Como todas las ciencias, la teoría económica se construye y desarrolla a partir de modelos de la realidad. Un modelo no es más que una simplificación de la realidad, que se queda con aquellos aspectos de la misma que se consideran necesarios para explicar el fenómeno objeto de la ciencia. Si el modelo no es el adecuado, porque no se han escogido los parámetros explicativos adecuados, su funcionalidad será limitada y conducirá a resultados erróneos. Por el contrario, si se seleccionan un exceso de parámetros, se hará innecesariamente complicado, y también puede conducir a errores.
Es por ello que la elección del modelo es fundamental, a la vez que un paso tremendamente complicado. Lo normal es que se empiece por un modelo sencillo y se compruebe su potencia explicativa. Si funciona, se descubren siempre flecos que el modelo no acaba de explicar satisfactoriamente, pero que quizá podría hacer si se le incorporaran nuevas características. Así evolucionan las ciencias, mediante el equilibrio entre potencial explicativo y la complejidad del modelo.
Praxeología
Para la metodología de la teoría económica, la praxeología, el modelo más importante que hay que definir es el del ser humano, pues es la causa final de todos los fenómenos económicos. Si modelamos el ser humano como un robot maximizador, nos encontraremos con la escuela económica neoclásica y sus desastres teóricos, que han suscitado críticas procedentes de todos los campos de investigación complementarios, comenzando por el de la psicología.
La economía austriaca, por su parte, reduce el ser humano a su jerarquía de preferencias. Es evidente que el color del pelo o el número de neuronas del cerebro, o la religión que profesa, son parámetros igualmente importantes del ser humano, pero parecen carecer de potencial explicativo para los fenómenos económicos (con independencia de que estas otras variables sí puedan tener influencia en la jerarquía de preferencias).
Es más: a efectos de desarrollar la teoría económica, ni siquiera es necesario conocer cuáles son las preferencias concretas que tiene el individuo. Nos basta saber que tiene una serie de preferencias ordenadas, en el sentido de que es capaz de decidir entre dos opciones de acuerdo a dicho orden, aunque en muchas ocasiones tal acto, ni siquiera sea de raciocinio, pueda ser un impulso. Además, dicha jerarquía de preferencias puede variar en el tiempo, un aspecto también fundamental para la teoría económica.
Preferencias
La otra característica de la naturaleza humana que retienen los modelos austriacos del individuo, aunque no aparece explicitada en muchas ocasiones, es su creatividad. Si bien en este artículo no trataré de ella, hubiera sido incorrecto no citarla como parte del modelo, pues sus repercusiones son brutales y es quizá el principal factor que separa la teoría económica austriaca de otras escuelas.
Volviendo a la jerarquía de preferencias, y tal como la hemos definido, se trata de una jerarquía ordinal[1]. Las preferencias carecen de un valor absoluto asociado: lo único que sabe el individuo es que prefiere A a B, no que A le da una utilidad numérica superior a la que confiera a B. En esto también se separa la economía austriaca de la neoclásica, que sí precisa estos numeritos para poder construir sus funciones, derivadas y maximizaciones. Para los neoclásicos las preferencias son cardinales.
Para determinar cuál de los dos modelos de preferencias es más próximo a la realidad, solo nos queda hacer introspección. Pero, ojo, cuando el lector haga el ejercicio, trate de no confundir valor con precio. Que no se sienta tentado de decir que sus preferencias son cardinales solo porque observa un precio que está dispuesto a pagar para satisfacerlas.
Un ejemplo: si la barra de pan cuesta 1 euro y el individuo la compra, ello no implica que el cardinal de la barra de pan tenga un valor de 1 euro. Lo único que se puede decir es que el individuo valora la barra de pan en más de 1 euro, reflejo una vez más de una jerarquía ordinal y no cardinal.
Jerarquía praxeológica
En ocasiones, se acusa al economista austriaco de que este modelo de jerarquía ordinal simplifica excesivamente la realidad, al no tener en cuenta la intensidad de las preferencias de los individuos, que sí consideraría un modelo cardinal de preferencias.
Me explico: la jerarquía praxeológica declara que el individuo prefiere A antes que B. Pero no dice nada sobre si lo prefiere mucho más o es casi indiferente entre ambas opciones. Evidentemente, una jerarquía cardinal sí afloraría tal diferencia de intensidades. Por ejemplo, puede que ambos individuos 1 y 2 prefieran A a B, pero a lo mejor el individuo 1 la prefiere mucho más. Con la cardinalidad podríamos medir cuántas veces más prefiere el individuo 1 A a B, y lo mismo el individuo 2.
