Ha muerto recientemente Nathan Branden. Tenía 84 años, y el parkinson que sufría le produjo un último deterioro. Pocas veces la fama de una persona de debe tanto a su relación con otra persona. En su caso, claro está, se trata de su relación con la novelista y filósofa Ayn Rand.
Leyó El manantial cuando tenía 14 años. Hace de esto 70. Rand no había iniciado la escritura de La rebelión de Atlas cuando Nathaniel empezó a cartearse con ella, y empezaron a trabar una amistad muy fructífera. De la mano de Nathaniel se adhirieron al círculo de Rand Weidman Barbara y su primo Leonard Peinkoff. La relación entre ellos es tan cercana que deciden moverse juntos de Los Ángeles a Nueva York cuando Barbara va a completar su grado en filosofía en la NYU. Ya en la gran manzana, él se cambia el nombre por Nathan Branden, con cuyas letras se puede formar el sintagma ben Rand, «hijo de Rand» en hebreo. En Nueva York se casa con Bárbara, en una ceremonia en la que Ayn Rand y su marido, el actor Frank O’Connor, hacen de padrinos.
La poderosa filosofía de Ayn Rand cubre la relación del individuo con la realidad, con otros individuos y con el conjunto de la sociedad, por lo que comprende varios aspectos del hombre. Tiene perfiles morales muy acusados, lo que unido a su carácter idealista y redentor también lo hace atractivo. Y tiene la complejidad suficiente como para suponer un reto, sin resultar un esfuerzo insuperable o desesperante. No es de extrañar que se convirtiese en un culto. El objetivismo ofrece al neófito un sistema de pensamiento armado y coherente que es capaz de dar respuestas sobre la ética, la economía, las artes, la moral… Rand era manantial de ese nuevo saber que Branden canalizaba de forma eficaz.
Los Branden ampliaban el círculo en torno a Rand, que explicaba sus ideas sobre la filosofía mientras compartía con sus alucinados discípulos los fragmentos de su nueva novela, a medida que ella los escribía. Nathan Branden se convirtió en un empresario de las ideas de su maestra. Creó las Lecciones de Nathaniel Branden, luego convertido en el Instituto Nathaniel Branden, y más tarde The Objectivist Newsletter y la revista The Objectivist. Él hizo lo que Ayn Rand no habría podido: una labor de proselitismo que convirtió la pequeña secta randiana en un movimiento. Eran ideas rompedoras, y Branden logró que se infiltrasen por las universidades.
El propio Branden participaba de ese carácter sectario que imponía la personalidad de Rand, como cuando acusó a Murray N. Rothbard de plagiar a Rand en su gran ensayo The mantle of science, y le sometió a un juicio in absentia ante un tribunal randiano. En un estilo muy soviético, Nathan condenaba a los herejes achacándoles vicios psicológicos que explicarían su desviación ideológica.
Nathan y Barbara Branden reconocieron y repudiaron con los años los alucinados extremos del culto a Ayn Rand, pero no llevaron ese repudio a las ideas que recibieron de ellas y contribuyeron a extender.
Es conocido que en 1954 Nathan y Ayn convocaron a sus respectivos cónyuges para exponerles que habían iniciado una relación sentimental entre ellos. Esta actitud era plenamente coherente con la forma de pensar de la autora de origen ruso, pues para ella el amor pasa por la conquista de aquella persona que encarna los valores con los que te identificas. Y, pese a que había 24 años de diferencia entre ambos, para cada uno de ellos el otro era esa persona. También es conocido que en 1968 Nathan dejó a Ayn Rand por otra mujer que podría encajar menos en ese patrón randiano, pero que era una modelo muy guapa y mucho más joven. Y en una reacción que queda lejos de los estrictos estándares racionales y morales que ella predicaba, identificó esa preferencia por Patricia Wynard como una traición a su persona y, en consecuencia, a sus ideas. Y se produjo el objeticisma, la expulsión del Lucifer Branden del reino del randismo. Natham, no obstante, siguió por su cuenta, y no dejó que estas diferencias echaran al traste lo que, en el fondo, era también su pensamiento y el fruto de su trabajo.
Ayn Rand desprecia lo que llama ideas de segunda mano, ese conocimiento compartido, heredado y no racionalizado que nos permite, sencillamente, vivir. «Revisa tus premisas», era el dictum preferido de Rand, que contiene la pretensión de que todo conocimiento es susceptible de ser juzgado por una razón independiente y clara.
Branden hizo de la autoestima el principal tema de su pensamiento en psicología. Siguiendo la estructura de pensamiento de Rand, Branden vio la autoestima como un logro de la razón, y que consiste en seguir la vida según los propios valores. La genética es una realidad incómoda en este entender al hombre como un ser puramente racional, y que debe utilizar esa facultad, pura, libre de interferencias, para limpiar el pensamiento de prejuicios y alcanzar la verdad. Una verdad que, por otro lado, ya ha expuesto la propia Rand.
Branden no se salió ni de la grandeza y ni del desenfoque de Ayn Rand. Por ejemplo, al hablar de las relaciones personales, dijo: «Bajo el capitalismo, los hombres son libres de elegir sus lazos sociales. Lo que quiere decir que pueden elegir con quién se asocian. Los hombres no están atrapados en la prisión de su familia, tribu, casta, clase o vecindad. Pueden elegir a quién valoran, con quién quieren mantener una amistad, con quién tratan, y qué tipo de relación establecen. Esto implica y exige la responsabilidad de los hombres de formarse juicios independientes. Implica y exige, también, que un hombre tiene que ganarse las relaciones sociales que desea».
Es decir, que echa por la borda los lazos sociales preexistentes, convenidos, heredados, reales. Cree que es propio del capitalismo su sustitución por cálculos racionales de seres randianológicos. No es que no haya mucho de cierto en eso, pues en una sociedad libre cualquier individuo tiene el derecho de saltarse esta u otra convención, para elegir otro camino, por más que ese otro sea muy probablemente otra convención. Pero hay mucho más, muchísimo más, de falso. Pues las personas son políticas en el sentido que le dio Aristóteles, pertenecientes a una polis, o una comunidad. Y su persona se llena del conjunto de saberes y usos que la caracterizan. Hay una gran contradicción en erigirse en defensor de una civilización y proclamar que se puede disolver sin más que pasarse la vida revisando premisas.
Con todo, creo que debemos este recuerdo a Nathan Branden. Dice de él Brian Doherty en Radicals for capitalism, una expresión por cierto de Ayn Rand: «La segunda carrera de Rand como filósofa y activista habría sido improbable si no hubiera conocido y entablado amistad con un joven admirador llamado Nathan Blumenthal y la mujer que luego sería su esposa, Barbara Weidman». Nathan llevó al objetivismo «de una cuestión de interés meramente literaria al eje de un movimiento filosófico y político». Y por esa vía ha contribuido al ideal de libertad.
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