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Los impuestos a los ricos perjudican a los pobres

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«Defendemos el Capitalismo laissez faire porque es el único sistema compatible con la vida de un ser racional».

Ayn Rand

¿Qué hay que hacer para resolver la pobreza? Preguntemos a cualquier político -de derecha, izquierda o casi cualquier lugar del espectro existente- y de manera irremisible encontraremos una constante respuesta en una única dirección: la «solidaridad». Lo cual debe entenderse –no hay otra forma- no ya como genuina solidaridad entre individuos de manera voluntaria, sino como una forzada por el Gobierno: éste quita algo a Pedro para dárselo a Juan. Resulta innegable que aquí ni quien da (el Gobierno), da algo producido por él, ni el justo propietario de lo que se da (Pedro) lo ofrece o da de manera libre y voluntaria. ¿Quién es solidario? Nadie.

El mero hecho de gastar dinero de esta manera, por su intrínseca naturaleza, conlleva problemas. Como bien expuso en su día Milton Friedman, todas las formas de gastar dinero pueden reducirse a cuatro, a saber:

  • El dinero propio para beneficio propio: Maximiza el valor, maximiza economización. Ej.: Compro con mi dinero algo para mí y mi familia. (Se busca lo mejor al menor coste).
  • El dinero ajeno para beneficio propio: Maximiza valor, NO maximiza economización. Ej.: Recibo subvenciones para mi negocio. (Se busca el mejor uso/valor despreocupándome del coste, pues lo costea otro).
  • El dinero propio para beneficio ajeno: NO maximiza valor, maximiza economización. Ej.: Compro con mi dinero un regalo para un desconocido (No busco lo mejor, pero me preocupo por el coste, pues lo costeo yo).
  • El dinero ajeno en beneficio ajeno: NO maximiza valor, NO maximiza economización. Ej.: Con el dinero de otra persona compro algo para un tercero (No busco el mejor uso/valor ni me preocupo por el coste, pues lo costea otro).

El ejemplo inicial del dinero que el Gobierno quita a Juan para dárselo a Pedro es epítome perfecto del último tipo de gastar dinero; esto es, aquél en que no hay economización ni búsqueda de buen uso/valor. Dicho claramente, se despilfarra y para colmo no se persiguen fines altamente valorados.

En resumen, este esquema representa lo que se denomina redistribución de rentas, pilar angular de cualquier programa intervencionista que valga. Así, eso nos dicen, se combate la pobreza: volviendo a distribuir por la fuerza lo que el mercado distribuyó pacíficamente. Sin necesidad de profundizar en economía, un mero vistazo a la historia de la humanidad hace que la experiencia encaje mal, muy mal, con la visión de que tal manida «solidaridad» es una receta contra la pobreza. Grecia y Roma en la Edad Antigua, los Países Bajos en la Baja Edad Media, Inglaterra, Japón, Hong Kong o Estados Unidos en el siglo XX, Indonesia en el XXI… son quizás los mejores ejemplos históricos de cómo una sociedad y sus ciudadanos pueden desatar el progreso y desarrollo. ¿Cuál de ellos salió de la pobreza anterior gracias a redistribuir forzosamente rentas o proceder semejante? Ninguno. Y Hong Kong, Indonesia o EEUU tampoco fueron colonialistas.

En el fondo, la creencia en la redistribución de rentas no es fruto más que de la incomprensión de los procesos sociales. Y de la historia misma. Dicha fe parte de creer que la riqueza es algo dado de antemano o estática, por lo que sólo se precisa de un Gobierno bondadoso para que modifique esa distribución para quitar a los que tienen mucho y dar a los que tienen poco. Tal, en suma y poco más, es la idea. Sin embargo, semejante concepción es francamente insostenible. ¿Realmente podemos afirmar que hoy tenemos simplemente una distribución de bienes y riquezas distinta a la de la Edad Antigua o incluso a la de hace 150 años?

Los intervencionistas por doquier parecen obviar de dónde han surgido los teléfonos móviles, coches y aviones, electrodomésticos, ropa en abundancia de mil estilos y colores… Obvian, sencillamente, la naturaleza del Capitalismo cuyas cotas ningún programa gubernamental puede soñar en alcanzar.

