A estas alturas puede decirse que Donald Trump pasará, como poco, como el fenómeno de las primarias de 2016.
A estas alturas puede decirse ya sin miedo a error que Donald Trump pasará, como poco, como el fenómeno de las primarias de 2016 en EEUU. La mayoría ve su candidatura como una auténtica revuelta contra el establishment republicano, pero ¿es así?
Lo cierto es que ese establishment republicano lleva décadas instigando el proteccionismo, el Gobierno expansivo (siempre que sea uno bueno conservador) y un tipo de nacionalismo belicista totalmente alejado de los principios fundacionales de la nación.
Los republicanos no han dejado de asegurar a los estadounidenses que Washington podía mejorar la economía, la salud y las pensiones y hasta el mundo entero. Y hasta cuando los republicanos han pretendido defender el libre mercado, su defensa ha sido como poco lamentable. George W. Bush llegó a afirmar durante la crisis económica que iban a salvar el mercado ¡restringiéndolo! Las consecuencias de ese consenso en la práctica entre demócratas y republicanos por un gobierno depredador son una deuda creciente, una seguridad social insostenible, interminables guerras e impuestos masivos.
La gente está, con razón, cansada de las élites. Pero difícilmente puede decirse que Trump supone alternativa real alguna. Trump dice que su mejor solución reside en saber negociar, que el problema de EEUU es que tiene líderes que no saben hacerlo. Con él, un gran líder e inteligente hombre de negocios, “América será grande nuevo”. De hecho, ni siquiera se rodea de expertos, él es el único experto necesario que se sobra y basta.
Pero el problema no está en el liderazgo en sí, sino en la noria que hace tiempo han subido a los norteamericanos de la ingeniería social y el gobierno poderoso. Una presidencia fuerte y potente es parte del problema, no de la solución. Igual que no cabe esperar sino empeoramiento de la economía de EEUU con medidas trumpianas tan graves como prometer aranceles del 45% en importaciones de China y del 35% en importaciones de Ford desde Méjico. Es, además, el único candidato republicano que cree que la Seguridad Social no debe reformarse en sentido alguno. Su discurso anti-inmigración ciertamente se describe por sí mismo. En suma, sus recetas económicas combinan peligrosamente los ingredientes de irresponsabilidad, populismo y progresismo.
Tras años advirtiendo contra el estatismo, la brutalidad policial, las guerras intromisorias y onerosas, Trump por ejemplo propone la pena de muerte por matar a un policía en su plan por reforzar la autoridad del Gobierno. En la misma línea que su campaña contra las compañías que desean preservar la privacidad de sus clientes frente al Gobierno.
Si es cierto como dice Trump que los estadounidenses no pueden ni deben confiar en los políticos, también lo es para el caso de cualquier otra persona en particular como él mismo que pretenda revestirse de poderes y capacidades políticas crecientes.
Todo eso no es obstáculo para que los demócratas compitan con Trump en liberticidio, gobernofilia y populismo. Pero muchas veces en el circo de la política, el payaso mayor es el rey.
El único modo de hacer América grande es hacerla de nuevo verdaderamente libre.
2 Comentarios
Que Trump es un descerebrado,
Que Trump es un descerebrado, parece indiscutible. Que como a cualquier populista, la gente le va a votar en masa, también. Que Estados Unidos lleva años siguiendo una senda peligrosa a fuer de liberticida es un hecho. Y que no tiene pinta de que vaya a mejorar, sino todo lo contrario, lo demuestra la respuesta de una profesora preguntada acerca del personaje en un colegio público de primaria: «Trump es malo».
Como suele decir Stossel, el mejor analista político que hay por estos lares, lo peor de Estados Unidos es la educación pública…
Me ha gustado el artículo,
Me ha gustado el artículo, pero voy a comentar dos cosas.
Un gran defecto de Trump es que es muy progresista en cosas como la Seguridad Social y esa aberración política que llaman «Sanidad». Pero no se puede decir que Trump sea un «progresista» porque también dice muchas cosas extremadamente conservadoras, por ejemplo, lo del muro. ¿O es que ahora va a resultar que la locura esta de los muros es un invento de los rojos?
Trump no es ningún idiota. Ese es el verdadero problema. Es un tipo sin ideología conocida (punto a su favor) que quiere salvar el mundo, no por el mundo en sí, sino por el prestigio que él ganaría al conseguirlo.
Lo mejor de Trump es que ha puesto en su contra a todos los expertos en política y en economía. Todos los doctores universitarios en esto o en aquello aseguran que Trump es un idiota peligroso, pero todos aducen diferentes razones. Es algo notable. En cambio, la gente más baja, la más numerosa, el demos de la democracia, eso que llaman «mob», le apoya incondicionalmente desde el primer día. Le apoyan por puro instinto, por simple revancha contra los estirados listillos del poder que siempre están humillándoles y tratando de dirigir su vida. Y esta turbamulta de gente tosca y sin principios es muy heterogénea, porque los neoyorquinos y los rednecks de Tennessee se llevan a matar desde siempre, aunque ambos grupos son igual de paletos y han sufrido los mismos abusos por parte del poder, pero la realidad evidente es que olvidan sus diferencias y apoyan a este campeón de la zafiedad que promete que les va a resarcir de todas las maldades que han sufrido. No lo hará, pero al menos la gente tiene el pequeño placer de ver a los sátrapas tirándose de los pelos y subiéndose por las paredes. A más no pueden aspirar los pobres.
Trump lleva haciendo campaña electoral desde hace unos veinte años, porque ha sido un entertainer televisivo y una socialité. Se lo está llevando de calle porque se sabe todos los trucos de los medios de comunicación y porque no va de profeta ni de salvador ni de sabio, sino de campeón de lucha libre, lleno de orgullo y pasión folklórica. Esta y no otra es la verdadera cara de la democracia y las repúblicas.
Como último punto a favor de Trump: su presidencia puede crear millones de anarquistas. Hay que seguir la estrategia de Walter Block, y estar preparado para pescar a todos pececitos que se van a espantar con este elemento.
Y que nadie crea que no va a tener expertos y asesores. Eso es lo que dice ahora, en la campaña, que es lo que la gente, su base política, quiere escuchar: yo me hago cargo de todo. A la hora de la verdad, delegará lo máximo posible y los americanos seguirán haciendo las mismas chapuzas que llevan haciendo desde hace más de cien años, especialemente en política internacional. El Estado seguirá creciendo, pero no crecerá como les gustaría a tipejos como Henry Kissinger.