Mi paso por México DF y por Guayaquil y el contacto cercano con amigos que te cuentan cara a cara su honda preocupación por lo que está sucediendo en sus países me obliga a contemplar los desvelos de los españoles desde un punto de vista diferente.
He pasado casi un mes fuera de España, conectada a los acontecimientos veraniegos, pero observándolo todo con cierta perspectiva. Esa que proporciona la distancia, el tiempo, y la cercanía de otras realidades bien distintas. Recién acabo de regresar con el vocabulario afectado, y con el corazón dividido.
Mi paso por México DF y por Guayaquil y el contacto cercano con amigos que te cuentan cara a cara su honda preocupación por lo que está sucediendo en sus países me obliga a contemplar los desvelos de los españoles desde un punto de vista diferente. Mezclarse tiene estas cosas.
Diferencias cualitativas que marcan
Si yo les hablara de la corrupción, en general, cada uno de ustedes, bien de manera más o menos neutral, bien sesgados por sus afinidades políticas, nombraría a un número de políticos, burócratas, funcionarios del Estado o de los partidos y sindicatos, que han cometido esta irregularidad u otra, que han pagado en B, que han colocado a un sobrino o a media docena de familiares. En México DF, una señora que es cabeza de familia monoparental y trabaja de secretaria, para cambiar de turno a su hijo, de manera que la jornada intensiva del colegio público no le pille al niño muy tarde y no tenga que caminar solo de noche, tal y como están las cosas en la ciudad, tiene que perder varias mañanas en papeleo, tener un padrino que pida el favor y, por último, pagar (en la calle) una cantidad absurda de pesos y una cartera de lujo de mujer al funcionario.
Si les hablara del terrible problema de la migración, nos vendría a la cabeza el tema sirio, el desempleo en España y Grecia y la debilidad presente del tratado Schengen, que permite que las fronteras de los 26 países firmantes sean menos fronteras. Pero México lleva años viendo cómo sus habitantes más pobres se van en condiciones terribles, cómo las mujeres y niñas son violadas y prostituidas, cómo las mafias y los narcos secuestran y encanallan a sus adolescentes en la frontera, bajo la promesa de una vida mejor en los Estados Unidos. Colombia padece el desprecio del gobierno venezolano (no del pueblo), y los emigrantes colombianos están siendo expatriados de mala manera.
Si consideramos la situación del periodismo y la libertad de expresión en España, donde muchos medios están tomados por los partidos políticos, podría contarles cómo funcionan las cosas en Venezuela, cómo son acosados los periodistas por Correa en Ecuador, cómo los propietarios de los medios de información en México tienen que caer necesariamente en el cepo de pagos al gobierno o a funcionarios o a empresarios que financian, para sobrevivir. O podría explicarles que los think tanks liberales y libertarios en virtud del sesgo estatal han sido desprovistos de la deductibilidad fiscal, de manera que su presupuesto se ha visto reducido ahora que las empresas no pueden deducirse las donaciones. Criticar al gobierno tiene en México un precio muy alto, pero no tanto como en Cuba, Venezuela o Argentina.
También podemos hablar del declive de la economía española, del paro, de la falta de inversores. Y puedo presentarles a mis amigos argentinos que sueñan con una dolarización en condiciones (Adrián Ravier, dije “en condiciones”); gente que no puede cobrar en dólares porque no pueden entrar, ni salir, por decisión del gobierno. Podíamos hablar del desempleo en estos países en los que la economía informal, compuesta por gente que tiene que sacar adelante a su familia y no es contratada porque el coste laboral y los impuestos a los empresarios son prohibitivos, y que asciende a más de la mitad del PIB de estos países.
¿Quo vadis, España?
Llegan las elecciones. Señores, no estamos tan mal. No estamos tan bien como estuvimos, pero ciertamente no era un crecimiento económico respaldado por un sistema productivo saneado y exitoso. Hay mucho desempleo, pero les aseguro que aún la calidad de vida, incluso de los más pobres, no ha tocado fondo. Hagamos lo necesario para mejorar. No caigamos en los cantos de sirena estatistas. Ni de parte de Podemos y el nuevo populismo, preñado de promesas vacuas, cuyas consecuencias viven en Ecuador, Venezuela y Cuba, por más que se traten de desligar los líderes de la neocasta política populista. Pero tampoco por los estatistas que pretenden descansar la responsabilidad de nuestro despegue a entes sin cara pero con mucho poder, como una Unión Europea todopoderosa y omnisciente, a quien echar la culpa es demasiado fácil y que pretende controles mayores, y una planificación mucho más intensa que la que ya tenemos.
La moneda sana (que no es la planificada, sino la libre, respaldada por activos reales), las políticas que permiten la diversidad institucional, la limpieza de la corrupción, la eliminación de privilegios y la rendición absoluta e ineludible de cuentas, el adelgazamiento del Estado, la reforma de la función pública de manera que los funcionarios no sean trabajadores de primera y sean contratados anualmente, la recuperación del orgullo de ser un país que atrae capitales, inversores, trabajadores y gente de bien, son algunos de los aspectos en los que podríamos incidir para avanzar en los próximos años. Pero hay que empezar ya. Ahorita mismo.
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