"Hoy ya es ayer" es solo uno de los numerosos títulos del escritor y ensayista Francisco Ayala, liberal español de todo un siglo. Bajo un único título se esconden, en realidad, tres libros, el primero de los cuales se llama "Libertad y liberalismo", que le sirve al autor para situarse en el abigarrado mundo liberal con sus ideas sobre la libertad y la sociedad. Para un lector de los autores principales de la Escuela Austríaca, la visión de Ayala de lo que es la libertad y cómo se desenvuelve ese principio ético y práctico en la sociedad no puede ser más paradójica. Con sus inconsecuencias, uno está tentado de considerarle un héroe, por haber sabido evitar las consecuencias últimas de su pensamiento, para salvar por puro amor de una segura quema, la libertad. El liberal adorador del Estado, he estado tentado de llamar este artículo.
Es para Ayala la elección, y por ello la libertad pertenece a la naturaleza humana. Esa absurda frase de que estamos condenados a ser libres, que le hace a uno recordar a Francisco D’Aconia: "si observas una paradoja, revisa tus premisas". La de Ayala es que la libertad "consiste en elegir, para cada momento, su conducta entre un repertorio más o menos amplio de posibilidades". Pero es un atributo del hombre y éste es un animal social. Y "no hay posible sociedad sin un orden –sea cual fuere–, exterior al individuo y que desde fuera lo obliga, determinando su conducta mediante la alternativa de la coacción". Él identifica el orden social con las normas y (aquí se encuentra el error) las normas con los mandatos coactivos. El sociólogo no se ha apercibido de la posibilidad de que las normas puedan tener un contenido consensuado, o no distingue entre ellas y los mandatos. O la posibilidad de que dichas normas lo que impidan sea, precisamente, ataques contra la vida y la propiedad, que son la misma base de la libertad. El hombre es libre y sometido por naturaleza, porque vive en sociedad y ésta se basa en el orden, y por tanto en la coacción. Es más, "la mayor complejidad de la estructura social impone la introducción de normaciones cada vez más estrictas". No es de extrañar que, en un por lo de más iluminador repaso a la historia de la libertad, diga nada menos que "en la lucha del Emperador Carlos V con las comunidades castellanas, o en la del Rey Felipe II contra las libertades aragonesas, los monarcas representaban el progreso", que requería la eliminación de las libertades o privilegios, pues "para cumplir una voluntad histórica incorporada en el Estado debían plegarse todas las voluntades personales a las de un autócrata".
Pero no es ya que "las normaciones sociales tienden a eliminar la libertad del individuo sustituyéndose coactivamente a los contenidos de su voluntad práctica", sino que "la libertad tiende por su parte a anular el orden, proclamando la validez del arbitrio individual". Es más, "su aplicación integral implicaría la desaparición de todo orden social y, como es sabido, sin sociedad no puede haber una auténtica vida humana". Se pondría fin "a la Historia y a la Humanidad". Adiós a Adam Smith y su mano invisible. Adiós a la armonía de intereses de una sociedad libre. Bienvenido, Hobbes. Pero no debemos desesperarnos. Pues las normas, en tanto que producto de la cultura, son fruto de la elección del hombre; y ya sabemos que esa elección es, precisamente, la libertad. La conclusión no puede ser otra: "el propio sistema coactivo, fundamento del orden social, constituye, tomado en su conjunto, una expresión de la libertad humana, en cuanto es un producto de la cultura, creado por el hombre, y realizado en el interior de su conciencia". La coacción, fundamento de la sociedad. La libertad, destructora de la misma y por tanto del mismo ser humano. Pero la coacción es, en realidad, la libertad, y por la primera se salva la última.
No puedo dejar de preguntarme si no serán este tipo de absurdos, paradojas y errores lo que ha impedido al liberalismo español encontrar más adeptos. La historia del liberalismo en España desde finales del XVIII está por escribir. Pero sería interesante saber cómo es posible el salto desde las claras disquisiciones de la Escuela de Salamanca, con todo lo que arrastrasen de escolasticismo en el buen y mal sentido, y personajes como Francisco Ayala, que hasta donde me alcanza, ha podido defender la libertad con estas palabras sin que nadie le hiciera ver en su momento el punto de su error.
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