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Los empresarios del politburó

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Durante los últimos días hemos podido asistir a un cruce de declaraciones entre los presidentes de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) y el Consejo Superior de Cámaras de Comercio. Ambos se acusan de no disponer de la suficiente representatividad y al mismo tiempo, en sus respuestas, han intentado justificar veladamente sus funciones y su existencia.

Sin embargo, se trata de dos organizaciones que dependen directamente del poder coactivo del Estado. En el primer caso, la CEOE recibe fondos y subvenciones previamente detraídos forzosamente a la ciudadanía. Y en el segundo caso, todavía peor, las Cámaras de Comercio cuentan con una cuota especial sobre beneficios anuales que las empresas están obligadas a pagar.

La existencia de ambas organizaciones supone una prueba evidente del tipo de capitalismo que disfrutamos, un sistema burocratizado en el que las relaciones contractuales entre los agentes económicos están profundamente dirigidas desde oficinas ajenas a la realidad y apoyadas en el ordeno y mando. Este sistema entorpece la función social de los empresarios con trabas y obstáculos que hacen más difícil la realización de su labor.

En realidad, los empresarios son la fuerza motriz de toda sociedad. Su principal tarea es la búsqueda de beneficios. Pero con ello realizan una función que va más allá de la que cada empresario cree desempeñar. Pues su labor es coordinadora y a la vez creadora. Cuando un empresario cree vislumbrar un desajuste o diferencia positiva entre los precios por los que podría vender una mercancía o servicio y el precio que le costaría fabricarla u ofrecerlo, descubre una oportunidad que previamente había permanecido desapercibida por los demás empresarios. Esta oportunidad vista sagazmente reportará beneficios cuyo origen proviene de la creatividad del sujeto. Por tanto, se tratan de beneficios creados de la nada, pues provienen de la perspicacia del empresario y no de ningún tipo de explotación. Asimismo, el proceso coordinador no tiene fin ya que, al crear de la nada posibilidades de negocio se están abriendo nuevas oportunidades que una vez descubiertas crearan otras ocasiones de lucro que coordinarán. Es un proceso dinámico y continuo que debido a las marañas paralizantes del Gobierno a través, en este caso, de la CEOE o las Cámaras, se ve obligado a emprender rodeos innecesarios para hacer llegar a los consumidores los bienes que más desean.

Así, los mismos que dicen representar a los empresarios son los que obstaculizan su labor mediante la negociación y posterior imposición de convenios colectivos y cuotas sangrantes que distorsionan los intercambios libres y voluntarios que de otro modo se hubiesen llevado a cabo. El proceso ve desviada su creatividad, se pierde parte de la capacidad coordinadora y se dilapidan recursos siempre fundamentales para el bienestar de la sociedad.

Estos empresarios, en lugar de ser mandatarios de los consumidores y organizar la producción eficientemente se mueven bajo intereses políticos. Son agentes del Estado y cómplices de los gobernantes. Realizan tareas obstructoras al son del buró en lugar de creadoras propias del capitalismo, y viven a costa de los contribuyentes y de los sufridos verdaderos empresarios que sí están pendientes de las necesidades de los consumidores. Por todo ello estos organismos deberían desaparecer y sus dirigentes convertirse en verdaderos empresarios al servicio del consumidor en el mercado libre. Si pueden.

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