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No soy Javier Negre, y menos aún Miguel Ángel Gahona

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Una sociedad no puede ser libre si los periodistas y los medios de comunicación no lo son.

Los sectores más radicales del independentismo catalán practicaron la semana pasada una “caza del periodista”. Siguiendo los manuales clásicos de cualquier totalitarismo, la CUP, Arran y los CDR (inspirados en los órganos de control a nivel de manzana del castrismo con los que comparten siglas) emprendieron en las redes sociales una campaña de señalamiento, insultos y acoso sobre Javier Negre, del diario El Mundo. Llegaron incluso a difundir fotografías de sus familiares. No le perdonaban que informara sobre lo que ellos no querían que se contara. No faltaron las comparaciones con Hitler, Goebbels y con los periodistas ruandeses que ayudaron a crear el clima de odio que derivó en el genocidio tutsi (esto último gusta mucho entre el nacionalismo catalán y sus palmeros de izquierdas en Madrid).

Negre no es el primer periodista amenazado por los sectores más radicales del independentismo catalán. Hubo quien, hace años, llegó a recibir en su casa cartas cuyo contenido era una bala dentro de un sobre. Y eso en una época en la que se consideraba que aquel era un nacionalismo “moderado”. Seguro que no hubo un único caso, igual que son muchos los que han sido insultados y amenazados al caminar por la calle. Los recientes ataques a la redacción del diario digital Crónica Global (incluyendo la ruptura de la luna de su fachada mediante martillazos nocturnos) o las pintadas en la casa de Tomás Guasch son otras muestras del clima de terror que se quiere imponer sobre los medios y los profesionales que no le bailan el agua al separatismo.

Que los totalitarios de cualquier signo traten de amedrentar a los periodistas es algo, por desgracia, normal. La libertad de prensa, derivada fundamental de la libertad de expresión, es algo que rechazan profundamente. No admiten que se difundan mensajes, informaciones o ideas que no sean de su agrado. Cualquiera que decide dedicarse a informar (o a practicar cualquier otro género periodístico) sabe que antes o después puede pasar por este tipo de tesituras. Forman parte del oficio, aunque no debiera ser así.

Lo más triste es que muchos otros periodistas y medios de comunicación prefieran mirar a otro lado, como si no fuera con ellos. Las amenazas e insultos a Negre y otros profesionales, como los daños a la sede de Crónica Global, son una ataque al conjunto del periodismo. Incluso, y aunque parezca sorprendente, a aquel que es partidario del separatismo. Se engañan aquellos que desde alguno de los muy subvencionados digitales independentistas, o en la mismísima televisión pública catalana, llegan incluso a celebrar y participar en el acoso al reportero de El Mundo. Además de totalitarios y sectarios, demuestran poca lucidez. Creen que están a salvo, pero no es así. Algún día querrán publicar algo que moleste a Arran, la CUP o los CDR, aunque sólo sea para defender a Artur Mas o ERC en las batallas internas de su tribu. Y entonces serán ellos los que se pueden encontrar señalados, insultados y acosados.

La libertad, la de expresión (y su derivada, la de prensa) o cualquier otra, no se destruye en un día. Es un proceso paulatino en el que ayuda mucho la pasividad de aquel que va siendo poco a poco atado y amordazado. Hace unas semanas, la mayor parte de los nicaragüenses se levantaron para protestar contra el Gobierno de Daniel Ortega. El régimen dictatorial reaccionó según un guion que hemos visto ya varias veces en la Venezuela chavista: represión a sangre y fuego. Policías y paramilitares (en Venezuela, los colectivos; en Nicaragua, los motorizados y las turbas) acabaron con la vida de decenas de personas.

El periodismo se convirtió en uno de los principales objetivos del régimen dictatorial. Un periodista, Miguel Ángel Gahona, fue asesinado de un disparo en la cabeza mientras informaba de las protestas. La sede de una emisora de radio fue incendiada, afortunadamente sin víctimas. Al menos doce periodistas sufrieron agresiones y a algunos les robaron sus equipos. Dos periódicos, La Prensa y Confidencial sufrieron ataques informáticos. El Gobierno cortó la señal a varias cadenas de televisión…

Poco después de todo esto se conmemoraba el Día Mundial de la Libertad de Prensa. En un acto, una reportera de TVE, miembro de Reporteros Sin Fronteras, contó que había hablado con varios conocidos nicaragüenses. Todos, explicó, le dijeron que las presiones de Daniel Ortega sobre la prensa habían existido siempre, ya en su primer Gobierno. Lo que ocurría, aseguraban aquellos periodistas centroamericanos, es que entonces “todos éramos sandinistas” y se dejaban “engatusar”, pero que las cosas han cambiado.

Aquellos periodistas sandinistas (la española dio los nombres y todos fueron altos cargos del periódico Barricada) fueron antes sandinistas que periodistas. Aceptaban que el Gobierno recortara su libertad y, de paso, la de aquellos que no eran “de su cuerda”. Ellos le enseñaron a Daniel Ortega que podía amordazar a la prensa, y él se acostumbró a hacerlo. Su sumisión de entonces abrió el camino a la represión que hoy en día sufren muchos otros, a veces incluso pagando con la vida el intento de informar.

El caso nicaragüense nos enseña una importante lección, que se debe aplicar a Cataluña, al resto de España y a cualquier lugar. Cuando los profesionales de los medios no defienden la libertad de expresión y de prensa ante los poderosos o ante los grupos totalitarios, esta se resiente. Poco a poco va erosionándose hasta llegar a dejar de existir, o verse reducida a su mínima expresión. Y ese es un gran daño no sólo para los periodistas, sino para el conjunto de la sociedad.

Por eso el autor de este artículo no quiere guardar silencio. Al contrario, cree que debe proclamar algo importante. Y para ello va a escribir en primera persona, algo que, como periodista, no suele hacer:

No soy Javier Negre. Por suerte para mí, no he sido acosado, insultado y amenazado. Tampoco han circulado las fotos de mi familia. No soy Tomás Guasch, un periodista de Crónica Global, o cualquier otro compañero que trabaje en un medio no nacionalista en Cataluña. No tengo que vivir con la presión que ellos sufren a diario. Y, aún menos, tampoco soy Miguel Ángel Gahona. Sigo vivo, no me han disparado en la cabeza por querer informar.

Pero estoy con todos ellos: con Javier Negre, Tomás Guasch, el equipo de Crónica Global y otros medios no separatistas, así como con los periodistas nicaragüenses (y los venezolanos, los ecuatorianos o los de otros lugares donde se les persigue de similar manera). Levanto mi voz para denunciar el asesinato de Miguel Ángel Gahona, y el de los tres ecuatorianos de El Comercio a manos de una disidencia de las FARC o el de numerosos mexicanos por parte del crimen organizado, entre otros casos.

La causa de la libertad de todos ellos es la causa de mi libertad. Y la de cualquiera. Una sociedad no puede ser libre si los periodistas y los medios de comunicación no lo son.

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