El salario mínimo ejerce de barrera importante en países donde los costes laborales son elevados y no hay margen entre dicho salario y la productividad marginal.
Ha sido noticia durante las últimas semanas: Podemos y PSOE han incluido una subida de un 22,3% del salario mínimo en el acuerdo presupuestario para 2019, dejándolo en 900 euros. Una medida que tachan de “justicia social” para acabar con la precariedad laboral y facilitar la subida de salarios que precisa España. En total, la cobertura del salario mínimo, que llegaba, hasta ahora, al 3,6% de los trabajadores, pasará al 7,6%.
El mes pasado escribía sobre cómo la política nos vuelve estúpidos (ver aquí) al cegarnos en el momento en el que defendemos nuestras ideas en distintas materias en las que la ideología llama a nuestra puerta y acaba por distorsionar la visión que tenemos del mundo.
En muchos campos se ha desarrollado lo que Pierre Cahuc y André Zylberberg denominan el negacionismo, el cambio climático o la medicina, por poner algunos ejemplos, se han llenado de gurús que por razones de búsqueda de notoriedad, por intereses creados, por fe o por su ideología, defienden posiciones que se alejan de todo razonamiento científico, y la economía no iba a ser menos, a pesar de que esta no sea considerada como ciencia por algunos economistas.
Esto último sucede también dentro del mundo liberal. Es legítimo defender la libertad hasta sus últimas consecuencias, yo mismo lo hago, pero es necesario ser rigurosos en el estudio y defensa de nuestras ideas si lo que pretendemos es mejorar el mundo —yo no quiero un mundo más libre per se, sino porque considero que la libertad económica y social son las más propicias para lograr la prosperidad—, puesto que hasta un comunista está lleno de buenas intenciones.
La clave en economía, al igual que en otras materias de estudio, es tratar de analizar las relaciones de causa y efecto. El método seguido en la Escuela Austríaca de Economía ha sido el de partir de lo general para explicar lo concreto, es decir, aplica el método deductivo. Sin embargo, en ocasiones falla a la hora de demostrar que sus “leyes” sobre la economía están en lo cierto, puesto que tiende a rechazar el análisis científico por ser inútil a la hora de pretender modelizar al ser humano.
En efecto, la economía es una ciencia social y, por ello, capturar en modelos que sirvan de predicción y generalización del comportamiento humano es una tarea prácticamente imposible, algo que ha defendido hasta el último premio Nobel, Paul Romer. Pero que las matemáticas no debieran usarse a la ligera en la economía no significa que se deba renunciar a ellas para explicar ciertos comportamientos de los agentes económicos, siempre y cuando (i) no se acabe por generalizar las conclusiones obtenidas; (ii) se evite el historicismo; y (iii) los supuestos de partida no alejen las estimaciones de la realidad para acercarse a las ideas preconcebidas del economista de turno.
También debemos tomar nota los liberales sobre este último párrafo, a saber, en muchas ocasiones generalizamos comportamientos a todo el mundo dadas nuestras teorías y visión del mundo. Por ejemplo, argumentamos que las subidas del salario mínimo crean paro, porque suponen incrementar las barreras de entrada al mercado laboral para muchos ocupados. La lógica es aplastante puesto que si a un empresario le incrementan el coste de contratación tendrá menos incentivos a ocupar a más gente, sobre todo a aquella que es menos capaz de producir, como mínimo, el mismo valor de su salario bruto. Sin embargo, este esquema no es seguido bajo todas las circunstancias, o al menos eso es lo que demuestra la evidencia empírica acerca del salario mínimo.
Es el caso de, por ejemplo, Nueva Jersey, que en 1991 elevó su salario mínimo de 4,25$ la hora a 5,05$. Card y Krueger (1994) no encontraron evidencias de una reducción de empleo para los restaurantes de comida rápida, donde a priori tendría que haber un mayor efecto negativo. Eso sí, los precios en estos restaurantes se incrementaron con respecto al precio en cadenas de restauración análogas en el este de Pensilvania, lo que probablemente pudo deberse a que el coste de la subida del salario mínimo fue trasladado a los consumidores.
En Estados Unidos la evidencia no suele encontrar efectos negativos de subidas del salario mínimo, debido sobre todo a los bajos costes a los que deben hacer frente los empleadores (ver aquí), además de que cuenta con un mercado laboral mucho más flexible (ver aquí). A esto hay que añadir que en Estados Unidos el salario mínimo en términos reales es menor hoy que en 1968 (ver aquí).
Un incremento del salario mínimo, además, puede producir aumentos de la inversión en capital humano, sobre todo en los trabajadores menos capacitados, con el objetivo de reducir las probabilidades de acabar en paro (ver aquí), sin embargo, en situaciones en las que existe un monopsonio en el mercado laboral, el salario mínimo reduce el poder de negociación de los empleadores, lo que fuerza a acercar los salarios a la productividad marginal, lo que puede producirse a costa de una menor inversión en capital humano debido a una menor prima a los trabajadores más cualificados (ver aquí), lo que se traduce en una menor tasa de escolarización (ver aquí y aquí).
En Europa, en países como Alemania los estudios sobre el salario mínimo no muestran efectos negativos (ver aquí), aunque se señala como un método poco efectivo para reducir la precariedad laboral y la pobreza (ver aquí y aquí). En cambio, en países como Francia, cuyos costes laborales son elevados —casi el doble que en Estados Unidos para trabajadores que perciben el salario mínimo—, incrementos del salario mínimo aumentan las probabilidades de perder el trabajo para aquellos afectados por tal subida, mientras que los trabajadores con salarios superiores no sufren tales efectos (ver aquí).
