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Liberalismo: del estado mínimo al estado máximo

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¿Hay que forzarlo todo? ¿No se puede dejar que las cosas fluyan de forma más natural y evolutiva con la observación y aprendizaje sobre qué funciona mejor gracias al «prueba y error»?

Cada quien es muy libre de hacer lo que le plazca. El liberalismo, como filosofía política, recalca lo anterior como punto de partida, si bien pone énfasis (al menos algunas de sus ramas) en unas cuantas cuestiones adicionales.

1. Responsabilidad

Primero, la libertad no va disociada en ningún caso de la responsabilidad. Haga usted lo que considere y aténgase a las consecuencias. Olvídese de moral hazards.

2. Órdenes sociales e instituciones

Los órdenes sociales espontáneos, extensos y complejos son el resultado de entornos productivos en los que el consumidor guía la producción a través de sus decisiones de compra o su renuncia. Gracias a ello y a las instituciones sociales que surgen en estos órdenes, se acrecientan la división del trabajo y la especialización, se reducen el riesgo y la incertidumbre en las interacciones humanas (productivas o de otro orden), se simplifican los intercambios y se multiplican estos, así como las cantidades consumidas y producidas. Se genera un círculo virtuoso en el que los productores compiten por el favor de los consumidores y estos obtienen bienes variados y crecientes y muchas veces a precios menguantes. A partir de la generación de valor (juego de suma positiva), se genera más riqueza en la sociedad.

Para que una institución sea funcional, ha de tener otra característica asociada: debe adaptarse a las circunstancias cambiantes. O, dicho de otro modo, las instituciones “las hacen las personas”, lo que significa que también pueden modificarse conforme nuevas generaciones hacen uso de ellas. Siempre es un tema espinoso. El conflicto puede estar latente por la propia resistencia al cambio.

Asimismo, un error muy común en los economistas (austríacos incluidos) es el de no introducir en sus construcciones imaginarias (por ejemplo, la cataláctica) la influencia del poder político y mediático. Cuando se analizan las instituciones, se hace muchas veces al margen de la acción violenta sistemática: los gobiernos (o entidades públicas), por supuesto, pero también cualquier otro grupo violento organizado.

La violencia institucional (estatal) más descarada, aunque bien enmascarada, se plasma en actuaciones como los impuestos, la educación forzosa y reglada (en ideología estatal), las regulaciones de todo tipo, el servicio militar, la provisión en monopolio de los servicios públicos (con la menor competencia posible), entre otros.

Otra forma de ejercer la violencia, totalmente complementaria a la anterior -Gramsci bien entendió su valía-, es la manipulación ideológica por medio de propaganda embaucadora. Que exista un infierno fiscal es mucho más fácil si se hace por «el bien de la patria» o por «el bien de la igualdad». Esos principios elevados darán toda la munición al político y burócrata de turno para extender su diabólico plan de dominación. Así, aquellos pocos que acaparan el poder político y mediático pueden controlar y dirigir, en una democracia cada vez más endeble y demagógica, a la población electora sin apenas trabas. Si los ciudadanos son tus máximos voceros, tus más fieles defensores, qué mayor ejército necesitas para tener éxito.

Obvio es que todo esto tiene una influencia máxima en el devenir de unas instituciones en otro caso pacíficas. La evolución que habrían tenido, con todas las crisis internas que se hubieran padecido, nunca podrá ser la misma. Su camino necesariamente se desviará y distorsionará.

3. Autonomía individual y descentralización

Define al liberalismo otro hecho muy característico: la defensa de la autonomía de la acción, de la libre asociación y la conveniencia de que la toma de decisiones de carácter moral y político se tome en comunidades de miembros que desean congregarse. De estas unidades relativamente pequeñas (o no), el “prueba y error” y la descentralización resultan claves para la propia evolución de las instituciones. Las instituciones pueden adaptarse de forma más flexible y coherente si en diversos ámbitos geográficos competitivos se están probando estas instituciones con pequeñas variaciones o si han surgido instituciones completamente nuevas que sean significativamente más útiles. Una vez se transmita la información sobre esas instituciones a los otros enclaves, la interacción continua facilitará la propia evolución de las instituciones en esos lugares receptores de dicha influencia (o no, dependerá de lo cerrada o abierta que elija ser la comunidad, que también tiene derecho a ello).

