Epílogo a cargo de Juan Ramón Rallo del volumen recientemente publicado (julio de 2013) con las actas de los trabajos de investigación presentados en el I Congreso de Economía y Libertad, del 22 al 24 de noviembre de 2012, en cuya celebración el Instituto Juan de Mariana coparticipó, y que fue organizado por la Universidad Católica de Ávila.
Las depresiones económicas constituyen un terreno abonado para que el Estado crezca. En momentos de incertidumbre y de descoordinación económica, los viejos sofismas del Estado como baluarte de la seguridad y como planificador eficiente vuelven a la palestra. El público se siente desconcertado por hallarse sometido a fuerzas impersonales que quedan fuera de su alcance y que parecen arrastrarlo a un desastre del que sólo el sector público, con sus redistribuciones de renta, gastos arbitrarios o regulaciones garantistas, es capaz de salvarlo. Con naturalidad aceptamos ceder algo de libertad –sobre todo, de libertad ajena– con tal de asegurarnos un confort económico que no se distancie mucho del prevaleciente en los tiempos de prosperidad.
Pero, tal como señaló Benjamin Franklin al advertir que quienes renuncien a un poco de libertad para ganar algo de seguridad se terminarán quedando sin lo primero y sin lo segundo, las crisis suponen el peor contexto para restringir las libertades individuales. Desde luego, nunca es un buen momento para recortar libertades, ni cuando somos ricos ni cuando somos pobres; pero, adoptando una perspectiva estrechamente utilitarista, si la libertad trae la prosperidad, parece claro que lo más inteligente en medio de la decadencia económica generalizada no puede ser restringir las libertades para caer todavía con más fuerza en el pozo de la crisis. A cambio de una seguridad transitoria sólo lograremos un mayor cataclismo futuro del que ni una fagocitada economía privada ni un fagocitador sector público ya saturado podrán rescatarnos.
De hecho, las crisis deberían constituir una oportunidad para ampliar los ámbitos de libertad individual en busca de una rápida reorganización. Al cabo, una crisis no es más que un período donde las estructuras productivas y financieras de los agentes económicos se hallan deshechas como consecuencia del artificial boom económico que las precedió y donde, por consiguiente, la autonomía y la flexibilidad de los agentes económicos para reinventar y reconstruir esas estructuras resulta fundamental.
Por un lado, los factores productivos deberían poder desplazarse por la economía sin cortapisas regulatorias, abandonando los modelos de producción caducos y participando en los nuevos. Por otro, los impuestos deberían ser los más bajos posibles para que los agentes cuenten con el capital suficiente para, primero, amortizar sus deudas y, segundo, acometer nuevas inversiones. A su vez, y precisamente por los motivos anteriores, el gasto público debería mantenerse en mínimos: tanto porque su mera existencia determina una asignación inadecuada de recursos cuanto porque, si se combina un elevado gasto público con unos impuestos bajos, supone la emisión de un importante volumen de deuda pública que contrarresta los sanos efectos del desapalancamiento privado.
Por todo ello, cualquier iniciativa dirigida a frenar el exorbitante crecimiento del sector público, particularmente en momentos de depresión económica, ha de ser bien recibida. Éste ha sido el caso del "I Congreso de Economía y Libertad: La Gran Recesión y sus salidas" organizado por la Universidad Católica de Ávila con la colaboración del Instituto Juan de Mariana. A lo largo de tres días, decenas de ponentes fueron desfilando por los distintos paneles y sesiones paralelas del Congreso para abordar la problemática actual desde un rico enfoque multidisciplinar.
Las conclusiones del Congreso, recogidas en el ya conocido como ‘Manifiesto de Ávila de los Economistas españoles’, no pueden ser más coincidentes a la hora de exigir un ensanchamiento del sector privado y un estrechamiento del público como vía más rápida y justa para superar una problemática que, ya desde sus comienzos, ha sido causada por el asfixiante intervencionismo de las burocracias estatales. Si durante su planteamiento el Congreso pretendía encontrar una sintética salida a la Gran Recesión, una vez concluido y ya observándolo con cierta perspectiva, podemos señalar que la salida a la crisis pasa indudablemente por la libertad.
Constituye una auténtica satisfacción para un thinktank liberal como el Instituto Juan de Mariana el haber participado en la organización de un foro de pensamiento que ha enriquecido nuestro bagaje argumental a la hora de combatir al desbocado Leviatán estatal. No me cabe más que felicitar a la Universidad Católica de Ávila por tan feliz iniciativa, con la esperanza no sólo de que pronto podamos asistir a la segunda y sucesivas ediciones de este Congreso, sino, sobre todo, de que las ideas allí debatidas contribuyan a oxigenar nuestro viciado panorama político y económico.
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