Es frecuente encontrar individuos que excusan la tiranía de determinados déspotas en base a los supuestos logros sociales que se han obtenido. Para ellos, la consecución de un bien superior justifica el avasallamiento de los ciudadanos sometidos bajo el sátrapa de turno. Así, la opresión y falta de libertades es un sacrificio menor al que se ve sometida la población en general de un país. A cambio obtendrá como recompensa unos valores superiores que sólo de este modo es posible lograr.
Este razonamiento no supone ninguna novedad. Ya antes de la Segunda Guerra Mundial era frecuente que determinados políticos europeos excusasen a Hitler por sus «excesos», ya que había logrado grandes avances para Alemania, entre los que solían citarse fundamentalmente la red de autopistas alemanas. Según ellos, el recorte de libertades y derechos que suponía la dictadura del partido nazi eran compensados con creces por los avances sociales que lograba el Gobierno.
Toda dictadura suele encontrar su justificación moral en unos supuestos logros sociales que sólo por medio de ella se alcanzarán. No obstante, y tal y como se puede comprobar en la práctica, resulta difícil percibir las bondades de dicho bien si no se pertenece al grupo selecto destinado a guiar los destinos del nuevo orden.
Si tomamos el ejemplo original de las autopistas, a priori puede resultar difícil rebatir el hecho de que las redes existentes en Alemania e Italia antes y durante de la Segunda Guerra Mundial eran prácticamente las mejores y más extensas de Europa. Sin embargo, atendiendo a las descripciones de la época, no era extraño encontrarse con el hecho de que dichas vías tenían un tráfico inferior al de las carreteras secundarias inglesas de la época. Por tanto, gran cantidad de dinero de los contribuyentes alemanes e italianos fueron destinados a una serie de proyectos faraónicos de los cuales no se obtuvieron casi rendimiento, al apenas ser utilizados. Como resultado, el mantenimiento de dichas fantásticas redes fue recortándose, hasta el punto de que cuando Hayek escribió su Camino de Servidumbre comentaba que el mantenimiento de las autopistas se había suspendido totalmente. Si el dinero proporcionado por los impuestos para la construcción de estas obras hubiese permanecido en el bolsillo de sus ciudadanos y éstos hubiesen gozado de libertad, podrían haberlo destinado a la satisfacción de necesidades que sí les iba a interesar, en lugar de verse desperdiciados en proyectos que no les iba a reportar ningún beneficio.
La misma conclusión se puede obtener de los tiranos modernos. Los defensores de cierto dictador actual suelen centrar su enaltecimiento en el servicio sanitario que existe en el país. Así los asesinatos, robos y limitación de libertades que tiene lugar son hechos desgraciados pero que quedan relativizados por este bien común. Sin embargo este famoso modelo sanitario hace aguas por todos lados al carecer del más mínimo mantenimiento las instalaciones o carecer de medicinas. Por lo tanto todo el dinero gastado por el dictador sólo ha servido como medio de propaganda del régimen, sin que la mayoría de los ciudadanos haya percibido el más mínimo beneficio del dinero que se le ha expropiado.
Quienes justifican esta superioridad de la tiranía por haberse beneficiado el interés general debido a unos determinados logros, suelen olvidar cuál es el objetivo fundamental de un Gobierno. Para ello, nada mejor que recordar el segundo párrafo de la declaración de independencia de los EE.UU., donde se afirma lo siguiente:
Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados […]
La labor fundamental del Gobierno es garantizar los derechos fundamentales del individuo, es decir, la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Ningún Gobierno puede conseguir ningún fin superior a éstos, por muy loable que parezca, mucho menos si pretende lograrlo eliminándolos.
El fallo de todos los tiranos radica en la consideración del individuo como mero mecanismo que sirve para lograr otro fin, cuando es al revés, es el Gobierno el que debe estar al servicio del individuo, para que éste tenga garantizado su vida y libertad frente a otras agresiones. El individuo es el mayor bien social que tiene cualquier Gobierno, y es el que proporcionará nuevas formas de bienestar con su trabajo e inventiva, siempre que sea libre de aplicarlos. Sólo de esta forma, respetando y confiando en la ciudadanía, podrán obtener los gobiernos un fin superior, sus gobernados.
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