Las rígidas estructuras geográficas de tipo político, así como los monopolios estatales, culturales y mediáticos (convenientemente untados con prebendas y subvenciones estatales), rompen este proceso de prueba y error descentralizado. Pero además, por supuesto, las restricciones que imponen a sus ciudadanos atentan de manera directa contra la libertad personal y de asociación. Si no puedo estudiar lo que quiero, huelga decir que la clase política no sólo está beneficiando a los funcionarios docentes, sino que está imponiendo una ideología o programa que no deseo, pues, de hecho, no me dejan proveérmelo a mí mismo. Nunca pedí el concurso de una tercera persona para diseñarlo y proveerlo: el Estado.

4. Del estado mínimo al estado redistribuidor

No es peligroso únicamente que haya naciones, comunidades autónomas, provincias, ciudades, etc., que se legitimen mediante la propaganda para concentrar el poder político en nombre de la «nación» o el «pueblo». También lo es que cada vez la “política” centralizadamente se arrogue más parcelas del ámbito personal, familiar y de la comunidad. Recuérdese que el papel del Estado ha ido mutando también de forma significativa con el paso del tiempo: del Estado gendarme primero (defensa, policía, justicia, si acaso infraestructuras), a priori arropado por los defensores del Estado mínimo; al Estado asistencial (caridad en casos de extrema necesidad); al estado social (estado de bienestar: pensiones, desempleo, viudedad, invalidez, etc.); y finalmente al redistribuidor.

Quedémonos en los dos Estados extremos: gendarme y redistribuidor. Por supuesto hay liberales anarquistas que niegan la mayor: ningún Estado, cualquiera que sea su función o ámbito, es legítimo ni deseable. Otros liberales sin embargo se apuntan al Estado gendarme o, los más sensibles, al asistencial. Mucho más allá no se suele ir.

Parémonos en el Estado redistribuidor, el que más tentáculos ha extendido en ámbitos propios de la sociedad civil: si el Estado social (Bismarck) tuvo tintes más bien paternalistas (“si no tienes baja preferencia temporal, nosotros te hacemos ser previsor”), el estado redistribuidor tiene un marcado componente igualitarista en una primera fase (se redistribuye para mitigar desigualdades sociales) y de alimento a los rent-seekers en un segundo momento para, de paso, comprar votos en masa. Y es que, en esa segunda fase, todo el mundo empieza a exigir que se restañe algún tipo de injusticia histórica en nombre de una «desigualdad» entendida de forma muy amplia. De esta manera, siempre hay cuentas pendientes con el Estado: porque soy de un lugar más pobre, porque soy de un lugar más rico, porque en la guerra civil fuimos perdedores, porque soy mujer, porque soy homosexual, etc. Todo el mundo pide por esa boquita al más puro estilo victimista con la excusa de corregir alguna desigualdad (pero ¡es que todos somos desiguales, siempre hay algo que reclamar!) y nadie es responsable de nada de lo que le ocurre. De hecho, su única responsabilidad para buscarse un sustento pasa por infiltrarse de lleno en el contubernio político-redistributivo y vivir del presupuesto. Básicamente, y por resumir, se trata de fomentar la irresponsabilidad más absoluta en una población cada vez más infantilizada y, por supuesto y muy importante, acompañarlo del asalto más obsceno a los fondos públicos: de burócratas, políticos, minorías y mayorías (o sea, rent-seekers). Tranquilos, ¡a esta ronda invita la próxima generación! Y lo pagará con creces (y aquí no hablamos sólo de «dinero», sino de mucho capital social y humano dilapidados).

Así, la excusa, primero, es que las situaciones de desigualdad se corrigen redistribuyendo la renta o riqueza (de ahí los impuestos progresivos o las transferencias públicas a determinados sectores minoritarios). Después de políticas fiscales como éstas, se empieza a emplear masivamente la política monetaria (endeudamiento público) gracias al influjo de personajes como Keynes, de tal forma que las bolsas de transferencias y redistribución se hacen cada vez más gigantescas por la creciente deuda pública. Muchos se frotan las manos presos de una salivación incontrolada.