Es indiscutible que existen diferentes intensidades en las preferencias de los individuos, es un hecho empírico indiscutible, que podemos observar de forma introspectiva. Yo prefiero una película o ver un partido de bádminton a ir a la discoteca, pero prefiero mucho más ver la peli a ir a la discoteca, mientras que aunque preferiría ir al partido de bádminton, tampoco es algo que me fascine sobremanera.
La cuestión es si incorporar esta realidad al modelo de individuo mejoraría la potencia explicativa del que tenemos. Para ello, basta observar cómo cambiarían las distintas teorías sobre los fenómenos económicos que conocemos.
La teoría del valor
Empezando por la teoría clave, la del valor, ¿cambia de alguna forma si incorporamos al modelo distintas intensidades en las preferencias? La teoría del valor lo explica basándose en nuestras preferencias y las unidades de recurso disponibles. La preferencia marginal que se va a poder satisfacer con los recursos disponibles va a ser la misma con independencia de que dicha preferencia sea mucho o poco más preferida que la siguiente que se queda sin satisfacer. Así que la teoría del valor no sufriría alteraciones como consecuencia de la complicación del modelo.
Se podría hacer un análisis similar con la teoría del precio, la del dinero, o la del emprendimiento. Y tiendo a pensar que concluiríamos que no hay efectos. Incorporar la intensidad de las preferencias al modelo, sea como fuere, no tendría consecuencias teóricas relevantes. Dicho de otra forma, la intensidad de las preferencias de los individuos es tan relevante para la teoría económica como lo puede ser, sí, el color del pelo, el número de neuronas del cerebro o la religión que profesan.
¿Es posible que un hecho tan aparentemente relevante para los individuos no tenga repercusiones económicas? Por supuesto que las tiene, pero no a nivel teórico, sino a nivel empírico, o particular si se quiere.
Implicaciones para el marketing
Los emprendedores que sean conscientes de esta diferencia de intensidades en las preferencias pueden tratar de hacer discriminación de precios, segmentación en terminología de marketing. Si dos individuos prefieren una barra de pan a 1 euro, pero el individuo 1 la prefiere mucho más, a lo mejor está dispuesto a comprarla por 1,5 euros. Si el emprendedor es capaz de segmentar el mercado entre los dos, aflorará esa diferencia de intensidades de una forma concreta en el precio que el individuo 1 está dispuesto a pagar. Y que, repito, no supone una cardinalidad de la preferencia.
Es más, si este proceso de diferenciación se pudiera llevar al límite, proponiendo un continuo de precios a los compradores en el que estos se autoseleccionan al precio máximo que están dispuestos a pagar (supuesto que me parece completamente irreal incluso en el contexto de Internet e Inteligencia Artificial), alguien podría decir que se ha dotado de cardinalidad a las preferencias del individuo, al menos para ese bien en concreto. Y es cierto que si se pudiera incrementar la granularidad del precio, a partir de cierto punto (por ejemplo, 1 céntimo de euro), se podría aproximar el valor de la preferencia por el precio pagado. Pero incluso en esta circunstancia la preferencia seguiría siendo ordinal.
Conclusión
En resumen: el fenómeno real de diferentes intensidades en las preferencias de los individuos no tiene relevancia a efectos teóricos. Su incorporación al modelo lo complicaría innecesariamente. Dicho fenómeno, en cambio, sí podría aflorar empíricamente con ofertas segmentadas de los emprendedores, como de hecho sucede. Se podría incluso llegar al extremo de asignar una posible cardinalidad a las preferencias. Pero todo ello seguiría careciendo de relevancia explicativa teórica, y sin alterar la esencia ordinal de la jerarquía de preferencias.
[1] Sospecho que ni “ordinalidad” ni “cardinalidad” son téminos existentes en español, aunque sí existan en inglés “ordinality” y “cardinality”. En ausencia de alternativas aceptables, disculpe el lector ambos extranjerismos.
Ver también
Problemas de la Escuela Austríaca de Economía (II). (Francisco Capella).
8 Comentarios
Estimado Sr, Herrera, dice Vd.:
«»»Si dos individuos prefieren una barra de pan a 1 euro, pero el individuo 1 la prefiere mucho más, a lo mejor está dispuesto a comprarla por 1,5 euros. Si el emprendedor es capaz de segmentar el mercado entre los dos, aflorará esa diferencia de intensidades de una forma concreta en el precio que el individuo 1 está dispuesto a pagar. Y que, repito, no supone una cardinalidad de la preferencia.»»
