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No más peronismo

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Los mensajes e imágenes que se suelen transmitir desde la izquierda apelan a conceptos muchas veces abstractos o difíciles de entender y llevar a cabo cuando las oportunidades se presentan. El discurso de ese lado del espectro político tiende a aglutinarse entorno a temas que, si bien no son nuevos, evolucionan alrededor –siempre igual– del enfrentamiento entre unos y otros bajo diversos matices: una clase social impostada con otra o un enemigo externo sobre el que echar las culpas.

Por ello, la desigualdad, la justicia social, las inequidades económicas, el igualitarismo, entre otros, son tópicos recurrentes de los discursos electorales, que también aparecen en la proyección de una oposición que ostenta el poder y cuando se lo ejerce, suele ser el arma con la que blanden su incapacidad y falta de efectividad.

Un caso paradigmático y a la vez sorprendente es el de Argentina, aunque la región latinoamericana puede parecerse mucho y se pueden comparar las experiencias, salvo, por supuesto, las obvias diferencias y distancias que existen entre las estructuras sociales, económicas y políticas de cada país. El país sudamericano sufre los embates de una forma política arraigada en el ideario social y donde no se han podido superar los nefastos resultados de siete décadas de caduco peronismo.

Los discursos conmovedores sobre una ‘justicia social’ que ni es justicia ni es social que una y otra vez repite el presidente argentino, quedan relegados por las consecuencias inevitables de una administración política y económica que distan de ser efectivas, más aún, en tiempos de postpandemia, porque se insiste, una y otra vez, en un modelo que no ha funcionado, ni en Argentina ni en Venezuela y que ha reducido a la pobreza a millones de personas en periodos relativamente cortos de tiempo.

Pero el debate no solo se cierne sobre la decadencia de un modelo político, a decir verdad, en declive hace muchas décadas atrás, sino en la realidad y los hechos que pesan más que las palabras e, incluso, que las emociones. Por ello, no deben extrañar los resultados de las últimas elecciones en Argentina, donde el oficialismo, en franca derrota, se enfrenta a las consecuencias electorales de haber hecho lo que sabe hacer: encaminar al país a su propio fracaso. 

No obstante, no se trata de defender a uno y otro partido o a un líder en particular –todos conocemos los resultados económicos de Mauricio Macri durante su gestión presidencial– sino de poner en evidencia algo que puede resultar baladí, casi obvio, pero que en realidad no lo es, porque de otra forma, muchas naciones habrían aprendido la lección y la realidad de muchas sería francamente distinta: cuando la izquierda en Latinoamérica llega al poder demuestra su capacidad para afrontar desafíos serios en materia de crecimiento económico, desarrollo productivo y superación de la crisis. Los resultados son los que observamos.

Así, de las quince bancadas a las que Frente de Todos (Fernández – Kirchner) aspiraba renovar, tan solo ha conseguido nueve, cediendo cinco a la colación opositora Juntos por el Cambio (Mauricio Macri) y una a la candidatura independiente peronista en Córdoba. 

De este modo, el oficialismo kirchnerista pasa de contar con 41 senadores a 35, dos menos de la mayoría absoluta, mientras que Juntos por el Cambio suma 33 –sumando sus propios resultados y los de sus aliados– y los cuatro senadores restantes serán representados por otras formaciones; así lo ha publicado Libertad Digital.

Entonces, los discursos que hoy se conocen como ‘populistas’ cobran cierto sentido en un momento determinado, para una porción considerable de los ciudadanos, cuando existe un statu quo que es cuestionado por una efervescencia pasajera, cuando un orden pretende ser menoscabado por los excesos disfrazados de buenas apariencias, pero que en realidad encierran improvisación, inexperiencia, falta de visión y carencias varias, y, en algunos casos, autoritarismo.

No obstante, lo cierto es que los, llámese ‘populistas’, saben vender bien aquellos mensajes, juegan con la dialéctica y el discurso, pero, sobre todo, aprovechan un momento histórico para hacerse con el poder a costa de la mejora en la calidad de vida de la gente, que son quienes pagan el precio real y último de las decisiones públicas. 

Por ello, los argentinos, han decidido, por ahora, pasarle factura al peronismo que hoy les gobierna porque son conscientes que el modelo que los ha llevado hasta donde están y que, en cierto modo, responde a una categoría política que no han sido capaces de superar del todo en varias décadas, ha llegado a un límite insostenible, política y económicamente hablando. No se puede vivir bajo una mentira de forma indefinida, no se puede vivir bajo un sistema peronista sin antes pagar un precio muy elevado. Esperemos que este sea el principio del fin definitivo.

1 Comentario

  1. Pertinente y claro. Muy buen texto.


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