Pero además, es paradigmático en el Estado redistribuidor que acapara nuevas funciones de cara a perseguir ese cacareado igualitarismo (reparto de dádivas y compra de adhesiones). Entran como grandes programas a desarrollar por el Estado las políticas sociales, la educación, la cultura, el arte, la moral, la familia, etc. La politización pasa a ser máxima. Todo lo que tenga que ver con “educación para la ciudadanía”, vaya: estética, moral, familia y política. Y bien que han educado… No he vivido época más asfixiante e intrusiva en el campo de la moral privada y pública que la de los últimos 10-15 años. «No trabajes, diviértete, manifiéstate, ten moral relajada, vive el día… que otros pagarán, tranquilo».

Pero, por supuesto, esta guerra ideológica que caracteriza al Estado redistribuidor se ve reforzada por otra clase de política de carácter esencialmente redistributiva: el BOE. Le damos una licencia de televisión a la Sexta. Imagínese cuán rico puede hacerse alguien tras esa firma, pero sobre todo cuán rico en términos de poder mediático: cuánto “bien” se puede hacer a la propaganda antimercado y antirresponsabilidad merced a una licencia otorgada, y a otras mil subvenciones y regulaciones estratégicamente concedidas.

Así, el Estado redistribuidor lo tiene todo: a lo que ya tenían los otros tipos de Estados, se suma la redistribución con el igualitarismo como excusa, pues al final gran parte de la redistribución es un obsceno desfile de fondos públicos a amigos y grupos de presión para seguir sentados en la poltrona del poder al menos los próximos cuatro años. Para ello, como hemos visto, se sofistican los mecanismos: políticas económicas como las fiscales, monetarias y regulatorias, y políticas sociales como la educación, cultura, la familia, la relación entre sexos y lo que caiga.

Todo esto nació –con el Estado asistencial- con la excusa de ayudar al desfavorecido, dejando “supuestamente” que cada uno guiara su vida en el ámbito más íntimo y productivo. Lo que tenemos ahora, bien se sabe por la teoría de la elección pública, es un poder político (conchabado con el mediático, económico y burocrático) con tentáculos en todas partes y que trata de amoldar la sociedad a los deseos de ingeniería social de los instigadores de este atropello. Estos tipos tienen derecho a cualquier clase de depravación en su ámbito personal y asociativo (vicios privados), pero no están legitimados en ningún caso desde el liberalismo a que sus complejos y experiencias (mejores o peores) los tenga que soportar la sociedad en su conjunto a través de propaganda mediática incesante y políticas sociales y económicas liberticidas.

5. La extraña alianza

Más valdría:

