Decía hace unos días Fernando Díaz Villanueva, que España, tal y como la conocemos, llegaba su fin. No puedo estar más de acuerdo, y suscribo de inicio a fin su artículo.
Es curioso cómo las personas con las que compartes ideas, y sobre todo lecturas, llegan a tener las mismas percepciones que tú cuando analizan la realidad.
Y no llega a su fin porque el gobierno haya subido los impuestos a niveles incompatibles con la prosperidad, o porque la extrema izquierda esté ganando apoyos cada día que pasa, o porque la deuda siga aumentando sin que se vislumbre un recorte real de gasto. No, llega a su fin porque las personas que hasta hoy hacían llevadero todo esto se están largando del país.
Así de simple, y así de crudo. La única esperanza para que una sociedad salga adelante es esa gente que innova, que trabaja sin mirar el horario ni las horas definidas en el convenio, que desafía las costumbres cuando no aportan nada y que insiste una y otra vez en una idea pese a estrellarse docenas de veces ante los prejuicios mayoritarios. Esa gente que Ayn Rand consideraba como los Atlas que sostenían el mundo y que está cruzando la frontera para sostener a otros países donde se les trate con más respeto.
Cada vez es más habitual enterarse de que un ex compañero o jefe por el que tienes gran respeto profesional ha desaparecido. No porque John Galt le haya soltado un discurso, sino porque ellos solos se han dado cuenta de que en esta sociedad no hay un futuro para ellos y se van a buscarlo a lugares más propicios.
Por supuesto la manada que exhibe sus cartelitos con las tijeras dentro de una señal de prohibido es ajena a todo esto. Como seres irracionales, son incapaces de comprender que quienes pagaban los impuestos que les mantenían, quienes creaban los negocios que les daban trabajo o desarrollaban las técnicas que les permitían ser productivos ya no van a seguir haciéndolo. Les han echado, y ni siquiera son conscientes de ello.
Es más, al tener una de las ideologías mejor preparadas para falsear la realidad, achacarán esa migración al poco dinero público que el Estado reparte entre los universitarios o los trabajadores. Se inventarán, como he oído ya alguna vez, que en los países de destino se da espuertas de dinero público a los recién llegados. Con pisos y guarderías subsidiados, simplemente por ser soltero o menor de 35 años.
Por supuesto, ellos, tan comprometidos, no irán aún a disfrutar de esos manjares estatales. Prefieren quedarse a acabar las sobras del hiperestado español. Es mejor esperar a que haya una masa crítica fuera, de la que poder volver a vivir, ya sea allí o esperando que sus ricas divisas lleguen al cortijo.
Por suerte, en un mundo cada vez más globalizado, escapar de los parásitos es cada día más sencillo. Antes tenías que aprender un idioma y una cultura distinta. Ahora coges un avión por 500€ y empiezas a hablar en tu segundo idioma (inglés) como algo normal en cualquier parte del mundo.
Así que, por ser optimista dentro del pesimismo, es posible que dentro de poco los países se tengan que pelear por los atlas de este mundo.
La rebelión del Atlas detenía el planeta, ojala su migración lo mejore.
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!