El resultado de las recientes elecciones generales italianas no fue una sorpresa para nadie. Desde la convocatoria de dichos comicios se esperaba una abultada victoria de la coalición conformada por Fratelli d’Italia, Lega Norte y Forza Italia. En un escenario de polarización, inestabilidad e incertidumbre, la coalición encabezada por la líder de extrema derecha cosechó el mejor resultado y tendrá, muy posiblemente, la responsabilidad de gobernar Italia.
Son muchas las razones que se pueden aducir para tratar de explicar la victoria de un partido con raíces fascistas (Meloni y muchos otros miembros de Fratelli d’Italia pertenecieron durante años al Movimiento Social Italiano, partido que defendía la figura e ideas de Benito Mussolini). No cabe argumentar -y de hecho se encontraría muy alejado de la realidad- que gran parte del electorado italiano defiende directamente ideas de extrema derecha, ya que el voto a este tipo de partidos cuando se produce de manera tan mayoritaria suele ser por causas parcialmente ajenas a la ideología y más cercanas al enfado, el desencanto y la crispación. Dos de estas razones podrían ser muy posiblemente la situación económica que atraviesa Italia y el funcionamiento de su propio sistema político, cuya inestabilidad ha generado repetidas crisis sociales a lo largo de los últimos años.
Existen múltiples razones para que un gobierno de Meloni asuste a aquellos que creemos en el multilateralismo, las instituciones supranacionales y el liberalismo económico y social. Sin duda. Lo que muchas veces no vemos es que existen otras múltiples razones por las que Meloni no podrá ejecutar la plenitud de su programa, desde las competencias de las instituciones europeas hasta la propia Constitución italiana. Por muy estridente que sea la retórica de Meloni, esta no podrá pasar por encima de los contrapesos propios de las instituciones supranacionales y el estado de derecho italiano.
Previamente a las elecciones italianas y al ser preguntada por si un gobierno de extrema derecha en Italia supondría un problema para la relación entre la UE y el país alpino, Ursula Von der Leyen contestó -de manera muy acertada- que la UE y sus instituciones siempre estarán dispuestas a trabajar con un gobierno elegido democráticamente pero que, en caso de que se sobrepasaran los limites propios de los contrapesos del estado de derecho, tendrían mecanismos para actuar (como se ha demostrado con el caso de Hungría). Si la UE es capaz de mantenerse en esta línea podría evitar que en Italia sucediese algo similar al caso húngaro, lo cual resulta de vital importancia, debido al tamaño de la economía italiana y al peso e influencia de este país dentro de la UE.
La posición de Meloni y sus aliados en lo referente a la relación con la UE no parece nada halagüeña, partiendo de que hace no mucho tanto Fratelli como la Lega votaron en contra de una importante resolución del Parlamento Europeo que condenaba la erosión de los contrapesos democráticos por parte del gobierno de Viktor Orbán.
Aún así, la actitud de Meloni con la UE deberá ser colaborativa, al menos en lo que concierne al plano económico, ya que la actual situación económica de Italia no da lugar a demasiado folclore ni retórica, sino más bien a una gestión ordenada y coordinada con la UE, similar a la que estaba haciendo su predecesor, Mario Draghi.
En este sentido, la economía italiana no parece remontar ni ante las promesas de reformas estructurales de Mario Draghi. Las previsiones de crecimiento económico para Italia este año no son nada positivas. De hecho, la predicción de crecimiento para el año 2023 se ha reducido hasta situarse por debajo del 1%, en base al consenso de analistas, lo cual dificulta aún más la gestión del pago de intereses y de un nivel de deuda que ya supera el 150% del PIB. Dicha gestión económica será aún más compleja teniendo en cuenta que la credibilidad de Meloni de cara a los inversores es significativamente menor que la de Draghi, lo que junto a una creciente y muy elevada inflación complicará aún más el actual escenario de endeudamiento del estado italiano. Por lo tanto, la colaboración entre la UE e Italia resulta aún más esencial, si cabe.
De hecho, el pasado martes la Comisión Europea aprobó la transferencia del nuevo tramo de fondos europeos a Italia, por un valor de 21 billion de euros, del total de 200 billion que corresponderían a Italia a lo largo de la duración del presupuesto plurianual. Lo relevante de esto no es que el presente tramo se ejecutara, sino la posibilidad de que ante determinados movimientos políticos de Meloni, si la CE juzgara que estos pudieran estar poniendo en riesgo algunos contrapesos democráticos, podría bloquear la transferencia de futuros tramos.
La realidad es que mucho de todo ello depende de la persona concreta que designe Meloni como Ministro de Economía, ya que de ello dependerá el área más compleja de las relaciones con la UE. Si Meloni opta por nombrar a alguien cercano a las ideas fundacionales de Fratelli, es decir, de cariz proteccionista, lo más probable es que choque frontalmente con el núcleo de la CE, mientras que, si opta por un tecnócrata o, al menos, algún economista de perfil más técnico y permite que las decisiones económicas queden excluidas de su área de influencia, la relación con la UE será más fluida.
Con todo y con eso, la reacción de los mercados no fue desmedidamente exagerada el día después de las elecciones. Una de las razones principales para ello puede ser que, a pesar la amplia ventaja que obtuvo la coalición liderada por Meloni, no alcanzaron los dos tercios necesarios para poder cambiar la Constitución sin necesidad de convocatoria de referéndum. Por lo tanto, la salvaguarda del estado de derecho italiano estaría garantizada independientemente de la gestión de Meloni.
Además, cabe destacar que, al menos, Meloni apoya fervientemente la existencia y estructura de la OTAN. Además, se ha posicionado continuamente del lado de Ucrania en la invasión, a diferencia de sus colegas de coalición, quienes han pecado de excesiva deferencia hacia el autócrata del Kremlin, lo cual podría conllevar a algunas turbulencias en la coalición en materia de política exterior.
Por lo tanto, aunque el gobierno que pueda salir para Italia de estas elecciones sea simplemente un elemento adicional a la inestabilidad, existen mecanismos que garantizarán que, independientemente de la gestión de este, a nivel agregado, sus acciones vean reducidas las consecuencias.
El pueblo italiano ha hablado, solo falta que el tiempo lo haga.
1 Comentario
No sé casi nada de Meloni ni puedo pronosticar lo que va a hacer. Lo que me resulta asombroso es que alguien se asuste por esta tipa habida cuenta de que sus antecesores han llevado a cabo políticas fascistas: uno sometió a todos los italianos a un arresto domiciliario sin ninguna base científica. El otro, el «respetable» Draghi, aplicó a los no vacunados unas políticas de marginación que no se habían visto en Europa en décadas. Por cierto, una ejecutiva de Pfizer ha admitido al Parlamento Europeo que no tenían ninguna evidencia de la eficacia del fármaco milagroso contra el contagio y la transmisión.
Es muy ingenuo pensar que a los mandamases de la UE les importa la calidad democrática de los países miembros. Han apoyado los atropellos de la era Covid y apenas se han inmutado ante la gravísima politización de la Justicia de España. La UE busca excusas para meter en cintura a los partidos y políticos que, con sus defectos y virtudes, no están enfangados en el muy corrupto sistema comunitario. La dependencia del BCE es un chollo para estos parásitos de Bruselas, aunque es cierto que el endeudamiento de estos países es culpa de sus irresponsables gobernantes. También es culpa de un disparato sistema monetario-financiero-fiscal, del que el «respetable» Draghi ha sido actor principal.