  • Que el ámbito de actuación del Estado y, sobre todo, de la política fuera el mínimo posible (entre ninguno y estado gendarme o asistencial a lo sumo, por cubrir el espectro típicamente liberal). Y por supuesto que lo cultural, moral, educativo quedara al margen del Estado y de la nación. Monsergas, las justas.
  • Que tengamos presente que algo puede emanar de la opinión pública y no del Estado, y ser también peligroso (aunque si es malo, casi seguro que van de la mano). ¿Nos pasaría a gustar la ingeniería social porque surja de sectores de la opinión pública y no directamente de la clase política? Bueno, a mí no, conmigo no cuenten. No necesito entrar en ese juego. Yo no me doy legitimidad para decidir en ámbitos privados ajenos, pero por supuesto tampoco se la doy a otros para que se inmiscuyan en los míos, llámese Estado o la tía Tula.
  • Que al hablar de “overlapping jurisdictions” se haga con la boca grande y no con la pequeña. ¿Cómo es que ahora se quieren pasar leyes nacionales sobre gestación subrogada, prohibiciones de toros y moderneces de este tipo? ¿No pueden los toros prohibirse en Cataluña, ignorarse en Galicia (pues nunca tuvieron ninguna tradición allí) y mantenerse en Sevilla? ¿Pretenden que en Ávila se aprueben los vientres de alquiler cuando es una de las ciudades más católicas de España? Quizás convenga pensar en otros lugares. Siempre quedará Cataluña. ¿No somos los liberales los que renegamos de las fronteras, los que apostamos por la secesión o el federalismo? ¿O por los cantones suizos, estandartes de la descentralización en decisiones de tipo comunal? ¿Cómo hemos llegado a un momento en que todos tenemos que discutir y decidir qué se impone de forma unánime y centralizada en España, perdón, no, en el universo mundo –¡viva el gobierno mundial!-, cuando es algo que debería circunscribirse a los interesados, como las cuestiones que tuvieran que ver con el matrimonio?
  • Que nos diéramos cuenta de que quien abrió el melón es el Estado inmiscuyéndose en cuestiones como la moral, la familia o la educación, y que ahora le servimos de correa de transmisión en lugar de dedicarnos a lo que nos compete: nuestra vida y bienestar, la de nuestros seres cercanos y nuestra comunidad. Vivir y dejar vivir: aunque el otro sea diferente y nos desagrade lo arcaico o moderno que sea. La educación a los hijos no es cosa que deba cederse en régimen de monopolio a ningún lobby en concreto, por muy divertido que sea. Quien quiera entregárselo que se lo entregue. Pero a qué viene este conflicto generado porque los padres más tradicionales (yo creo que simplemente no están a la última idiotez viralizada en las redes sociales o la televisión) no pueden llevar a sus hijos a los centros educativos que consideren, al tiempo que los más bohemios podrían llevar a los suyos a los centros correspondientes. Se podrían conseguir ambos fines perfectamente sin mayor conflicto. ¿Desde el liberalismo hay que seguirle el rollo a los que quieren imponer una visión, la que sea? Free to choose. Curioso. Ahora entramos de bruces en el Estado redistribuidor y nos quedamos tan anchos. Recordemos que los liberales ponen en cuestión, entre otros, dos cosas del Estado: a) cómo financia lo que hace (coerción), b) las funciones que sucesivamente, con cada vuelta de tuerca, se ha arrogado para integrarlas dentro de «lo político» (y no de decisiones libres, voluntarias y responsables), cercenándoselo a la sociedad civil. Cada vez más funciones e intromisiones, cada vez subvirtiendo más las libres relaciones entre personas con el consiguiente conflicto, polarización y odio, donde no debería haber más que elecciones libres y diversas. Y cada vez en materias más alejadas de lo que al principio podría considerarse legítimo: la defensa, y punto. Estamos en la politización máxima. En el Gran Hermano más asfixiante. Y parece que una gran mayoría está muy cómoda con el papel de «Gran Censor» o «Padre monsergas». No se puede ni respirar ya…
  • Que fuésemos pensando en quién va a pagar la fiesta. ¿Creemos que fomentando la irresponsabilidad más absoluta, primero, vamos a tener gente ordenada y pacífica en las calles, y, segundo, que se van a contentar con morirse en los arroyos, cuando existe un estado redistribuidor como salvador de última instancia y se puede apelar siempre a la «desigualdad» -a poco que busquemos, siempre hallaremos agravios-, y no a nuestras propias decisiones, para exigir ser rescatados? ¿Creemos que el círculo virtuoso descrito al comienzo de este artículo se va a mantener, o que entraremos en una escalada de decadencia (círculo vicioso) con gente desatendiendo a su prole, con violencia doméstica contra hijos, ancianos y parejas, marginalidad, huida del sistema productivo, informalidad, desconfianza entre la gente, etc.?

¿Hay que forzarlo todo? ¿No se puede dejar que las cosas fluyan de forma más natural y evolutiva con la observación y aprendizaje sobre qué funciona mejor gracias al «prueba y error»? ¿Tenemos que convertir, en ese camino, nuestras preferencias en universales y limitar las opciones de los demás de forma intolerante?

8 Comentarios

  1. …»¿No somos los liberales
    …»¿No somos los liberales los que renegamos de las fronteras, los que apostamos por la secesión o el federalismo? ¿O por los cantones suizos, estandartes de la descentralización en decisiones de tipo comunal? ¿Cómo hemos llegado a un momento en que todos tenemos que discutir y decidir qué se impone de forma unánime y centralizada en España,…»
    Magistral ensayo, mi sincera admiración.

