EL Poder único tiene dos formas: personal e impersonal. La primera forma, en su estricto desarrollo, tiende a la segunda o cede ante ella. La monarquía absoluta genera su propia burocracia, como cualquier poder extenso que multiplica sus facultades a medida que complica el ejercicio de las mismas. Las organizaciones, sean o no políticas, públicas o privadas, acaban burocratizándose (Mises), momento en el que comienza su decadencia. El Estado representa la segunda forma, la impersonal, y surge a su vez de dos factores: la necesidad organizativa del poder extenso (y expansivo), y la convergencia de intereses particulares, ya sean estos políticos, morales o económicos, que acaban definiendo la naturaleza de este tipo singular de organización. La forma del Poder plural es la República, entendida como cúmulo de poderes públicos coordinados y contrapesados, en relación federativa entre sí, y en interdependencia con otros poderes particulares que pueden o no terminar adoptando la categoría de contrapoderes institucionalizados.
La unificación del Poder exige que tanto el poder político como el económico se fundan bajo una misma organización sin que esto suponga necesariamente la centralización de la dirección empresarial o la colectivización de la propiedad de los bienes (principalmente los de orden superior), sino que se expresa en las distintas versiones intervencionistas (Mises). Sin embargo, el proceso integrador al que tienden las grandes organizaciones originalmente competitivas o sometidas a un régimen de propiedad plural y Derecho común tiene en lo económico un límite insuperable (Coase), mientras que en lo político, puede darse la existencia de varias voluntades no dispuestas a dicha integración por motivos que exceden un análisis praxeológico (Mises) o cataláctico (Hayek).
A consecuencia de la técnica moderna, las organizaciones tienden a desarrollarse, unirse y a aumentar su campo de acción. La consecuencia inevitable es que el Estado político debe aumentar incesantemente sus funciones económicas o abdicar parcialmente a favor de grandes empresas privadas suficientemente poderosas para desafiarle o fiscalizarle. Si el Estado no exige la supremacía sobre esas empresas, se convierte en su muñeco y ellas se convierten en el verdadero Estado. De un modo o de otro, dondequiera que existe la técnica moderna deben ser unificados el poder económico y el político.
B. Russell. El Poder. Un nuevo análisis social.
Esta lección posee un fondo de verdad que, no obstante, parece no ser coherente con las teorías que el autor maneja sobre el Poder (muy consistentes y completas).
Sólo el estatismo genera las condiciones para que el Poder político, en su versión extensa, tienda a unificar el resto de órdenes bajo su halo homogenizador (D. Negro). Russell asume que la única forma de Poder viable en el mundo industrial es el ilimitado, o Estado, descartando por completo la República. El anarquismo soluciona la cuestión eliminando de su razonamiento todos los órdenes que no sean el estrictamente económico, pudiendo así dar aparente verosimilitud a unas teorías claramente desconectadas de los rasgos inteligibles propios de los fenómenos que trata de explicar. En ambos casos se produce idéntico error intelectual: considerar el Poder como una fuerza que no se halla también sujeta a las vicisitudes y contingencias del proceso social, sean estas de tipo moral, jurídico, político o económico. Es decir, en ambos casos se realiza un análisis parcial de los fenómenos sociales, lo que conduce al fracaso explicativo de sus teorías.
El Poder social (distinto del poder físico), en cualquiera de sus versiones, se manifiesta como una fuerza fundamental que afecta a la coordinación de intereses y el consenso civil básico que a su vez posibilita la convivencia. Sin embargo, queda sometido a otras muchas fuerzas que impiden esa tendencia agregadora que inspira el ideal estatista. El Hombre es un ser moral, que se comporta también de un modo jurídico, y que participa de intercambios motivados por sus valoraciones subjetivas. El tipo de conocimiento relevante que hace posible la coordinación de intereses particulares y su satisfacción impone una grave limitación a la concentración del dominio económico, haciendo irrelevante semejante temor en la consideración de la acuciante necesidad de compensar en lo político la temida aparición de un poder extenso en el ámbito estrictamente mercantil. De igual modo, tampoco es cierto que el poder moral, o el poder religioso, puedan alcanzar la uniformidad, poniendo a disposición de una estructura de dominación organizativa la facultad de provocar el cambio social en una dirección concreta sin que este hecho experimente crisis, revoluciones y una constante tendencia a la disgregación, la novación y la singularidad.
El estudio del Poder no debe verse condicionado por el mito de la unificación, se entienda esta desde la perspectiva estatista o desde la que podemos denominar anarquista. La primera hace deseable, o al menos preferible, que el poder se unifique en torno a lo político. El anarquismo elimina por completo la fuerza que representa el Poder social, prescindiendo de sus todas sus formas, con excepción de la económica (idealizada al margen de sus inevitables extensiones políticas), en su versión capitalista o, exceptuando el poder moral, en su versión estrictamente comunista.
El estatismo es ingenuo al pensar que cabe uniformizar dando primacía a lo político, domando así las otras tendencias bajo el mito de la integración del individuo en lo público organizado, hallando un justo equilibrio entre el interés común y los intereses intensamente particulares. El anarquismo peca de idéntica ingenuidad partiendo como parte de la misma concepción que tiene el estatismo sobre el poder, todo ello en su objetivo de resolver la paradoja social mediante la eliminación abstracta de la inevitabilidad del Poder social en todas sus expresiones, salvo en lo que considera sometido a fuerzas suficientes como para limitarlo: la competencia, el mercado y la propiedad privada (versión anarco-capitalista).
La alternativa a todo esto es el esfuerzo por estudiar y comprender el Poder expresado en sus distintas formas, identificando la unificación, desde cualquiera de ellas, como un artificio que se sostiene gracias a la anulación del propio proceso social, total o parcialmente, en alguno o en todos los órdenes que lo componen (D.Negro). El Poder social, sea éste privado o público, asistemático o institucional, es limitado mientras que el poder desnudo del absolutismo no logre adquirir la condición de tradicional (Russell). Esta actitud permite explorar las distintas posibilidades históricas o aquellas que quepan imaginar y poner en práctica por el Hombre, en el sentido de potenciar el carácter plural del Poder, aislarlo en sus distintas expresiones (moral, político, jurídico, económico, intelectual…), dentro de un proceso dinámico y competitivo que se adapte a la naturaleza misma del orden social, frente a la ciega confianza en la capacidad humana para organizar la sociedad de manera centralizada y a través de mandatos de contenido suficiente.
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