¿Se ha parado a pensar alguna vez de dónde proviene el progreso económico? ¿Qué misteriosas “fuerzas” hacen avanzar a la sociedad y la enriquecen de manera continuada? Mucha gente se ha rendido ante la evidencia de que el capitalismo eleva el nivel de vida de las masas, pero muy poca comprende cuál es el proceso exacto por el que la riqueza se genera y se difunde entre los miembros de una sociedad.
Para explicarlo recurriremos a la frecuente evolución de las necesidades que se produce a lo largo de la vida de una persona. Cuando un individuo es joven sus brazos y su cerebro le permiten obtener un salario con el que adquirir los bienes que necesita; sin embargo, ese mismo individuo sabe que dentro de 50 o 60 años sus brazos y su cerebro dejarán de funcionar al mismo nivel, de modo que se quedará sin salario con el que subsistir. De ahí que muchas personas se preocupen de ahorrar una parte de su renta para disponer de una cierta riqueza que les permita sobrevivir durante su jubilación.
Cuando este individuo llega a la tercera edad sus necesidades pasarán más bien por desacumular la riqueza y “quemarla” durante los últimos años de su vida; sin embargo esto puede no ser tan sencillo. Imagine que su riqueza la posee en forma de pisos o empresas; en ese caso es posible que no quiera enajenar su inmovilizado para conseguir dinero. En realidad, lo ideal sería contratar a una persona que gestionara sus pisos (alquilándolos) o su empresa (obteniendo beneficios) a cambio de una porción de las rentas.
Por tanto, tenemos de momento dos personas: el joven que quiere transformar renta en riqueza y el anciano que quiere convertir su riqueza en renta. Añadamos a dos sujetos más: el inventor y el empresario.
El inventor es una persona inteligentísima capaz de realizar aportaciones tecnológicas esenciales para la humanidad a través de su investigación. Sólo tiene un problema: necesita una renta con la sobrevivir durante el tiempo en que está trabajando.
El empresario es un sujeto intrépido y visionario que sabe perfectamente cómo conseguir beneficios. Pero, también el, tiene una carencia: le faltan los medios de producción con los que implementar su negocio.
Si nos fijamos, el inventor es la persona capaz de convertir la renta (el sustento que necesita para sobrevivir) en riqueza (descubrimiento tecnológico) y el empresario es el individuo capaz de transformar la riqueza (medios de producción) en renta (beneficios). Por tanto, el inventor es la pareja perfecta del jovenzuelo y el empresario el compañero ideal del anciano.
El jovenzuelo le proporciona al inventor una parte de su salario y cuando éste culmine la investigación, ambos compartirán la riqueza derivada de su descubrimiento. El anciano le arrienda al empresario sus medios de producción y éste le compensa con una porción de los beneficios que obtenga.
El esquema parece que funciona bien hasta el momento, sin embargo hay un problema. Tanto el jovenzuelo como el anciano pueden conseguir sus fines sin la colaboración del empresario y el inventor. El jovenzuelo sólo tiene que ahorrar y al anciano le basta con desahorrar. El poder de negociación del empresario y el inventor es muy pequeño, de modo que numerosos proyectos podrían no salir adelante.
Pero por fortuna nos falta introducir al quinto sujeto: el capitalista. El capitalista es aquella persona que ya ha acumulado una cierta riqueza y que no desea atesorarla, sino utilizarla para producir aun más riqueza.
Siendo ello así, el capitalista está llamado a asociarse tanto con el empresario como con el inventor, una vez estos últimos hayan agotado las oportunidades de ganancia con los ahorradores y los pensionistas.
El capitalista proporciona al empresario el capital que necesita para comenzar el negocio, éste transforma el capital en renta y con esta renta contrata al inventor para que la transforme en riqueza y pague con ello al capitalista. O dicho en otras palabras, el empresario obtiene el capital necesario para comenzar el negocio y mediante los beneficios presentes y futuros financia el gasto en I+D.
Este modelo pentagonal, desarrollado originariamente por Antal Fekete, nos permite explicar los dos procesos fundamentales a través de los que se incrementa nuestro bienestar: la acumulación de capital y el desarrollo tecnológico. La asociación del capitalista, el empresario y el inventor, esto es, de la voluntad, el talento y el cerebro, da lugar a un progreso imparable que beneficia a toda la sociedad. El tipo de interés se desploma gracias a la aparición del capitalista y las buenas ideas de cualquier individuo –tenga o no recursos iniciales- pueden llegar a materializarse.
Es al capitalista, al empresario y al inventor –a troika del capitalismo– a quienes debemos nuestros estándares de vida actuales. Una asociación imparable al servicio de las masas.
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