como una certeza no es sino un tal vez, sometido fastidiosamente a un si condicional.
Las previsiones, otra vez las previsiones
La importancia de los PGE no descasa en un solo aspecto. Obviamente es el plan del gobierno de la nación respecto a nuestro dinero, nos cuentan en qué van a gastar los euros que, durante unos siete meses, hemos obtenido con el sudor de nuestra frente y cada vez más esfuerzo.
Pero, además, las previsiones en las que se basan las cuentas del Gobierno constituyen el referente para elaborar las políticas económicas y sociales del próximo año. A partir del dato de crecimiento económico previsto se calcula el ingreso del Estado y, de ahí, se destinan futuros ingresos a partidas de gasto.
Pero ¿hasta qué punto las previsiones son seguras? Es verdad que, otros años, la diferencia entre lo previsto y lo real rozaba la definición de ciencia ficción. En el año 2009 Rubalcaba anunció un déficit del 2% y la cosa acabó en un 11%. Al año siguiente tampoco acertó. Y en el 2011, según el PP, el gobierno socialista ocultó 30.000 euros de déficit. Nadie denunció semejante atropello ante los tribunales pero se utilizó para justificar la gran mentira de Rajoy: la subida de impuestos.
Rajoy, por su parte, ha hecho verdaderos juegos malabares (descontar lo que se le ha inyectado a la banca, pedir un plazo mayor para cumplir con Europa…) para que cuadren las cuentas, al menos sobre el papel.
Porque ese es el verdadero drama. El juego consiste en hacer que cuadre sobre el papel y después ya veremos cómo hacemos. Si un arquitecto hace eso no hay casa que se sostenga sobre sus pilares en este país. Pero todo tiene su lógica, y la de las previsiones que se estiran y se encogen es clara: han de permitir un gasto políticamente correcto. Tan políticamente correcto como para que los españoles traguen algún sapo, como la congelación de salarios de funcionarios o el tema de pensiones.
La importancia del apellido presupuestario
Mientras el Gobierno presenta su encaje de bolillos ante el Congreso, la prensa destaca las primeras impresiones respecto a los presupuestos siguiendo los pasos del propio gobierno, quien ya ha llamado a los del 2014 "los presupuestos de la recuperación". Se trata de un guiño al optimismo tras los "presupuestos de la austeridad" de presente 2013. Cualquier observador que conozca el significado de las palabras sabe que un aumento del 9% del gasto público no es austeridad, lo que lleva a plantearse si también el significado de "recuperación" está adulterado.
Una hojeada a los periódicos permite distinguir entre quienes viven en permanente genuflexión de los que lo hacen con un hacha en la mano. La realidad es que si damos por buenas las previsiones, si se recauda lo previsto, si no hay sorpresas europeas, si no sucede un imprevisto, si… y si… tal vez se cumpla lo que el Gobierno ya celebra con champán. Pero ¡qué incómodo resulta siempre el sí condicional! ¡Qué inquietante es la duda cuando son miles de millones de euros de los españoles lo que está en juego! Obviamente el Gobierno juega la carta de la profecía autocumplida: se transmite una sensación de optimismo y se espera que la gente, protagonistas de la acción económica, opere con optimismo y eso dé buenos resultados. Débil estrategia.
El mismo día que Montoro sonríe bajo una leve llovizna y entrega los trastos a Jesús Posada, la abeja reina del FMI, Christine Lagarde, en nombre de la delegación de la "troika", avisa de la situación de riesgo que aún padecemos y pide mucho ojo al Gobierno porque no está el ancla perfectamente enganchada en el fondo. Nuestra economía sigue siendo frágil. Queda fatal decirlo. De nuevo estos aguafiestas vienen a contarnos que el gasto aumenta y que la deuda está alta.
Pero lo cierto es que estos aguafiestas nos abrieron una línea de crédito para rescatar la banca, Draghi pronunció las palabras mágicas ("… lo que sea necesario…") para que nuestra prima de riesgo recuperara valores confiables, y solamente apuntan lo que varios analistas españoles llevan mucho tiempo señalando: nuestra deuda ha trepado hasta casi el 100% del PIB. Y con nuestra estructura económica y el nivel de paro que tenemos es insostenible.
De aquí a diciembre nos toca un mes de análisis presupuestario, debates económicos y, como siempre, peticiones del oyente reclamando más gasto en lo suyo. Más gasto. Recordando a los geniales Chunguitos, es como decir: "Dame veneno que quiero morir".
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