El sistema GPS o Global Positioning System es un modernísimo sistema de navegación por satélite que nos sitúa en el mapa con una exactitud sorprendente. Funciona gracias a una constelación de 24 satélites que, a lo largo de los años 90, fue lanzando al espacio el Gobierno norteamericano. Sus orígenes son, evidentemente, militares, pero hoy millones de personas disfrutan del servicio y los receptores GPS son ubicuos en automóviles, embarcaciones y hasta en las mochilas de los montañeros.
El éxito del GPS se ha debido a la innegable utilidad que tiene saber donde se está unido al hecho de que es gratuito, es decir, que cualquiera con un receptor puede conectarse a sus satélites sin que nadie en el ejército norteamericano –que es quien opera la red– le pase una factura. Es bueno, bonito y hasta barato aunque, en nuestro caso, es gratis porque no pagamos con nuestros impuestos el mantenimiento de los satélites. Los Estados Unidos, como es lógico, se reservan cortar el acceso cuando a ellos les venga bien u ofrecer ligeros errores en el posicionamiento.
Esto ocasionó que los rusos en su época soviética se mosqueasen y emprendiesen un proyecto semejante llamado Glonass. El sistema ruso se compone, al igual que el del GPS, de 24 satélites pero a día de hoy sólo tienen 14 en órbita por lo que no pueden competir con la red americana. Quizá en un futuro no muy lejano ambos sistemas convivan y se complementen. La Unión Europea, infestada de políticos con demasiado tiempo libre, decidió hace unos años que no podía ser menos. Que si los Estados Unidos y Rusia cuentan con satélites de posicionamiento, Europa ha de tenerlos también, aunque sea la tercera red en discordia y su desmesurado coste se dé de bofetadas con el sentido común.
En 2003 los políticos parieron sobre el papel el invento. Se llamaría Galileo y sería un sistema calcado del GPS para, según ellos, no depender de los americanos. El problema es que la Unión Europea como tal no es una nación y, por lo tanto, carece de ejército que patrocine un proyecto concebido para contribuir a la seguridad nacional. Además, todos los países de la UE son firmes aliados de Estados Unidos y, por tanto, las ventajas estratégicas de uno valen para todos los demás. En eso consisten las alianzas militares.
Si la razón primera que motivó el lanzamiento del GPS o el Glonass no se sostiene, la utilidad que el sistema tenga para los europeos es más cuestionable aún. Sale carísimo, tanto que las empresas privadas que los burócratas de Bruselas habían enredado en el proyecto han dado marcha atrás obligando a que sea la administración pública la que corra con los gastos. Hacer que los europeos paguen una fortuna por un sistema igual al que ya tienen gratis es un absurdo. De ahí que los privilegiados funcionarios de la Unión se hayan puesto tan nerviosos y apelen a la "soberanía europea", como si ésta existiese y estuviese amenazada.
Si los norteamericanos cortan el servicio, extremo bastante improbable, quizá se presente una interesante oportunidad de negocio para una empresa que quiera explotar un sistema tan demandado, pero, eso sí, cobrando. Mientras sea gratis no hay nada que hacer. Por ahora, y por fortuna, el proyecto Galileo se encuentra parado por falta de dinero, esa bendición de color verde cuya escasez ha evitado tantas estupideces en el pasado.
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!