La solución a cualquier crisis económica es imprimir dinero y enchufarlo a presión en la economía. Esta barbaridad es la varita mágica de quienes mandan hoy en día. Desde que se pinchó la gran burbuja en 2008, los principales bancos centrales del mundo están llevando a cabo un auténtico tsunami monetario. La Reserva Federal de Estados Unidos, por ejemplo, ha inundado la economía multiplicando por cuatro la base monetaria en cinco años, al tiempo que mantiene los tipos de interés prácticamente al 0%. Idéntica estrategia se ha seguido en Europa y Reino Unido. En Japón se lleva aplicando desde 1996, habiendo logrado sumir una economía productiva en una depresión enquistada y eterna.
Quienes defienden que ésta es la manera de generar riqueza están consiguiendo congelar la actividad económica, bloquear la necesaria reestructuración productiva y perpetuar el desempleo. Por supuesto, dicen que el problema es que hay que imprimir más. Jamás se imprime suficiente. Paul Krugman escribía en The New York Times que necesitamos una mayor inflación. Su argumento es que hay que imprimir más puesto que la inflación en los bienes de consumo, tal y como la mide el gobierno, está bajo control. Como todo buen keynesiano, su obsesión por los productos de consumo hace que se olvide de que el consumo es sólo la punta del iceberg de toda la estructura productiva. Y normalmente los grandes desequilibrios no se desarrollan en la superficie, sino que se gestan de forma silenciosa en las profundidades. Las burbujas son muy fáciles de identificar, siempre y cuando hayan estallado ya. Mientras se originan sólo hablan de ellas personas incómodas.
En Estados Unidos desde hace algún tiempo se habla de que la próxima gran burbuja puede estar ya aquí. Bill Gross es uno de los que alertaban de que la Fed está inflando una gran burbuja en el mercado de bonos. Bill Gross no es un tipo cualquiera que pasaba por ahí, sino el cofundador y director general de PIMCO, el mayor fondo de inversión en renta fija del mundo. El caso es que a día de hoy la economía de Estados Unidos sigue deprimida, con escaso crecimiento real y un alto desempleo para los estándares americanos. Pero pese a eso, el primer trimestre de 2013 se ha batido el récord global de emisión de bonos basura (high-yield bonds). Al mismo tiempo, esta semana el precio de los bonos basura ha alcanzado máximos históricos, es decir, la rentabilidad exigida cotiza en mínimos. Esto quiere decir que empresas de una muy mala calidad crediticia están emitiendo bonos como locos a unos tipos de interés de risa. Esto debería sonarnos de algo.
Cuando los inversores se lanzan a comprar activos de baja calidad, normalmente quiere decir que los mercados de mejor calidad ya están saturados. No sólo el mercado de bonos basura está en máximos. El gobierno americano está colocando deuda pública a los menores tipos de interés de su historia reciente. El Tesoro se financia a 10 años al 1.8% al tiempo que el tamaño de su deuda alcanza cotas de locura, habiendo superado recientemente el 100% del PIB. Una situación similar viven otros mercados, como el de deuda hipotecaria o bonos corporativos. La bolsa americana, de igual manera, está en máximos históricos, ampliamente por encima del pico de la burbuja de 2007.
Daniel Lacalle publicaba esta semana en El Confidencial un muy buen artículo titulado La Gran Burbuja en el que explica cómo los tipos bajos crean una carrera ciega a "buscar rentabilidad", generando una "fiebre del bono" que se extiende por todo el mundo: "La rentabilidad del bono griego a diez años ha caído a niveles pre-crisis, Portugal vuelve a lanzar deuda, Ruanda emite a 6,8%, los bonos basura cotizan a tipos históricamente bajos, empresas en riesgo de quiebra colocan deuda a 3%, la banca española acumula el 50% de los bonos portugueses, etc". La conclusión de Daniel Lacalle es clara: "La cuestión no es ‘cómo termina’, que ya lo hemos visto en 2001 y 2007, sino ‘cuándo’. Es como los dibujos animados del Correcaminos. El Coyote sube por el precipicio hasta que sobrepasa el borde, sigue corriendo y se encuentra que debajo de sus pies no hay nada".
Fijar los tipos de interés artificialmente bajos es una manipulación monetaria de los bancos centrales que engaña a los agentes económicos e induce errores sistemáticos de inversión. Endeudarse se vuelve mucho más barato de lo que el ahorro real permite. Esto hace que, temporalmente, a los agentes les resulte aparentemente rentable meterse en proyectos con una rentabilidad real muy baja o posponer la reestructuración de las malas inversiones acometidas antes de la crisis. Cuando los tipos reales están a cero y, como sucede en Estados Unidos, aún hay empresas e inversores con cierta capacidad de apalancarse, hasta proyectos ruinosos parecen rentables. Además, los intermediarios financieros pueden financiarse sin límite y casi gratis a corto plazo para invertir a largo en activos basura que mientras dura la fiesta parecen sanos. Pero cuando se para la música y los tipos de interés vuelven a subir, queda patente que esas eran inversiones erróneas, que habíamos estado destruyendo riqueza en lugar de crearla y empieza una nueva crisis. Como decía Brad Hintz, analista de AllianceBernstein, "cuando los tipos de interés suban vamos a ver a un montón de gordos tratando de salir por una puerta realmente pequeña". Con tipos bajos y un torrente artificial de liquidez que busca una salida se está cebando la bomba financiera que estallará el día de mañana. Y después se volverá a culpar de todo al libre mercado.
Hay otro motivo para la inquietud: Paul Krugman no ha dudado en negar que haya una burbuja en el mercado de bonos, en otro de esos artículos que tendremos que guardar para volver a leerlo en unos años. Lo curioso es su razonamiento. "¿Por qué se habla tanto de una burbuja de bonos? En parte refleja la observación correcta de que los tipos de interés están muy bajos según las referencias históricas. Lo que deben tener presente, sin embargo, es que la economía también está en una situación especialmente mala desde una perspectiva histórica (peor que nunca en tres generaciones). No pueden aplicarse las reglas habituales sobre lo que constituye un nivel razonable para los tipos de interés". Pero si la economía está tan mal y la calidad crediticia de los agentes está bajo mínimos, ¿cómo es posible que hasta los bonos basura coticen como si no tuvieran riesgo si no es una burbuja en toda regla? Es él mismo quien admite que la creciente demanda de bonos no se debe a los fundamentales sino a la política de la Fed.
¿Quiere esto decir que estamos a punto de vivir otra debacle como la de 2008? No necesariamente. En la práctica las burbujas suelen durar más de lo que se espera. Muchos inversores han perdido su trabajo por salirse demasiado pronto tras haberlas detectado correctamente. Es muy difícil predecir cuándo se pinchan y qué se llevarán por delante. Si la política expansiva de los bancos centrales se lleva hasta el extremo, como en la década pasada, el desastre está asegurado. Pero, al menos en Estados Unidos, parece que la Fed se está dando cuenta de lo que está creando y, como publicaba The Wall Street Journal esta semana, podría estar empezando a dar marcha atrás. Después de todo, puede que los molestos agoreros que advierten de las burbujas no lo hagan, como concluía Krugman, "por antipatía hacia los catedráticos de Princeton barbudos", en referencia a Bernanke y a él mismo. Tal vez no busquen más que la corrección de las peligrosas distorsiones que generan los bancos centrales en la economía. Ya se sabe que, si las cosas se ponen feas, la factura de la fiesta la terminará pagando usted.
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