    • …cuando es algo que debería
      …cuando es algo que debería circunscribirse a los interesados” (en participar libre y voluntaria e individualmente en el proyecto de que se trate)

      No creo que los liberales debamos aceptar concesiones posibilistas como la secesión de territorios o el federalismo, nuevos corralitos infantiles en definitiva. Sólo explícita soberanía individual, no hay caminos más cortos.
      Tampoco comparemos, por favor, a la peligrosa tía Tula con el Estado. De ella puedo defenderme, pero el poder del Estado es irresistible. No los equiparemos frívolamente ni en broma. Es que comienzas asimilando explotación y agresión y acabas levantando gulags.

      Pero bueno, detallitos…

    • Joder, César, ¿me respondiste
      Joder, César, ¿me respondiste tú a lo de Sísifo? Yo te sugiero, desde la ternura que me genera alguien cuando me da lástima (porque sería incapaz de producirme rabia), desde la compasión que esquiva el Unheimlich que produce el sonido de los huesos secos y rancios de un pérfido chiflado (y no, no habría mucha gente dispuesta a obviarlo), un suicidio trágico y para alguien que no está a tu altura. Pues tú, haciendo alarde de lo que eres, y orgulloso como siempre de ello, me contestas negándome eso mismo. A pesar de que los dos sabemos que no estás en la transición del orgullo patético del César de Shakespeare a la farsa grotesca del Quijote, en la que todo lo heroico no es sino un completo absurdo. Personaje que ya no puede ser trágico, pero que tampoco despertará jamás de su ilusión, que será siempre un hidalgo sin centro que ha perdido irremediablemente la cabeza. Si hubieses tenido algo más de gracia en la oratoria y fueses una buena persona, te diría que el del Quijote es con diferencia mi grand pas de deux favorito, pero tu patética inseguridad y la obsesión por los cantones suizos, por Jung, por la mentira y por el anti-comunismo recalcitrante son otra cosa que no merece la pena psicoanalizar, y que además no tiene nada de cómico. Yo soy más que justa y generosa contigo por última vez y tú contra-atacas de manera miserable. Ya me dijiste, como buen mierda que eres, y después de amenazarme dos veces de muerte, que si me matabas daba igual, porque no había ningún geist en mi. Pero ahora vas más allá, y al mismo tiempo que me incitas al suicidio, ¡me niegas el destino trágico del mismo! MUY MAL, César, MUY MAL. Eso ya no es ni de cobardes… 🙂

    • SILVIA, ¿te gusta mucho el
      SILVIA, ¿te gusta mucho el conflicto o me lo parece? quizás al menos estás de buen ver, quien sabe 😛
      No voy a comentar para salir en defensa de CESAR, no creo que le haga falta que le defienda yo así que a modo de «aludido» contestaré a ciertas cosas. Cualquier hombre puede ser Don Quijote sobretodo con algunas mujeres que hay hoy en día ya que no sabes qué quieren realmente. Con respeto a lo del anti-comunismo, anti-capitalismo o qué sé yo, comentar ciertas cosas…
      no está muy clara la existencia del altruismo en sí mismo (su definición se parece más a la definición de «unicornio») ya que siempre procede de un «ego» que siente y padece vamos; lo que quería decir con el altruismo inteligente, es que es lo que mejor hace funcionar a las sociedades ya que es el que permite el «beneficio mutuo».
      El problema que tienen las sociedades tan extensas (no quiero meterme con el tema de la población y sonar políticamente incorrecto) es que es raro, raro, raro que necesites a todo el mundo y por consiguiente que te necesiten a ti y ya no hablamos de deseo…
      en este contexto por tanto, es más complicado que tienda a surgir el altruismo recíproco que te digo y tienda a demandarse más el típico mediático que se basa en la caridad. Ej. gente mendigando por las calles.

