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La libertad. La voluntad.

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Experimentar como libres nuestros actos y voluntades es parte sustancial de nuestra autopercepción. Nos consideramos generadores de nuestas acciones; tenemos la sensación de encontrarnos siempre ante un futuro abierto; nos consideramos seres responsables de los actos que realizamos porque somos libres. Son conceptos tan ligados a nuestra individualidad (a la percepción que tenemos de nosotros mismos) que pensar que podrían ser falsos, constatar que apenas estaríamos ante una ilusión filosófica nos consterna profundamente.

Las cuestiones son: ¿qué es la libertad?, ¿cómo la definimos?, ¿dónde se sitúa?, ¿soy libre en la misma medida que existo?, ¿es mi condición de libre parte indisoluble del aglomerado de procesos químicos y psíquicos que conforman mi ser? ¿O se trata realmente de una categoría de pensamiento, una mera herramienta para explicar la diversidad de reacciones ante el medio de que hacemos gala los humanos?

Gerhard Roth y Wolf Singer (entre otros) son los responsables de que, en los últimos años, desde amplios sectores del mundo científico, se extienda la idea de la no existencia del libre albedrío. Roth se basa en el experimento de Libet. Éste llevó a cabo en 1983 un trabajo experimental en busca de la demostración empírica del momento exacto en el que se produce una decisión libre. Era sencillo: en un período de tres segundos los participantes deberían hacer un pequeño movimiento (mover un dedo o una mano) e intentar tomar consciencia del momento en que se decidían a realizar el gesto. Al mismo tiempo se medía la actividad neuronal de los participantes. El resultado fue sorprendente: la toma de decisión era siempre posterior al comienzo del llamado "readiness potential" (proceso neuronal previo a la ejecución de un movimiento). La conclusión, más sorprendente aún: "el acto voluntario tiene lugar después de que el cerebro haya decidido qué movimiento va a realizar".

La consecuencia última de esta manera de entender la "voluntad humana" es que cualquier forma de influencia en nuestro comportamiento (agentes sociales, los otros, el poder, lo que nos agrada y desagrada, la propia historia, lo aprendido…) se convierte en factor que genera una determinada predisposición para todos nuestros actos, eliminando así toda posibilidad de acto libre. La discusión sobre la esencia de la libertad con otros en un momento pasado inició determinados procesos cognitivos en mi cerebro que me llevaron, finalmente, a escribir este artículo. No decidí yo hacerlo, mi cerebro ya lo había decidido antes.

Evidentemente, muchas de nuestras acciones tienen lugar como respuesta a las acciones de otros, o a cambios en nuestro medio, sean estos cualesfuere. Pero ¿es realmente nuestro tejido neuronal, por medio de los procesos de aprendizaje, quien toma mis decisiones? Cuando me digo libre, ¿apenas me estoy refiriendo a que tomo consciencia de algo que iba a ocurrir de cualquier manera? ¿Necesita un acto libre siempre un motivo? ¿Sólo son libres los actos espontáneos, sin motivo?

"No es la ausencia de motivo, sino su carácter, lo que define un acto libre", dice Ernst Cassirer en Myth of the State (1946).

Si la existencia de cadenas de aprendizaje o de cadenas "causa-acción-reacción-efecto" supone la negación de la existencia de la libertad, sólo un acto nacido desde ningún contexto podría ser libre. Ocurre que los actos espontáneos también son realizados por personas con una biografía y cuya personalidad y carácter y repertorio de costumbres se han ido formando a través de cadenas de aprendizaje. El acto espontáneo surge también, pues, desde un contexto determinado. De no ser así, no sería el acto de una persona, sería un fenómeno natural: algo que le ocurre a la persona, pero que no es realizado por ella. La libertad, bajo estas premisas, no existiría. O bien es un acto predeterminado del que se toma consciencia, o bien no es un acto humano. ¿Cómo salir del dilema?

Liberándonos de la confusión entre proceso y representación. Efectivamente, notamos -de alguna manera percibimos- que estamos pensando, pero nos es imposible aprehender en su totalidad el proceso inmanente del desarrollo de una idea, un pensamiento. No somos conscientes del hecho de pensar o percibir, somos conscientes de lo pensado, de lo percibido. La sucesión de actos voluntarios que conforman una realidad distinta de la pensada o percibida es el acto libre. También lo es si nos decidimos por lo pensado o lo percibido. No se circunscribe la libertad, pues, a un solo acontecimiento, un solo gesto, una sola acción. Se trata del encadenamiento de acciones y reacciones que decidimos terminen siendo reales, independientemente de nuestra biografía, nuestra función neuronal o las circunstancias socioambientales. No es el proceso de pensar lo que nos lleva al acto, es la decisión que tomamos sobre lo pensado.

Degradar la libertad a la categoría de herramienta ideológica, de entelequia que nos ayuda a posicionarnos socialmente frente al poder, la injusticia o cualquier otro concepto elude su característica más elemental: el acto libre es también posible en ausencia de contexto, por cuanto que sustancia la voluntad espontánea de quien lo realiza. Y ello no necesariamente desde una valoración positiva (en sentido de afirmación) de lo pensado o percibido. La libertad sustancia la capacidad de ejercer control sobre la voluntad.

De niños aprendemos palabras como libertad o responsabilidad y las usamos como si tal cosa hasta que un día tropezamos con alguien que nos pregunta de qué estamos hablando. Es el momento en el que debemos situar en el mapa de la lógica los conceptos aprendidos y con los que tan alegremente jugábamos. Sólo entonces nos damos cuenta de que no necesitamos una nueva idea del hombre, o de su libertad. El libre albedrío sobre el que tantos filósofos han escrito y escribirán ríos de tinta no es una sucesión de palabras. La libertad no es un mote del egoísmo, ni una entelequia formulada con letras. Nuestros actos son más libres cuanto mejor expresen lo que somos, en nuestra totalidad. Y visto así, he de reconocer que serían escasos. Somos más libres cuanto mejor podamos desarrollar nuestra existencia dando carta de realidad a nuestras potencialidades. La libertad es el ámbito de la persona en el que se puede hacer posible que el yo sea yo y no el tú.

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