Posiblemente uno de los comentarios más interesantes que hemos publicado en esta página ha sido La teoría del desprendimiento, de Toni Mascaró. En él explicaba cómo cada vez más a menudo en nuestras sociedades socialdemócratas los ciudadanos huyen de los servicios ofrecidos por el Estado y pagados con los impuestos y recurren a alternativas privadas con el escaso remanente que éste le deja. Es un cuestionamiento práctico de la falacia fundamental en la que descansa el sistema: puesto que los más pobres no pueden pagarse ciertos servicios básicos, el Estado los provee a todos los ciudadanos, que en su mayoría sí pueden costeárselos.
Lo curioso es que eso no sólo sucede en los países prósperos, según los ciudadanos van teniendo dinero suficiente para pagar el servicio público que no quieren y el privado que sí. También los más pobres de entre los pobres evitan en muchas ocasiones a un Estado que no responde. África es el continente que todos asociamos con la miseria. Y, curiosamente, muchas de las necesidades más básicas de sus habitantes no las cubren los gobiernos, sino el sector privado. Veamos tres ejemplos.
Alex Nash relata su experiencia visitando la ciudad keniata de Kisumu. Allí, un ingeniero decidió coger agua de un río cercano y tratarla con una pequeña instalación en su patio trasero. Pronto descubrió que sus vecinos querían comprársela. Ahora tiene una pequeña empresa con cinco empleados y es capaz de servir a 10.000 personas. Tiene camiones para llevar agua a los hoteles y porteadores para la gente pobre. El Estado no está ni se le espera.
James Tooley investigó sobre educación privada en África. Descubrió que, por ejemplo, en la ciudad nigeriana de Lagos, siendo gratuita la educación pública, los padres pagan por una educación privada, pese a que disponen de unos 50 dólares al mes, porque funciona mucho mejor. En la India, la puntuación media de los colegios privados es de 19 puntos en lengua y 17,9 en matemáticas, mientras que en los públicos es de 17,4 y 16,3, respectivamente.
El New York Times describe como en diversas zonas de África, los pobres, que no reciben asistencia sanitaria estatal, están creando pequeñas mutuas sanitarias con las que cubrir por muy poco dinero. Generalmente formadas por menos de 100 personas, negocian con una clínica local un buen precio. El Banco Mundial publicó un informe en el que asegura derribar tres mitos: que el sector privado es para ricos, que no está muy desarrollado y que la mayor parte del dinero dedicado a sanidad viene de fondos públicos. Llegó a la conclusión que los pobres empleaban intensamente los servicios privados de salud y que los públicos, de hecho, subsidiaban a los más ricos.
Sin embargo, muchas ONG tienden a preferir que sean los gobiernos las herramientas con las que solucionar estas y otras necesidades básicas de los más pobres. Oxfam, por ejemplo, asegura que gobiernos y Banco Mundial «obstaculizan el desarrollo impulsando soluciones mediante el sector privado que no benefician a los pobres». Los pobres, en cambio, parecen pensar de manera diferente.
Los países pobres necesitan gobiernos que garanticen los derechos básicos: la vida, la libertad y la propiedad. Del resto podría encargarse el sector privado, si tuviera seguridad en que sus esfuerzos no van a ser baldíos porque no pueden confiar en que, a largo plazo, lo suyo lo siga siendo. Ahí es donde deberían centrarse nuestros esfuerzos.
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