Hubo, o habrá, cierta vez un mundo compuesto por iso-individuos agrupados en iso-unidades autogobernadas. Lo de "iso" no quiere decir que fueran esencialmente iguales, sino sólo formalmente. Eran esos individuos y unidades diferentes aunque autónomos por igual e igualmente productivos. Su modo de sobrevivir se basaba, o se basará, en asociarse libremente y, aprovechando sus capacidades desiguales, intercambiar libremente el fruto de éstas en beneficio mutuo. Por una mutación evolutiva sólo existía o existirá un modo de sobrevivir, que no es otro que la división del trabajo productivo y el libre intercambio de los productos resultantes de él.
Pero en el proceso de división de los conocimientos, de los incentivos y, por ende, del trabajo, un individuo o grupo descubre un oficio rentable aún no aplicado. Un descubrimiento empresarial puro en el que alguien ofrece a otro mejorar su ventaja en el intercambio amenazando violentamente a la otra parte de éste. O, mejor, en el que ese empresario se convierte también en capitalista y, armado, extorsiona y roba viviendo mejor a expensas de ese robo.
Los robados, al comprobar lo sistemático de su sufrimiento, se dividen en dos ramas con diferentes estrategias. La primera opta por invertir en armas para defenderse –en principio–, en una carrera de fuerzas con los parásitos que perturba las otrora transacciones libres e introduce parasitismos recíprocos y multidireccionales, bien violentos, bien pactados.
La segunda opta, en lugar de invertir en armas, hacerlo en aumentar la productividad y los beneficios y tener, así, un colchón de éstos que permita subsidiar a los parásitos extorsionadores.
Ambas estrategias intentan mejorar su posición frente a los parásitos, pero la colusión de los intereses de éstos con algunos productores y el empeño de la estrategia parásita en saltarse las barreras que se les ponen acaban configurando un escenario harto conocido.
La primera división del trabajo fue celular, sexual. Los isogametos, sin diferenciación sexual, se reproducían por fusión. El incentivo de los que aleatoriamente eran de menor tamaño estribaba en aparearse con los de mayor tamaño. Dicho de otro modo, los que invertían menos energía se apareaban con los que invertían más con un margen muy alto de beneficio.
El incentivo de este descubrimiento empresarial se generalizó y muchos gametos redujeron su tamaño mientras que otros lo mantuvieron oponiendo barreras o, para compensar, lo engrosaron. Los ataques reproductivos resultaron tan exitosos que la división por tamaño acabó en diferenciación sexual.
Debemos indagar en cómo esa carrera sin fin en contra del parasitismo estatal puede ser contrarrestada, pero aún no ha llegado el día en que descubramos cómo hacerlo definitivamente, cómo lograr que la estrategia socialmente estable sea solamente la de la libertad productiva.
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