Característica fundamental del Capitalismo es la acumulación de capital (guiada por el libre intercambio). No es lo mismo cavar hoyos con palas que con máquinas excavadoras, lavar cien cubiertos a mano que con un lavavajillas o trasladar un producto en mula que en trenes y aviones. Es la acumulación de capital la que, al aumentar la productividad, aumenta los salarios y el nivel de vida de una sociedad. Es por ello que el salario real de un trabajador en Los Ángeles es superior al de Tanzania; porque la primera es más capitalista. Cuanto mayores sean las tasas de capitalización que disfruta una sociedad, más ricos son y pueden llegar a ser sus individuos, comenzando por los obreros y clases modestas. Así que, bien observado, puede afirmarse que todos acabamos siendo beneficiarios (free riders) de dicha acumulación de capital, incluyendo los propios trabajadores. La dedicación a los bienes de capital de los capitalistas redunda -aparte de en mayores salarios- en mejores y mayores bienes de consumo para todos como consumidores.

Por desgracia, el populismo que todo lo inunda recomienda, una vez sí y otra también, subir impuestos a los ricos. Lo oímos todos los días: el problema, nos aseguran, es que los ricos pagan pocos impuestos. No seré yo quien diga que los impuestos deben soportarlos los pobres. Empero, afirmo que los impuestos elevados a los pobres les perjudican a éstos; pero que los impuestos a los ricos también. Por la simple pero poderosa razón de que: 1) se esquilma la estructura de capital, y 2) se castiga la acumulación de capital. Todo error, como digo, está en pensar que la cantidad de capital disponible es algo fijo o estático, por lo que quien acumule mucho será un ‘avaricioso’ que ‘le ha quitado algo a alguien’.

Gracias al Capitalismo hoy tenemos más bienes y riquezas disponibles. Porque el Capitalismo es, eminentemente, un sistema y proceso de creación ex novo de riqueza y bienestar. Y es que la riqueza no es como la energía que sólo se transforma. La riqueza y el bienestar se crean y se destruyen. La irrupción del sistema capitalista ha hecho alcanzar cotas de bienestar y progreso inimaginables antes, ha producido coches, casas, ordenadores, vestido… donde antes no los había y sigue logrando, allá donde se recogen sus frutos, reducir más y más la pobreza absoluta. Si las revoluciones de la Ilustración nos trajeron la separación de la Iglesia y el Estado y con ello avanzaron nuestras sociedades, se dejó inacabada la gran revolución pendiente: la auténtica separación de la economía y el Estado.

La otra cara de la moneda, el socialismo real con su redistribución pura y dura, ha demostrado con creces que-opuestamente al Capitalismo- es un sistema de destrucción de riqueza y bienestar. Si el socialismo es poco menos que las siete plagas de Egipto que dejan todo yermo y baldío, el Capitalismo representa la parábola de los panes y los peces que –como el capital- se reproducen y multiplican. El absurdo en el que vive el socialismo llega a puntos como el de denostar y atacar per se a los ricos y la riqueza; el socialismo ama a los pobres porque quiere que todos seamos pobres. Cuanto más, mejor.

Pretender abandonar el Capitalismo, y la consiguiente acumulación y reproducción del capital, supone ensalzar el consumismo puro: consumir todo el capital hasta extinguirlo. Por eso el socialismo maldice el ahorro, la previsión y la responsabilidad. No es en absoluto casualidad que el liberalismo siempre haya sido un adalid de la paz y el comercio, mientras al socialismo e intervencionismo en todas sus variantes (desde los neoconservadores americanos al comunismo, fascismo y keynesianismo) siempre le haya resultado seductora la guerra. Y es que la guerra y el militarismo es un edificio levantado sobre los cimientos ideológicos del socialismo: se dispara el gasto público, impuestos, controles de precios, proteccionismo, inflacionismo para financiar la guerra, sacrificio de la libertad individual en el altar de la seguridad absoluta…

Si el Capitalismo es un sistema de progreso y creación, el socialismo de todos los partidos no puede sino ser un camino de retroceso y destrucción. Pero no nos engañemos, el gran enemigo político del Capitalismo no es la Izquierda, sino la Derecha conservadora, que ora se avergüenza cuando no reniega del Capitalismo, ora lo defiende dialécticamente para, luego, atacarlo en la práctica.

El Capitalismo libertario, con su corolario la Libertad, es el sistema social de la humanidad. Si es que la humanidad tiene un futuro.

@adolfodlozano / david_europa@hotmail.com

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