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Libertad y asco

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Algunos liberales radicales (coherentes y con raíces, fundamentos) sabemos algo de antropología. Sabemos que todos los grupos sociales, pequeños y grandes, primitivos y modernos, tienen algunas normas contrarias al derecho de propiedad y a la libertad de comercio: ciertos bienes o servicios tienen prohibido su intercambio, y esas limitaciones son parte esencial de la cultura de la sociedad; si esas normas cambiaran, la sociedad sería diferente.

Es típico de los conservadores insistir en que esas normas no deben cambiar, apelando a que cumplen alguna función esencial, la cual frecuentemente no saben especificar (aparte de preservar la naturaleza de dicha sociedad), tal vez porque es irracional, quizás porque no existe o porque es inconfesable (sirve para mantener algún privilegio que no conviene reconocer). Que las reglas existan y lo hayan hecho por mucho tiempo no las hace automáticamente legítimas ni acertadas: la descripción histórica no es lo mismo que la justificación ética.

Como liberales radicales no nos consideramos ungidos por nadie ni hemos recibido ninguna revelación que nos permita conocer sólo a nosotros la ética de la libertad: es simplemente el estudio (accesible a cualquiera con la formación intelectual suficiente) de normas con determinadas características formales (universalidad y simetría) y pragmáticas (funcionalidad, sirven para regular la convivencia y permitir la cooperación competitiva minimizando los conflictos). Estas normas éticas son el derecho de propiedad (o principio de no agresión) y la libertad de contratación (los contratos a su vez pueden generar nuevas normas que ya no serán universales ni simétricas pero que las partes intentarán que resulten adecuadas a sus intereses).

Una sociedad no es simplemente un mercado: el mercado es un subconjunto propio de una sociedad, mayor o menor, que no lo abarca todo. Pero no es lo mismo que las personas no intercambien algo porque no lo desean a que no lo hagan porque las leyes (formalizadas o no) no se lo permiten de forma coactiva. Un fenómeno psicológico esencial en la generación de las preferencias humanas es el asco o la repugnancia, una emoción muy básica que se siente sin necesidad de razonar o reflexionar. Es un mecanismo genético innato de rechazo con contenidos parcialmente instintivos (como ciertos olores y sabores) y parcialmente aprendidos (culturales, es posible aprender a sentir asco por ciertas cosas). El asco existe porque es adaptativo: suele sentirse repugnancia por sustancias nocivas para el organismo. Pero las sociedades modernas son muy diferentes del entorno evolutivo de los ancestros humanos: muchos avances tecnológicos permiten acciones antes inimaginables, y en algunos ámbitos es posible que el asco sea un obstáculo contrario al progreso individual y social.

Los mercados de órganos pueden parecer repugnantes a algunas personas. Sin embargo todas las partes del cuerpo humano pueden ser legítimamente objeto de intercambio voluntario: tanto aquellas que son más accesorias (el cabello, pequeñas cantidades de sangre) como las más esenciales. Uno puede donar o vender un órgano redundante, como un riñón, o incluso un corazón (y conseguir otro o recurrir a un corazón artificial); también es posible dar la propia vida para que los órganos sean aprovechados por otra persona. La integridad física suele ser valiosa, pero no es el único valor ni necesariamente el más alto. No se tienen más o menos derechos por estar más sano o físicamente más completo.

Cualquiera puede sentir asco respecto al intercambio de cualquier parte del cuerpo. Aquel que considere que sus órganos son partes esenciales de su cuerpo y de su dignidad no debería tener ningún problema con el intercambio de órganos entre otras personas: a él no se le obliga a nada. Pero que él tenga un problema moral no le legitima para impedírselo a otros por la fuerza. Puede contratar voluntariamente con otros para comprometerse a no realizar ciertas prácticas, o incluso boicotear pacíficamente a quienes las realicen, pero eso no es lo mismo que una prohibición estatal.

La libertad de una persona tiene límites: la libertad de los demás. Lo que no limita en absoluto la libertad de forma legítima es la pretensión de una sociedad de preservar su esencia, de no cambiar: por eso el liberalismo es tan diferente del colectivismo. La moralidad surge evolutivamente cuando no había mecanismos legales institucionales y permite resolver problemas de coordinación y cooperación más allá de lo estrictamente legal. Los sentimientos morales los tienen los individuos pero suelen ser compartidos en mayor o menor medida por los miembros de un grupo social (sobre todo si este es pequeño, homogéneo y cerrado). Uno puede preferir que los demás implementen tu propia moral, pero nadie tiene derecho a exigirlo. Lo que caracteriza a una sociedad libre es que la moral no se legisla ni se impone, y si se intenta degenera y decae: por eso resulta lamentable que algunos pretendan que la calidad moral de una sociedad se determine por sus prohibiciones legales.

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