Nos encontramos ante un panorama internacional de clara desaceleración económica.
El periodo estival no suele ser una época de gran relevancia para las noticias económicas, ya que la volatilidad en este campo suele ser baja durante el verano. Los principales dirigentes a nivel mundial se van de vacaciones, los políticos realizan un menor número de declaraciones y los ciudadanos se despreocupan de dichos asuntos durante al menos unas semanas. Pero este verano ha sido diferente. La economía global ha vivido grandes vaivenes a lo largo de estos últimos dos meses, algunos de ellos interrelacionados y muchos otros a nivel individual o por causas políticas.
Las noticias económicas del verano han girado en torno a la guerra comercial entre EE. UU. y China, que ahora ha tornado también en contienda monetaria. Por otra parte, Argentina sigue su camino hacia la autodestrucción tras la victoria del peronismo en las primarias (y más que probable victoria en las generales de octubre). En tercer lugar, Alemania no logra frenar su desaceleración y además trata de sumarse al club de los estímulos keynesianos en un claro brindis al sol. Y, por último, el Reino de España, bajo el Gobierno en funciones de Pedro Sánchez, continúa sin acometer ningún tipo de reforma para tratar de contener la desaceleración, la cual, por supuesto, se continúa negando. Veamos algo más en detalle esta larga lista de sucesos.
En primer lugar, viajemos hasta Buenos Aires, donde el pasado 12 de agosto, Alberto Fernández festejaba su victoria sobre Mauricio Macri en las primarias argentinas, habiendo obtenido un 47% de los votos a través de la plataforma Frente de Todos, contra el 32% del actual presidente. Esta victoria del populismo argentino no sorprende en absoluto, ya que a lo largo del año 2018 y debido al nefasto inmovilismo de Macri, la economía argentina se derrumbó un 2,5% en términos de PIB y el nivel de inflación anual alcanzó el 47,6%, con lo que llegó a un 50% interanualizado durante los primeros meses de 2019.
Macri llegó a la Casa Rosada en 2015 prometiendo reformas de amplio calado a nivel de mercado laboral, política comercial e incluso una esperanzadora reforma fiscal que ayudaría a reducir el gasto público desde el 45% del PIB actual. Cuando Macri llegó al poder, el déficit de Argentina se situaba en el 6% del PIB, que al no poder ser financiado a través de la emisión de bonos en el mercado internacional (debido a la baja credibilidad y alto riesgo de la deuda soberana argentina), debía ser monetizado por el BCRA. El dato de déficit del 2,4% registrado en 2018 parece señalar que el Ejecutivo argentino logró solucionar el problema, pero no es así en absoluto.
Nada más llegar al poder, Macri levantó el cepo cambiario (restricciones cambiarias para evitar mayor devaluación del peso) sin haber reducido el déficit fiscal de antemano. Dicho error conllevó a una enorme devaluación del peso (llegó a perder un 80% de su valor respecto a años anteriores a 2015) y su consiguiente inflación de más del 40%. Cuando el peso ya había perdido más del 50% de su valor respecto al dólar, Macri solicitó una línea de crédito al FMI, que se cerró en 57.000 millones de dólares, sirviendo este influjo de capital para sostener al Ejecutivo algunos meses más y atrasar o paralizar definitivamente cualquier atisbo de reforma. Macri y su ineficiente gradualismo reformista sirvieron para hundir aún más a Argentina en un pantano de deuda pública, pero, ante todo, arruinó la única oportunidad que Argentina tenía para ser lo que un día fue. Amigos argentinos, prepárense porque aún queda lo peor.
Ahora nos trasladamos hasta Berlín para observar el enturbiamiento de la principal potencia económica de Europa, Alemania.
Las señales de riesgo de la economía alemana no engañan, y es que la contracción del PIB del 0,1% registrada durante el último trimestre ha hecho saltar todas las alarmas en el país bávaro. Muchos podrían pensar que este es un mero dato sin importancia, pero no serían capaces de afirmar esto si conociesen el descenso del 7,2% del volumen de exportaciones registrado en junio, prueba de la más que inminente pérdida de competitividad de la economía alemana (y europea) frente a diversas potencias, muchas de ellas clasificadas dentro del grupo de países emergentes.
