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Lo que se ve y lo que no se ve del cierre de locales nocturnos contra el COVID

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Ha pasado ya casi un año y medio del fatídico mes de marzo de 2020. Muchos piensan que ese mes nuestra vida cambió por un virus, el tan traído y llevado COVID-19. Pero lo cierto es que no fue por un virus sin voluntad por lo que cambiaron nuestra vidas, sino por la reacción de la gran mayoría de los Gobiernos ante la pandemia. 

Por primera vez, los ciudadanos de los países democráticos, que nos pensábamos libres, pudimos constatar los frágiles límites de nuestra cacareada libertad. Y tuvimos que quedarnos encerrados en casa, saliendo solo cuando el Gobierno nos autorizaba y a hacer las cosas que nos permitía. Cuando por fin nos dejaron salir de casa, lo hicieron con drásticas reducciones en nuestra libertad de movimientos, que en España tomaron la forma de confinamientos perimetrales de pueblos, ciudades y regiones. A ellas se pueden unir un sinfín de medidas restrictivas, empezando por la obligación de llevar mascarilla incluso en espacios abiertos, y otras muchasafectando a distintos sectores económicos

Prácticamente todas las medidas han demostrado hasta la saciedad su inutilidad en la lucha contra el COVID, sin por ello dejar de ser aplicadas contumazmente por los Gobiernos, con honrosas excepciones puntuales. Prueba de esta inutilidad son los largos periodos de aplicación, que no tienen correlación con los ciclos de aumento y reducción de afectados por el virus.

Pero da igual. Ya está aquí la “quinta ola”, pese a vacunaciones y confinamientos, y vuelve el burro a dar vueltas a la noria. Ahora el foco lo tenemos en los jóvenes y sus contagios explosivos. ¿Solución? Muchos de nuestros políticos lo tienen claro: toque de queda, limitación de aforos o, por qué no, cierre de locales nocturnos.

En este artículo me centraré en esta última medida, y propondré un análisis económico clásico sobre sus supuestas bondades. A ver si en él encuentran argumentos los empresarios de tan sufrido sector para oponerse a las medidas de nuestros políticos.

Como decía el gran economista Bastiat, el arte de la economía consiste en identificar los efectos de las medidas políticas, no solo en el corto plazo y en los grupos a los que se dirigen, sino en todos los plazos y en todos los grupos. Solo de esta forma se puede establecer el efecto “neto” de la medida; sin este análisis completo, todas las medidas parecen efectivas y positivas para la sociedad.

Así pues, empecemos por lo que se ve. Y para ello vamos a hacer una asunción muy fuerte y a lo mejor errónea, y es que, efectivamente, el cierre de locales nocturnos suponga una reducción de contagios por COVID-19 y que ello contribuya a la detención de la pandemia, con beneficio para la sociedad. Que esto sea o no así no lo puede decir un economista, por lo que no procede manifestarse en este análisis sobre ello.

Ya tenemos “lo que se ve” de esta medida. Se reduce el número de contagios en asistentes a estos locales, y por tanto la sociedad se beneficia de que la pandemia ralentice su expansión. En el lado negativo de “lo que se ve”tenemos a los propietarios de este tipo de negocio, que verán reducida su actividad económica hasta la inviabilidad, lo que afectará también a todos los individuos que aporten recursos a la actividad, como empleados, arrendatarios, suministradores de bebidas… o incluso taxistas/Uber/Cabify que verán reducida su actividad nocturna considerablemente.

Vayamos a “lo que no se ve”, lo cual normalmente exige un análisis dinámico de la situación. En un análisis estático, al individuo se le asume sin creatividad: se le prohíbe que vaya a locales nocturnos y deja de ir y se queda en su casa sin relacionarse. Pero ninguna persona corriente es así. Cuando no pueden resolver su necesidad de una forma, las personas normales empiezan a pensar en cómo resolverla de manera alternativa, no en olvidar su necesidad. Y aunque es cierto que a muchas no se les ocurre cómo hacerlo, con unas pocas que acierten, los demás las imitamos, y el problema se resuelve.