      Si se basa en un tema moral lo del comunismo: ¿no será mejor impedir que exista tanto necesitado?
      Esto se haría fomentando la responsabilidad, la educación sobre no hacer creer que se tiene derecho a todo…
      nadie niega la ayuda al prójimo, lo que se niega es que se utilice esto como treta para restringir capacidades, efectuar actos liberticidas, creerse superiores moralmente o cosas por el estilo.
      ¿Quieres hacerlo de forma incondicional sin pasar por el filtro de «la justicia»?

      Me acuerdo una vez que en el Ayn Rand Institute le preguntó un alumno a Peikoff: ¿cómo se puede ser egoísta (aunque sea racional) y no ir cortando cuellos por ahí?
      Y le respondió algo así como que al tener que existir como una persona, no es compatible hacer eso.

      Por ahí va el asunto, si no existiera la mínima empatía, raciocinio…
      estas cosas que se supone que son humanas, no se dudaría en ir por ahí cortando cuellos, sobretodo en sociedades como ya he dicho antes tan extensas donde a la mayoría de la gente puede que ni la conozcas nunca.
      Mi opinión sobre esto es un poco más simple y se basa en que: el ser humano tiene necesidades y deseos sociales aunque sea de «uvas a peras» y aunque sólo sea para ir a comprar chuches. Ya por este axioma no tiende a entrar en conflicto con los demás, al menos no constantemente.

      Sí SILVIA, incluso tú y yo podríamos necesitarnos alguna vez.

    • SILVIA, ¿te gusta mucho el
      SILVIA, ¿te gusta mucho el conflicto o me lo parece? quizás al menos estés de buen ver, quien sabe xD
      No voy a comentar para salir en defensa de CESAR, no creo que le haga falta que le defienda yo así que a modo de «aludido» contestaré a ciertas cosas. Cualquier hombre puede ser Don Quijote sobretodo con algunas mujeres que hay hoy en día ya que no sabes qué quieren realmente de un hombre.
      Con respeto a lo del anti-comunismo, anti-capitalismo o qué sé yo, comentar ciertas cosas… no está muy clara la existencia del altruismo en sí mismo (su definición se parece más a la definición de «unicornio») ya que no hay actos que no procedan de un «ego»; lo que quería decir con el altruismo inteligente (o recíproco), es que es lo que mejor hace funcionar a las sociedades (insisto) ya que es el que permite el «beneficio mutuo».

      ¿El mutualismo en lo personal y el capitalismo en lo económico?

      El problema que tienen las sociedades tan extensas (no quiero meterme con el tema de la población y sonar políticamente incorrecto) es que es raro, raro, raro que necesites a todo el mundo y por consiguiente que te necesiten a ti y ya no hablamos de deseo…
      en este contexto por tanto, es más complicado que tienda a surgir el altruismo recíproco que te digo y tienda a demandarse más el típico mediático que se basa en la caridad. Ej. gente mendigando por las calles.

      Una cosa que siempre me he preguntado sobre el comunismo es: ¿no sería más benefactor (incluso en cómputo general) impedir que exista tanto necesitado?
      Esto se haría fomentando la responsabilidad, la educación sobre no hacer creer que se tiene derecho a todo…
      nadie dice que no exista la ayuda al prójimo, lo que no se quiere es que se utilice esto como treta para restringir capacidades, efectuar actos liberticidas, creerse superiores moralmente o cosas por el estilo.

      Me acuerdo una vez que en el Ayn Rand Institute le preguntó un alumno a Peikoff: ¿cómo se puede ser egoísta (aunque sea sólo de forma racional) y no ir cortando cuellos por ahí?
      Y le respondió algo así como que al tener que existir como una persona, no es compatible hacer eso.

      Por ahí va el asunto, si no existiera la mínima empatía, raciocinio… estas cosas que se supone que son humanas, no se dudaría en ir por ahí cortando cuellos, sobretodo en sociedades como ya he dicho antes tan extensas donde a la mayoría de la gente puede que ni la conozcas nunca.
      Mi opinión sobre esto es un poco más simple y se basa en que: el ser humano tiene necesidades y deseos sociales aunque sea de «uvas a peras» y aunque sólo sea para ir a comprar chuches. Ya por este axioma no tiende a entrar en conflicto con los demás, al menos no constantemente.

