La noticia de la semana, la comidilla de todas las conversaciones, el tema obligado es el fracaso olímpico de Madrid en Buenos Aires el pasado sábado. Lágrimas, enfado, sorpresa, y en los casos más radicales, indignación se plasmaban en las caras de los delegados españoles vestidos de rojo carmesí. Todo tipo de valoraciones personales calibraban, en especial en Twitter, si el peinado “eléctrico” de la alcaldesa era adecuado, si su pronunciación inglesa era simpática o estridente, si el príncipe estuvo el que mejor, si teníamos que haber hecho o dicho esto o aquello. Pocos se plantearon si el verdadero fallo está en nuestras cabezas.
El modelo olímpico: tirar la casa por la ventana
Cuando Shinzo Abe, Primer Ministro de Japón, subió al atril para dirigirse a los encargados de conceder la sede olímpica a una de las tres ciudades propuestas, quedó claro que ese era el caballo ganador. Mientras que Estambul representaba apostar por una democracia islámica y quitar hierro a las diferencias entre culturas tan diferentes, Japón saltó al ruedo como el representante del poder económico. España, con su “modelo austero” no tenía nada que hacer.
¿Pero en qué cabeza cabe? Es como dar a elegir entre un fiestón por todo lo alto y un té con pastas caducadas a una pandilla de jóvenes. Si las opciones son “menos” o “más”, la gente elige “más-siempre-más”. Bien es cierto que Ana Botella no podía, de cara a la opinión pública de su feudo, presentarse como la diosa de la abundancia, pero es que no era el pueblo madrileño quien tenía en su mano el voto, sino los miembros del Comité Olímpico Internacional. Y estaba claro, tratándose de España, se podía mantener el argumento “somos austeros” junto con “cumplimos los plazos”, pero no “vamos a gastárnoslo todo” y “cumplimos los plazos”. Eso sí que habría sido incongruente. En cambio, Abelimpics, sí puede. ¿Por qué? Porque es su discurso desde hace ya un tiempo. El Primer Ministro japonés, en su día, debió pensar que si Europa tenía los manguerazos de dinero del BCE, ellos tenían que disponer de un cañón gigante de espuma monetaria para inundar la economía japonesa. Y de momento, no hay un descalabro económico en el país del Sol Naciente. Eso sí, todos aguantamos la respiración esperando el desenlace. Que un presidente con esa política diga “Nosotros sí que tenemos dinero” es creíble, y nadie va a plantearse que pasa después. Shenzo Abe ha dejado claro que él es de los de “Après moi, le deluge” (después de mi, el diluvio), esencia del cortoplacismo más recalcitrante.
Quo vadis, deporte español
Lo que más me impresionó de la retransmisión del sábado fue la sensación que contagiaban los deportistas españoles de ser una especie en extinción. Sin los fondos del programa ADO ¿cómo vamos a pagar las facturas, el retiro necesario para entrenar de los niños que componen la cantera olímpica, los sueldos de los entrenadores, las instalaciones? Y, como suele pasar en la bendita España, muchos de nosotros, reconociendo la importancia del deporte para la sociedad, dirigimos la mirada al gobierno buscando la solución. Pero, lo cierto, es que si Ana Botella no es la diosa de la abundancia, Mariano Rajoy no puede abrir la bolsa del presupuesto nacional como Mary Poppins su maletín, y sacarse de la manga dinero para el deporte, más subsidios de desempleo, pago de la deuda, sostener el quebrado sistema de pensiones, etc. igual que la “bruja buena” de la película sacaba un perchero, un paraguas que hablaba y medicinas de color rosa y que sabían a caramelo.
La pregunta que me ronda desde entonces es, si el deporte es tan importante ¿por qué no hay empresas que lo financien? Y si la respuesta es que no es rentable ¿por qué tenemos la necesidad de ser olímpicos cuando no tenemos los mimbres necesarios? No está bien visto tratar temas que parece ser que tocan al orgullo patrio con mentalidad empresarial. No he terminado de entender qué razón explica que el deporte sea una enseña nacional, y no las empresas españolas. Pero, más allá de ese tema, creo que el problema del deporte, como el de la ópera, el arte, y la cultura, en general, está más en nuestra mentalidad, o mejor dicho en nuestra falta de mentalidad empresarial. Precisamente por ser algo que consideramos patrimonio nacional, los ciudadanos deberíamos estar dispuestos a financiarlo con nuestras empresas y dejar que el gobierno se centre en lo fundamental. Claro que para ello, esas empresas deberían ver aflojada la soga impositiva en su cuello. Y por ahí no está dispuesto a pasar ningún gobierno español.
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