Las visitas a los locales nocturnos cubren la necesidad de un grupo de población (jóvenes, y no tan jóvenes) de relacionarse con otras personas. Esa necesidad no desaparece con la prohibición de abrir locales nocturnos; la necesidad se mantiene y la gente tratará de buscar alternativas dentro de la libertad que se les permita. Cuando el confinamiento era domiciliario, las telecomunicaciones cubrieron razonablemente bien el expediente, aunque la solución que nos dan es insatisfactoria desde muchos puntos de vista. 

Pero sin la confinamiento, los jóvenes se seguirán reuniendo, sea en la calle, sea en domicilios particulares, o en locales que desafíen la ley. Es por ello que hay que completar la prohibición con otras como el toque de quedao limitaciones en reuniones en casas particulares, en un proceso clásico de expansión de la regulación que tan bien describe Mises en su obra clásica “La teoría del control de precios”.

En suma, el análisis dinámico de la demanda nos muestra que las reuniones y los contactos que posibilitan la transmisión del virus se seguirán produciendo, y seguramente lo hagan en condiciones que faciliten más su propagación, como puedan ser de muchas personas en domicilios particulares.

Valgan estos como apunte de un inicio del análisis. Veamos ahora brevemente qué pasa con la oferta desde el punto de vista dinámico. Al prohibir de forma absoluta la apertura de locales nocturnos, desaparecen completamente los incentivos a innovar que estos emprendedores puedan tener. Si aceptamos, como hemos hecho, que la asistencia a estos locales supone un riesgo alto de contagiarse y expandir el virus, es obvio en que los primeros interesados en tomar medidas para que ello no ocurra serán los propios gestores de los locales.

Dada su motivación, en un contexto de libertad, serían ellos los que buscarían alternativas seguras para sus clientes, posiblemente cooperando con expertos en contagios (o sea, como dicen los políticos que hacen, pero aquí con el incentivo correcto). Quizá tengan que reducir el aforo, quizá la solución sean sistemas de circulación de aire, o ventilación periódica, o control de CO2. Yo no lo sé, no soy experto en epidemiología, pero sí sé que los empresarios terminarían encontrando una solución si se les dejara competir en libertad.

Por el contrario, la prohibición desincentiva, no solo directamente (al no poderse llevar a cabo la actividad, para qué pensar en cómo hacerla segura),  tal innovación. Imaginemos un emprendedor que se ha esforzado por buscar soluciones, ha invertido en implementarlas, y lo ha hecho con éxito. Ello le ha supuesto un mayor coste, y, por tanto, tendrá que cargar un mayor precio para recuperar su inversión a cambio de una interacción social segura (desde el punto de COVID). Sin embargo, con la prohibición absoluta que plantean los políticos, este empresario está exactamente en las mismas condiciones competitivas que sus rivales que no han hecho tal esfuerzo emprendedor e inversor. Sabiendo que estos cierres indiscriminados pueden volver a ocurrir, ¿qué empresario estará dispuesto a asumir el riesgo de esta búsqueda? Por tanto, para la sexta, la séptima y sucesivas oleadas, seguiremos sin tener locales nocturnos sin riesgo COVID.

Aun aceptando, que es mucho aceptar, que el cierre de locales nocturnos frena el contagio del COVID, se observa que tal prohibición tiene efectos dinámicos muy negativos para la sociedad, más allá de los estáticos de pérdida de trabajo y en general de actividad económica. En suma, dicha prohibición obstaculiza la búsqueda e implementación de soluciones seguras (frente al COVID) para la interacción de  nuestros jóvenes. Como esta necesidad no tiene visos de ir a desaparecer, más valdría a los Gobiernos abandonar la táctica de prohibición, que, en el fondo, es solo dar una patada para adelante al problema. 

Y esto nos llevaría al tema del funcionamiento de las vacunas. Pero a esto no podemos responder con el método de Bastiat, así que dejémoslo aquí.

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