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Liberalismo popular

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Hay ideologías que requieren de una vanguardia redentora capaz de ver más allá que el conjunto de la población; una élite de mente preclara capaz de aportar y aplicar soluciones que el populacho necesita, pero en su ignorancia mediocre desconoce. No es el caso del liberalismo y la concepción del mundo que conlleva. No hay teorías ni estadísticas que puedan adelantarse ni aprehender la complejidad de las pasiones y razonamientos individuales que hacen de la acción humana un hecho inusualmente impredecible y sublime, capaz de desafiar cualquier modelo que haya previsto su comportamiento.

Desde la atalaya académica, a veces puede perderse esta perspectiva, encerrando la libertad entre los lomos de libros protegidos por gruesos muros de facultades e instituciones. El liberalismo, lejos de ser una ideología abstracta sólo accesible a una minoría elitista, es una realidad práctica participada por los individuos.

El pasado 29-S vivimos una jornada en la que la práctica popular del liberalismo prevaleció sobre el sindicalismo institucionalizado del Estado español, sin necesidad de teorías abstractas, adoctrinamiento escolar, apoyo de partidos políticos o propaganda en los medios de comunicación de masas. Todas las estimaciones y experiencias de aquella jornada indican que la huelga general tuvo un seguimiento mínimo, muy alejado del 70 por ciento anunciado por los mismos sindicatos que la habían convocado. La realidad es que, salvo en sectores como el de la Industria, el país continuó funcionando y los españoles se dedicaron a trabajar a pesar de las dificultades que encontraron.

Allí donde los sindicatos impusieron su ley del silencio sobre los transportes públicos, la gente se organizó para salir antes de casa, sorteando los posibles piquetes que intentarían impedírselo; de forma no centralizada ni organizada, compartieron medios de transporte privado o caminaron distancias agotadoras para llegar en hora a su puesto de trabajo. Quienes pudieron, trabajaron desde casa. Los pequeños comercios, indefensos frente a la acción de las hordas sindicales, llegaron a enfrentarse sin cerrar o, para no arriesgar su supervivencia, bajaron la persiana al paso del piquete -clientes en su interior incluidos- para luego volverla a subir y así poder mantener la actividad que a final de mes consigue dar de comer a sus familias. Los otrora aplaudidos sindicatos fueron abucheados por la calle, la gente trabajadora perdió el miedo y no reprimió su enfado exponiendo las vergüenzas de la casta privilegiada que vive a su costa.

En esta lucha reaccionaria de los privilegiados para mantener sus privilegios, en la que ha quedado un instrumento como la huelga, los primeros y más severamente perjudicados fueron los trabajadores humildes. Zonas calientes como Madrid, donde la repercusión mediática es mayor, sufrieron la intransigencia de piquetes que intentaron por todos los medios a su alcance impedir el legítimo derecho a trabajar, también el día de la huelga. Desde la medianoche hasta que finalizaron las manifestaciones, se bloquearon los medios de transporte para impedir que la gente pudiera llegar a sus lugares de trabajo, pero tampoco volver a sus casas. A las 2 de la madrugada, decenas de autobuses permanecían bloqueados por piquetes “informativos”; en su interior, trabajadores que terminaban su jornada a esa hora intempestiva e intentaban llegar a sus casas. Paradójicamente, quienes se autodenominan sus defensores se lo impidieron. Quienes no consiguieron llegar a sus puestos de trabajo perdieron el sueldo y su cotización a la Seguridad Social mientras que los liberados que se lo impidieron cobraron íntegramente el salario correspondiente a ese día, si acaso el único en el que trabajan. Son sólo algunos ejemplos, pero podrían desgranarse algunos más.

Los trabajadores dieron una clase práctica de liberalismo. Sin necesidad de pasar por las aulas ni tener de su parte a grupos de poder organizados, simplemente trabajando, guiándose por el sentido común y esa necesidad tan humana que es ganarse el pan con el sudor de la frente. Esa es la fuerza y la actividad que mantiene con vida a las familias y, como consecuencia, a todo un país. Sin ellos, la pirámide de privilegios que se erige sobre su esfuerzo no podría mantenerse, y el 29-S estos trabajadores sacrificados dieron la espalda a la casta organizada que vive de ellos. No fueron actos heroicos, tan solo un despertar tardío del latente emprendedor que llevamos dentro. ¿Quién dijo que el liberalismo no era atractivo ni popular?

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