Frente a dicho escenario y ante la intención del BCE de continuar por la senda de la política monetaria ultraexpansiva, el ministro de Finanzas alemán, Olaf Scholz, declaró que Alemania disponía de cerca de 50.000 millones de euros para gasto público, que serían inyectados en la economía en caso de recesión. Mientras tanto, el presidente del Bundesbank y miembro del consejo del BCE, Jens Weidmann, reiteró su opinión acerca de la inefectividad e innecesaridad de dicho keynesianismo fiscal.
Alemania lleva años liderando Europa precisamente por su gran gestión económica, en parte gracias a las exitosas políticas de austeridad eficiente llevadas a cabo por su Ejecutivo desde los años previos a la Gran Recesión. Forzar ahora un giro copernicano en materia fiscal no ayudará en absoluto ni a Alemania ni mucho menos a Europa.
Por otro lado, y para completar la tormenta global que ha supuesto este periodo estival en términos de política económica, Donald Trump ratificó la introducción de nuevos aranceles del 10% a 300.000 millones de dólares de productos chinos junto con un aumento del 25% al 30% para todos aquellos bienes sobre los que se aplicase dicha tasa, todo ello a partir del 1 de septiembre. Dicha escalada arancelaría no ayuda en absoluto al comercio global, pues desestabiliza aún más las cadenas internacionales de valor y resta seguridad jurídica a todas aquellas inversiones realizadas en cualquiera de los dos países involucrados en dicha disputa. A su vez, la contienda trumpista contra el gigante asiático tiene graves efectos indirectos en terceros, principalmente a través del aumento del coste de gran cantidad de insumos, como los componentes para el ensamblaje de automóviles.
Lo más grave de todo fue la decisión por parte de Trump de nombrar oficialmente “manipulador de divisa” a China, algo que EE. UU. no ha hecho en 25 años con ningún país. El error de Trump viene de saltarse las directrices para la catalogación oficial de manipulador monetario, las cuales llevan establecidas desde 1988 por el Tesoro, organismo encargado de analizar estos casos. Dichas directrices se basan en parámetros (volatilidad de la divisa por intervención política, efecto de la intervención en la balanza comercial, etc.) establecidas por el FMI, las cuales Trump ha decidido ignorar, tal y como explico detalladamente en este hilo de Twitter.
Por último, cogemos el Falcon para viajar de vuelta de EE. UU. a España. En nuestro país, podemos observar cómo el Gobierno central continúa ignorando las claras señales de desaceleración y los indicadores adelantados del propio Ministerio de Economía. Todo con el burdo propósito de negar cualquier tipo de fricción en la economía española.
En España, los datos tampoco son nada halagüeños. El índice de cifra de negocios de la industria se contrajo un 0,7% interanual en junio de 2019, junto con un consumo de luz industrial que se redujo prácticamente un 8%, también interanualizado, todo ello acompañado de crecimiento negativo en más del 50% de las industrias que forman la economía española. Mientras tanto, el crecimiento se mantiene con base en una reducción de las importaciones (menor inversión en bienes de capital) y un aumento del gasto público en más de 21.000 millones solo en 2018. Todo ello, junto a la burda negativa del Ejecutivo socialista a realizar cualquier tipo de reforma estructural. Todos sabemos lo que ocurre cuando el Gobierno comienza a negar y tratar de ocultar la desaceleración.
Como se puede observar, nos encontramos ante un panorama internacional de clara desaceleración económica. En general, todos los países comienzan a dilucidar qué tipo de medidas o reformas podrán ser implementadas a lo largo del próximo año para tratar de reducir las fricciones existentes en la economía global, y así frenar la contracción económica que ya se presenta a nivel mundial. Abróchense los cinturones.
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