Por ella, maldita palabra, la gente no puede disponer de un piso. Por ella, las personas se ven compelidas a habitar aquellas viviendas vacías.
La sociedad contribuyó a su creación, sin la cual el individuo jamás podría haberla adquirido. De ahí que, no cabe imaginar que sólo una persona pueda disfrutar de ella, no si hay quien carece de recursos para proveérsela. ¿Acaso cuando uno es capaz de hacer algo por si mismo, no debe su capacidad a los profesores que le enseñaron, a los doctores que le curaron y a los policías que le protegieron de los malhechores?
Esa palabra maldita, es la causa de todos los males. Sin ella, las personas no matarían, no robarían. Cuando a los ricos les sobran bienes, es lógico que quienes no pueden disponer de ellos se tomen la justicia por su mano.
Decía Cervantes, a través de su famoso personaje, que el fin de la felicidad mundana llegó aquel día en que alguien dijo "esto es mío".
Por eso, es la hora de poner coto a semejante despropósito. Pero como el número de reaccionarios que se oponen a que se vulneren sus mal llamados "derechos" es aún demasiado alto, el primer paso hacia su abolición es gravarla con impuestos.
Cuando sobre la compra recaiga un tributo, sobre su tenencia otros dos, sobre todo lo necesario para conservarla algún otro y cuando además, a quien tenga más de una, se le castigue bien dejando que otros la ocupen, cuando no incentivando que así se haga o que directamente otro impuesto le haga imposible su tenencia, entonces, la propiedad, esa ignominiosa palabra será un término vacuo.
Lograrlo pasa por un esfuerzo común en el que el egoísmo ceda a la justicia social, la apropiación al reparto equitativo y la solidaridad, sea el principio rector de la sociedad.
Cuando escuchen en la prensa que todavía hay quien se opone al progreso social en nombre de la libertad, estará ante aquellos que quieren que existan diferencias y que la pobreza siga aumentando indefinidamente.
Los pisos vacíos, son el exponente más claro del egoísmo que nos aflige. Acaparar es explotar… a quien nada tiene y nada tendrá. Cualquier medida es escasa, insuficiente, si no alcanza la expropiación.
Los ejemplos vasco y catalán son medidas demasiado moderadas pero, por lo menos, se dirigen hacia un buen destino. Será cuestión de tiempo que la propiedad no sea más que una concesión que da la sociedad a sus miembros, una autorización temporal para que dispongan de lo que han generado gracias a la cooperación social.
La propiedad ha muerto. ¡Larga vida al socialismo!
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