      Sí SILVIA, incluso tú y yo podríamos necesitarnos alguna vez (ej. un apocalipsis) por mucho que te guste más hacer la guerra que el amor. Y tranquila, porque seas un poco comunista no te cortaría el cuello como decía el alumno randiano, tú quizás sí lo harías 😛
      Y que conste que nunca fui del todo objetivista yo. No creo que en ninguna sociedad sea suficiente* el egoísmo racional aunque no exista en realidad el altruismo y el beneficio al prójimo sea una cuestión de empatía, pena, reciprocidad, deber… ¿amor?
      Aunque evidentemente haciendo caso a Platón en algo con lo de su «idea de justicia» como filtro para hacer las cosas bien.

    • Sorry, he puesto el comment
      Sorry, he puesto el comment casi entero 2 veces por el «captcha».

  2. Muy buen artículo la verdad.
    Muy buen artículo la verdad. «El bien» debe de incluir «la justicia». ¿Es justo ayudar a cualquiera en cualquier circunstancia?
    El Estado redistribuidor no hace esto aunque farde de ello, pero la verdad es que es imbatible captando votos si habla de ello.

    ¿Los mayores generadores de conflictos en sociedad?
    La irresponsabilidad y el desprecio.

    Muchos dirán que es el egoísmo extremo o la falta de altruismo pero estas cosas se pueden observar en otras formas de vida y no está tan claro que no prosperen siendo así.

    El egoísmo que mejor hace funcionar cualquier sociedad es el racional (no es por ponerme randiano, pero es así) y el altruismo que mejor hace funcionar cualquier sociedad es el inteligente (o recíproco). Ese egoísmo sería compatible con la responsabilidad y ese altruismo sería compatible con la moral, las normas, las costumbres…

    Raquel, el problema es que quizás yerran todos los ensayos en ocasiones, ¿qué hacer entonces?
    ¿Debe de darlas un Estado redistribuidor de forma incondicional? evidentemente no, porque no se tiene un derecho iusnatural a ello, pero… haberlas ailas. Esas cosas relativamente y subjetivamente imposibles y necesarias y deseables a la vez digo.
    La solución ante esto sería el: ajo y agua.
    Pero claro… muy fácil decirlo parece.

  3. Muy buen artículo, doña
    Muy buen artículo, doña Raquel.

    Se me ocurre que le faltan dos menciones. Una, criticar explícitamente un gran error de la «estrategia» liberal: el cheque escolar. Todavía hoy escucho cómo lo repiten con la fe del carbonero. Qué triste ver a gente tan lista que se niega a pensar.

    Segundo: la guerra. Algunos liberales abrazaron la idea de la guerra como proyecto político. Que España vuelva a tener un lugar en el Mundo, decían. Ha sido un gran error y, como suele sucede con los errores, pocos nos atrevemos a dejarlos atrás. Es difícil abandonar un error cuando tu salario depende de seguir en él. Es doloroso romper tus redes sociales y arriesgarte a que tus amigos personales te abandonen porque has querido salir del error. Lo entiendo. Pero sigue siendo un error. No son peores los efectos de seguir en el error?

    Ahora vivimos en la época de las guerras metafóricas (guerra contra el cáncer, contra la pobreza, contra el machismo, contra el colesterol, contra el azúcar). Las nuevas generaciones tienen que tragarse la apestosa moralina de la educación estatal (mal llamada pública). Y los liberales siguen en Babia, diciendo que hay que gastar más en defensa (es decir, en ataque). Que hay que recortar gasto social para aumentar el gasto policial y militar, lo cual solo conseguirá que aumente el gasto total. Pero el camino no es este. El camino es el del aislamiento militar y la apertura comercial. Las dos cosas. Todavía estamos pagando por el crimen de los Reyes católicos cuando expulsaron a los judíos.

    Parece incompleto hablar del estado redistribuidor, moralista y salvador sin hablar también de la Guerra y la Paz.

    Hay que exigir máximos: liberalización total de la educación, de la sanidad, de la banca, de la justicia y de la seguridad. Es muy mala idea salir a empatar.


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