En España, el mercado laboral es mucho más disfuncional y rígido (ver aquí), por lo que podría pensarse que el salario mínimo podría tener efectos más negativos, sin embargo la evidencia no muestra tales efectos en una gran magnitud, en concreto, subidas del salario mínimo desvinculadas de la evolución de la productividad sugieren un descenso en una décima del PIB y de dos décimas en el nivel de ocupación (ver aquí). Lo que sí parece claro es que los más afectados por las subidas del salario mínimo son los jóvenes, los extranjeros y las mujeres (ver aquí y aquí).
Es decir, en España, el salario mínimo tampoco tiene demasiadas implicaciones, y los efectos negativos que produce suelen concentrarse sobre los sectores más vulnerables, pero, ¿por qué?
Para empezar, aproximadamente solo el 1% de los empleados en España cobran menos que el 105% del salario mínimo, frente al 7% que se encuentra en la Unión Europea, además, los convenios colectivos como marco de fijación de salarios siguen siendo predominantes al salario mínimo (ver aquí). Eso sí, la tasa de cobertura se va a incrementar notoriamente, por lo que el SMI pasará a correlacionarse de una forma más evidente con los convenios colectivos, y dichos convenios parecen mostrarse como uno de los mecanismos más importantes para explicar la inflación de precios, puesto que fijan las subidas salariales en función de las expectativas sobre el crecimiento de los mismos, y como una profecía autocumplida, los precios acaban por subir, sin que haya una subida real de los salarios (ver aquí), por lo que uno de los efectos más probables de la subida del salario mínimo será una mayor inflación, por lo que la pobreza laboral no se reducirá.
Es más, tan solo el 10% de la población por debajo del umbral de la pobreza son personas que perciben el SMI, ya que los individuos que lo perciben suelen ser jóvenes que no son miembros de familias pobres; por otro lado, una buena parte de los trabajadores pobres lo son por trabajar pocas horas, no por cobrar poco por hora; por último, las familias pobres se caracterizan por no tener ningún miembro con empleo, no porque tengan un salario reducido (ver aquí). De hecho, algunos expertos indican lo poco aconsejable del salario mínimo para reducir la desigualdad y la pobreza (ver aquí).
El problema es que el salario mínimo donde tendrá un mayor efecto será entre los más jóvenes, cuya tasa de cobertura llegará al 22,4%, aproximadamente, y también entre los parados de larga duración (17%), y en empresas con menos de 6 empleados (15,3%). La tasa de destrucción de empleo de aquellos trabajadores con un salario en T por debajo del salario mínimo fijado en T+1 ha crecido en más de 10 puntos porcentuales en el último lustro, por lo que una subida de un 22,3% en el SMI tendrá efectos negativos entre los colectivos más desfavorecidos —pero no por ello más pobres, como acabamos de comentar— (ver aquí).
El salario mínimo ejerce de barrera importante en países donde los costes laborales son elevados y no hay margen entre dicho salario y la productividad marginal, que suele suceder con ciertos colectivos como los jóvenes. Por esta razón, buena parte de los países desarrollados han instaurado sistemas en el que los trabajadores incrementan su salario mínimo a medida que cumplen años, sin embargo, España lo igualó para jóvenes y adultos en 1998.
Como he indicado, nuestras ideas y valores no deben cegarnos ante la evidencia, puesto que repito, el objetivo debe ser lograr un mundo mejor y es cierto que este se alcanza dando a cada persona el mayor grado de libertad posible, para que pueda llevar a cabo sus planes vitales. Dicho esto, uno debería estar en contra del salario mínimo puesto que no es más que una prohibición a trabajar por una cantidad determinada de dinero, es más, desde Twitter algunos han dicho que las empresas que no sean capaces de pagar el salario mínimo deberían cerrar y, con acierto, Juan Ramón Rallo se preguntaba por qué no se hace lo mismo con los autónomos —entiéndase lo retórico de la cuestión—.
Ahora bien, una cosa es que no nos guste el salario mínimo y otra bien distinta es inferir que sus resultados son malos per se, quedándonos en lo superficial del análisis. Y es que la evidencia disponible no muestra resultados evidentes, por lo que a la hora de debatir con alguien que defiende el salario mínimo es un mal argumento el decir que este va a generar paro; pero no, la subida del salario mínimo no es que no vaya a tener efectos, puesto que lo que sí que muestra la evidencia es que 1) el salario mínimo afecta de manera negativa a trabajadores poco formados y jóvenes cuya productividad es limitada; 2) puede llegar a reducir la inversión en capital humano, al eliminar la prima de habilidades y al reducir el margen que tienen las empresas para hacer frente a los costes de formación; y 3) el salario mínimo es una mala herramienta para reducir la pobreza y la desigualdad.
Habrá que esperar un tiempo para ver si subir en más de un 22% el SMI acaba por provocar tales efectos, puesto que las circunstancias cambiantes hacen variar los resultados, y lo que era válido para ayer puede dejarlo de ser hoy. Lo que parece evidente es que es una temeridad subir el salario mínimo y defenderlo sin al menos realizar una valoración previa de objetivos y de posibles resultados.
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