Pensar que en estas elecciones presidenciales, o en cualesquiera venideras, uno se enfrenta a las elecciones de su vida, es dar una legitimidad inmerecida a la escena política.
“Son las elecciones más importantes de nuestra historia”. ¿Cuántas veces habremos oído eso en las últimas elecciones presidenciales de EEUU? Lo ha dicho la hija de Hillary, Chelsea Clinton, los republicanos Ben Carson o Paul Ryan o la propia candidata demócrata. Pero, sobre todo, lo repiten sin cesar los medios de comunicación aquí y allá. Así que parece que todos están de acuerdo en que EEUU, y a través de ellos medio mundo, afronta las elecciones poco menos que de su vida y esta idea ha llegado a ser un cliché.
Pero esta misma idea, y en general esta actitud ante los procesos electorales, es recurrente una y otra vez. Ya en 1864 el New York Times repetía esto en las elecciones de Lincoln contra McClellan y la repetían también los medios o los propios candidatos en 1976 con Carter contra Ford, en 1984 con Reagan y Mondale, en 2004 con W. Bush ante Kerry o en 2008 en el Obama contra McCain. Es fascinante el hecho de creer que cada 4 años un votante se enfrenta a las elecciones de su vida a no ser que cada 4 años uno viva una distinta y nueva vida. Y esto igualmente sucede en las elecciones generales de nuestro país y apuesto que en la mayoría si no en todos.
Pero me resisto, y hemos de resistirnos, a aceptar que las elecciones son realmente tan vitales para los que no somos los candidatos de turno. Para Hillary y Trump son las elecciones de su vida, desde luego, pero ¿lo son para el resto de la población? En el fondo, esta idea es parte de la filosofía de arrastre de que un gobierno es la cosa más importante de la humanidad. Y supone reforzar su relevancia y autoridad para moldear nuestras vidas. Afortunadamente, el votante medio americano es muy escéptico sobre el rol del gobierno para resolver sus vidas. Y su preocupación por la economía y el empleo no parece que encuentre una mucho mejor respuesta en un candidato que en otro.
Realmente no van a cambiar muchas cosas con uno u otro de los contendientes, al menos no apreciablemente a mejor. Ambos seguirán luchando contra el ISIS, contribuirán a una economía recesiva con altos impuestos o bien con empobrecedoras guerras comerciales y arancelarias, seguirán sin respetar la Constitución creyéndose por encima de ella y sin respetar la privacidad y libertad de los ciudadanos porque, sea quien gane, será un gobernante sabio y bueno que ‘hará América grande de nuevo’ o ‘nos mantendrá juntos más fuertes’, los dos lemas de campaña de los candidatos estadounidenses.
W. Bush dejó el gobierno más expansivo doméstica (Medicare, No Child Behind, McCain-Fengold en la libertad de expresión política) y exteriormente pese a haber ganado con una retórica de gobierno limitado, mientras que el sueño de Obama resultó ser una política exterior abiertamente belicista o el mayor programa de escuchas ilegales de la historia del país.
La esperanza en un nuevo candidato es una casi irremediable decepción a la vista. Muchos pretenden votar a un candidato porque el otro les parece peor. Nadie puede obviar el hecho de que Trump y Clinton son los dos candidatos presidenciales que más rechazo han concitado en la historia del país. Es cierto que tenemos la tercera opción de Johnson-Weld, pero la desgracia ideológica que han supuesto para el movimiento libertario merecerían otro artículo ad hoc. En resumidas cuentas, EEUU se enfrenta a una contienda en las que todos los candidatos principales y terceros han hecho una carrera hacia cuanto peor, mejor.
Pensar que en estas elecciones de gobierno, o en cualesquiera venideras, uno se enfrenta a las elecciones de su vida, es dar una legitimidad inmerecida a la escena política. Por supuesto, las elecciones más importantes de nuestras vidas están y han de estar en nuestras áreas personales y privadas como personas y ciudadanos libres. Porque la cuestión respecto al gobierno no es tanto cómo lo elijamos o legitimemos (con esta o aquella regla más o menos democrática), sino que éste nos deje elegir en nuestras vidas las cosas que realmente nos importan.
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