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Los segundos acuerdos de Minsk

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Hospedados, como en la primera ocasión, por un anfitrión inquietante -el dictador bieloruso, Aleksander Lukashenko- el jueves pasado se celebró una singular reunión en la ciudad de Minsk para acordar los términos de un armisticio en la guerra que se está desarrollando en las regiones sur orientales de Ucrania.

Quedó a las claras, en primer lugar, quiénes son las partes enfrentadas. La presencia sin ningún disimulo del presidente ruso Putin – a quién no restó protagonismo la compañía de los líderes de las autoproclamadas repúblicas populares de Lugansk y Donetsk- disipó toda sombra de duda sobre las cínicas mentiras esgrimidas en momentos cruciales de esta guerra por parte del gobierno ruso. Recordemos como sus propagandistas acusaron a los «fascistas» ucranianos del derribo de un avión con 298 pasajeros civiles que sobrevolaba el territorio ocupado por los rebeldes separatistas dirigidos desde Moscú.

Junto a la llamada a la supervisión y seguimiento sobre el terreno del cumplimiento de los acuerdos por parte de monitores desarmados de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) los trece puntos acordados establecen un compromiso de alto el fuego que comenzó en la medianoche del día 15, y que parece haberse respetado hasta ahora, excepto en Debaltseve, donde las tropas rusas han conquistado un importante nudo ferroviario.

A grandes rasgos, las partes signatarias se comprometiron a cumplir un plan por etapas para conseguir la paz a cambio del reconocimiento de un estatuto especial para las regiones de Donestk y Lugansk, donde los insurrectos separatistas sustentados por el gobierno ruso se han hecho fuertes contra el gobierno central ucraniano. En este sentido, se parte de la idea de crear una zona de seguridad a ambos lados de los límites de ambas regiones con el resto de Ucrania, donde se deberían retirar en breve la artillería pesada y los sistemas de lanzamiento de misiles.

A continuación, se entablaría un diálogo, dentro del marco del grupo trilateral de contacto formado por los representantes de Ucrania, la Federación de Rusia y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa [OSCE], para organizar unas elecciones locales, de acuerdo a la legislación ucraniana y la ley sobre el estatuto provisional de autonomía de las regiones de Donestk y Lugansk, aprobada por el parlamento ucraniano después de los primeros acuerdos de Minsk, pero suspendida ante el incumplimiento de las condiciones por parte de los rebeldes separatistas. Las elecciones se celebrararían bajo la supervisión y siguiendo las reglas de la OSCE.

La recuperación del pleno control sobre las fronteras por parte de las autoridades ucranianas se producirá a partir del día siguiente a la celebración de esos comicios locales, tras la aprobación antes de fin de año de una reforma constitucional y una legislación de desarrollo que contemple la descentralización política y el reconocimiento de un estatuto especial para las regiones de Donetsk y Lugansk, de acuerdo con los representantes de estas últimas.

Mientras tanto, se garantizaría una amnistía para las personas que participaron en el conflicto; la liberación y el intercambio, bajo el principio de todos por todos, de los rehenes y personas detenidas ilegalmente; el acceso, entrega, almacenamiento y distribución de la ayuda humanitaria con el apoyo de los mecanismos internacionales y el restablecimiento del sistema bancario, de recaudación de impuestos, de los servicios públicos y de las pensiones en las regiones citadas dentro de la jurisdicción ucraniana.

Por otro lado, se repatriarían las unidades, los técnicos militares y mercenarios extranjeros bajo la supervisión de la OSCE, al tiempo que se desarman los grupos ilegales de guerrilleros.

Muchos son los interrogantes que suscitan unos acuerdos que parecen impulsados para detener una guerra sangrienta desatada por la insurrección apoyada por el gobierno ruso, quién, sin embargo, consolida sus posiciones territoriales ganadas por la fuerza, so pretexto de proteger a las personas de origen ruso, y se erige además en potencia que condiciona jurídicamente las decisiones de un país vecino, incluyendo el veto a su adhesión a la Unión Europea o la OTAN.

La precipitada concesión de una amnistía a los intervinientes en esta guerra soslaya la cuestión de que algunos hechos acontecidos pudieran calificarse como crímenes de guerra o de lesa humanidad, los cuales son imprescriptibles según normas superiores de derecho internacional.

Han pasado muy pocos años en términos históricos, desde que en el año 1994, la Federación rusa, entonces dirigida por Boris Yeltsin reconociera la independencia y la integridad territorial de Ucrania, incluyendo la península de Crimea y estas regiones de Donetsk y Lugansk en el Memorandum de Budapest. Ignorando las obligaciones internacionales derivadas de este acuerdo, algunos quieren justificar hoy la expansión rusa invocando títulos antiguos del Imperio zarista.

Parece conveniente mantener la alerta frente al indudable peligro para la libertad y la seguridad de los europeos que representa el régimen autoritario postsoviético de Putin. Hace ya tiempo asumió una doctrina estratégica de confrontación ideológica y militar con Estados Unidos y los países de Europa Occidental que se traducen en el desarrollo de un programa de rearme que consumirá hasta un tercio del presupuesto, según algunas fuentes, y en maniobras concretas de desestabilización (en países vecinos como Ucrania o los países bálticos) o instrumentación de grupos políticos y sociales en países más lejanos.

La potencial creación de un embrión de estado en estas regiones de Donetsk y Lugansk, dependiente de Rusia aunque incrustado en Ucrania, recuerda demasiado la situación real en Abjasia (Georgia) y Transdniéster (Moldavia). Aparte de las frecuentes provocaciones a los países bálticos, a finales del mes pasado los gobernantes rusos llegaron al punto de enviar dos bombarderos estratégicos al Canal de La Mancha, causando un lío monumental en el tráfico aéreo civil.

Ahora bien, los planes estratégicos de la nueva nomenclatura rusa podrían ser patéticos delirios de grandeza debido a otras circunstancias ajenas a su control. En efecto, los años de cotización del barril de petróleo a 100 dólares parecen acabados por mucho tiempo. Durante el periodo de bonanza de ese monocultivo Rusia no cambió su estructura económica. Por el contrario, desde allí se transfirió un enorme flujo de capitales a Occidente, sin que quepa prever su vuelta en una situación de hundimiento del precio del crudo. De esta manera, no quedaría mucho tiempo para presenciar el derrumbamiento de toda la tramoya montada.

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