Hace unas semanas publicaba Expansión un artículo sobre el debate que en la Ciudad Condal había existido por causa del millón de euros con el que el Ayuntamiento de la localidad había subvencionado Vicky, Cristina, Barcelona y el medio millón con el que la Generalitat había contribuido a la película. Según se contaba en el periódico salmón, en una sociedad que está enferma de intervencionismo cultural (al igual que ocurre en el resto de España y Europa) no se ponía en duda que ese dinero sustraído de las cuentas corrientes de los ciudadanos a través de impuestos tenía que ir a parar a manos de algún director y alguna productora. La polémica se centraba tan sólo en si era mejor que ese dinero se hubiera entregado a nuevos "creadores" catalanes o si se había hecho lo correcto por la publicidad que Woody Allen iba a hacer de la urbe de la Sagrada Familia.
En cualquier caso, tras el robo a los ciudadanos el botín fue entregado a Allen y Mediapro (coproductora de la película). Pero claro, nada es gratis y el director tuvo que pagar un precio. En el guión original los protagonistas llegaba a la Ciudad Condal para mejorar sus conocimientos de cocina, pero las administraciones que tan "generosamente" entregaban un dinero que no es suyo sugirieron un cambio. La chica pasó a aterrizar en Barcelona para estudiar "identidad catalana". Dicho y hecho, por obra y gracia de un millón y medio de euros la tal Vicky dejó de lado las cazuelas y se ciñó una barretina. Y mientras tanto, los ciudadanos a campear el temporal de la crisis económica.
Este es un buen ejemplo de para qué sirven las instituciones culturales de las administraciones públicas. Están para premiar a los fieles (en este caso al propietario de Mediapro) y para utilizar el dinero de los ciudadanos en hacer propaganda de la ideología y los intereses de quienes están en el poder. Otra utilidad, vinculada con la anterior, es la creación de una clase parasitaria que vive de las subvenciones públicas o, al menos, tiene en ellas una parte importante de sus ingresos. Sus componentes, que pueden ser tanto millonarios al estilo Allen o Almodóvar como perfectos desconocidos en busca de una futura fama y dinero, no dudan en plegarse a los deseos de los poderosos (ya sea a través de sus obras, ya sea a través de declaraciones públicas de apoyo a unos políticos determinados o contra sus rivales).
Unos y otros, políticos y subvencionados, dicen actuar en nombre de la cultura y por mejorar la imagen del país (o ciudad o región, eso es lo de menos) por el mundo. Pero es mera fachada. Ya lo dejó bien claro Thomas Sowell: "la política es conseguir que tus intereses egoístas parezcan intereses nacionales". Y cuando las administraciones públicas meten su mano en asuntos culturales es todavía más torticero, puesto que pretenden ocultar que en realidad sus objetivos son plenamente políticos. De hecho, el caso de Vicky, Cristina, Barcelona no es una excepción. Resulta especialmente burda la manipulación, pero entra dentro de la norma imperante en cualquier lugar y bajo cualquier Gobierno.
Millón y medio de euros bien vale una identidad catalana, pero también otra cosa muy diferente, si es lo que desea el político de turno.
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!