Me apresuro a aclarar que ninguna de las frases que componen el título es de mi coleto, yo me he limitado a intercalar la conjunción adversativa que las une para formarlo. La primera la pronunció hace un mes el señor Luca de Meo, que es el presidente de la patronal europea de fabricantes de coches, además de CEO de Renault, y fue titular en diversos medios[1].
La segunda procede de un ufano anuncio que la Comisión Europea hizo el 28 de diciembre mediante la red X: “Una Unión, un cargador” es el slogan. A partir de ese día, todos los aparatos electrónicos vendidos en la UE tenían que incorporar un puesto USB-C para su carga. Ello implica para los europeos “mejor tecnología de carga, menos e-desperdicios, y menos lío para encontrar el cargador necesario”, nos dicen en el mismo mensaje. También fue noticia en numerosos medios, en más que la primera, aunque aquella resulte más llamativa.
Es difícil interpretar de forma positiva la primera frase: lo que nos dice de Meo no es que los europeos no quieran comprar coches, sino que cada vez se lo pueden permitir menos. ¿Es porque los europeos son más pobres, o porque los coches son más caros? De Meo se inclina por esta última causa. En cuanto a la segunda frase del título, aquí sí aparece algo positivo a primera vista para el ciudadano europeo, que gracias a la Comisión Europea se encontrará con un futuro más sencillo y más verde a la hora de cargar sus dispositivos electrónicos.
¿Qué tienen en común entonces ambas frases que hayan impulsado a un servidor a combinarlas en el mismo título? Pues que ambas son consecuencia de un mismo tipo de intervención regulatoria en el mercado, lo que los economistas llaman fijación de mínimos de calidad.
Las soluciones del mercado no intervenido
En el mercado no intervenido, las condiciones de una transacción son fijadas libremente por las partes. Una de dichas condiciones y muchas veces la única negociable, es el precio. A las autoridades les gusta mucho intervenir en los precios fijando máximos y mínimos, y es por ello que las consecuencias de la regulación de precios están muy estudiadas y son conocidas sobradamente por todo el mundo, menos, parece, por aquellos que toman la decisión de regular.
De la misma forma que se pueden establecer regulatoriamente límites al precio que pueden acordar las partes, el Estado también interviene en otras de las variables de la transacción. Por ejemplo, se pueden establecer regulatoriamente ciertas características del producto. Esto son los llamados mínimos de calidad.
La obligación que tienen los productos de consumo duradero de dar un periodo mínimo de garantía es un mínimo de calidad. Otro ejemplo lo constituye, precisamente, la obligación implícita en la segunda frase del título de este artículo: que todos los productos electrónicos incorporen un puerto USB-C.
El establecimiento de mínimos de calidad, como cualquier intervención en el mercado, tiene consecuencias. Estas son bien conocidas por los economistas. La fijación de mínimos de calidad supone un incremento de los costes en la elaboración del producto, por lo que tenderá a hacer que suban los precios del mismo. Dicha subida hará que determinados individuos, los compradores marginales, queden excluidos del acceso al producto o servicio.
Productos más caros
En el hipotético caso de que los consumidores demandaran y valoraran adecuadamente ese mínimo de calidad, los efectos sobre el mercado serían irrelevantes: el producto es más caro, pero satisface mejor las necesidades de los clientes, y lo que ha pasado es que el regulador ha acertado con lo que quería y valoraba la gente.
Obviamente, el caso hipotético descrito, si bien es teóricamente posible, es milagroso que ocurra, simplemente por los incentivos del regulador frente al emprendedor. Este último se beneficia si acierta con la configuración adecuada del producto, algo que no le pasa al regulador. Idénticamente, el emprendedor padece los costes de equivocarse en tal diseño, mientras que el regulador no soporta los costes de imponer los mínimos de calidad.
En suma, lo normal es que la consecuencia de la fijación de mínimos de calidad sea el encarecimiento del producto por incorporar características que el consumidor no valora suficientemente como para pagar el diferencial.
Aquí es donde enlazamos con la frase de Luca de Meo y primera parte del título de este artículo. Y es que los coches europeos están sujetos a intensas y crecientes mínimos de calidad. Aquí entran cosas tan anecdóticas como las sucesivas obligaciones de llevar chalecos reflectantes, triángulos de avería o sirenas de señalización, así como los requisitos relacionados con la protección del medio ambiente. Todo ello hace que el precio de los coches se acreciente sin que el comprador perciba una mayor utilidad del vehículo[2], por lo que es más remiso a comprarlo y prefiere buscar alternativas para satisfacer las necesidades que el vehículo privado satisfaría.
Menos innovación
La situación que denuncia de Meo tiene una causa clara: la regulación de mínimos de calidad impuesta por la Comisión Europea a los vehículos. Y es este mismo tipo de regulación la que inicia su andadura para los aparatos electrónicos con el cargador universal.
Que nadie se engañe, sus efectos serán los mismos: el encarecimiento del producto sin beneficio correlativo para el consumidor. Puede que a mucha gente le parezca fenomenal esto del cargador único; las ventajas son claras. Lo que no vemos son los costes, tanto estáticos como sobre todo dinámicos, ocasionados por el desincentivo a innovar en puertos de carga. Y si todo para aquí, la cosa puede quedarse en anécdota, como cuando nos obligaron a llevar chalecos reflectantes en el coche.
No parará aquí, claro que no. Y dentro de unos años me temo que tendré que rescatar este artículo y reescribirlo con otro título, tal vez este: “Los europeos ya no pueden comprar teléfonos móviles, pero su roscón de Reyes tiene más naranja confitada.”.
Notas
[2] «la regulación que viene eleva en un 40% el precio de los vehículos» nos dice de Meo en la noticia citada.
Ver también
La regulación en la telefonía móvil: las antenas. (Alberto Illán Oviedo).
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