Esto es un error por varios motivos:
1º) Lo intensivo, por definición, no es medible; no tiene nada que ver con los fenómenos Psico-fisicos y/o fisiologicos, tales como la 1ª Ley de Saturación de las necesidades de Gossen (de Walras, Jevons, Pareto y Hayek); se trata de Fines y, por implicación, de medios justificados por aquellos; definición de INTENSIDAD de la RAE:
1. f. Grado de fuerza con que se manifiesta un agente natural, una magnitud física, una cualidad, una expresión, etc.
2. f. Vehemencia de los afectos del ánimo.
Es evidente que lo del grado de fuerza referido a una cualidad y una expresión es una metafora o analogia poco adecuada.; la segunda es correcta e irreprochable.
Incluso en el caso de los fenómenos psico-fisicos , como por ejemplo los fenómenos estroboscópicos, no podrían hacerse comparaciones intersubjetivas; una película de cine percibida por los humanos refuta completamente el viejo atomismo psicologista anglosajón; la escuela alemana de la Psicología de la Forma ha demostrado que la película la percibimos como una forma; no se unen en nuestra mente las fotografías para después asociarse unas con otras (mil fotografías de “Paris”, no son Paris; Henry Bergson).
2ª) “Ceteris Paribus”, por lo dicho anteriormente, es imposible que la barra de pan supere el precio de 1 Euro; si los medios a disposición de los dos individuos no han variado (incluido su Stock de dinero) el precio no se modifica; el empresario panadero, tendrá que bajar el precio de la barra de pan; además hay que suponer que la “curva” de demanda de pan es “elástica” a la bajada del precio, porque sino no aumentara la misma con una rebaja del mismo; adicionalmente, una vez que se cambia el precio a la baja las preferencias ordinales de las personas, necesariamente experimentan una reordenación.
Un cordial saludo.
Andrés, muchas gracias por tus comentarios.
Dejo de lado tus comentarios sobre la existencia de la intensidad de las preferencias, algo que no creo que nadie discuta. Y aunque el término quizá no sea el más adecuado desde el punto de vista filosófico, yo creo que todos los lectores entienden a qué me refiero.
Respecto al segundo punto, pasas por encima de una palabra clave que he usado: «segmentación». Eso implica que, de alguna forma, eres capaz de ofrecer distintos precios a distintos clientes. Ello es posible porque en el mundo real no hay información completa ni perfecta, y adquirir información tiene un coste. Por tanto, es perfectamente posible cobrar a distintos clientes distintos precios, como se observa día a día. Vamos, que hay evidencia empírica para aburrir sobre precios diferentes para el mismo bien, que superan tu interpretación teórica, que, por tanto, convendría que matizaras.
Adicionalmente, el panadero que es el unico que puede realizar un calculo economico racional y cardinal , ya esta percibiendo su beneficio monetario en forma de diferencial de precios; es decir un interes originario o economico; incluso si consume una parte de su produccion; los otros 2 consumidores, lo que hacen, es simplemente juicio de valor de evidencia inmediata (Von Mises); en definitiva, su evaluacion ex-ante es puramente ordinal; su beneficio o utilidad es Psiquica en el sentido timologico o » emocional», porque han obtenido el fin mas valorado y deseado que otros alternativos ( en tu ejemplo la retencion del medio dinero).
En el ejemplo que has puesto no es posible la segmentacion; ni si siquiera estoy hablando de que 1 euro sea el precio final de equilibrio; estoy hablando del estado de reposo y de que el producto no sea diferenciable; en tu ejemplo hay 2 consumidores y un panadero; ergo no es posible la segmentacion.
Hombre, respecto a todo lo demas y lo de la competencia perfecta ya debatimos no hace mucho; que hay que matizar, pues claro, y tambien poner ejemplos cuyas premisas, no permiten la conclusion a la que uno cree verdadera; tu razonamiento es un entimema cuya conclusion es falsa y que no se desprende de las premisas implicitas
Respecto
Hola Fernando,
Al hilo de este otro artículo: https://juandemariana.org/ijm-actualidad/analisis-diario/sobre-la-medida-del-valor-2/ Voy a publicar una serie sobre este asunto a partir de este jueves. A modo de adelanto, decir que no todos los austriacos son «ordinalistas». Bohm-Bawerk era cardinalista sin ningún género de duda. Y Menger también (lo intentaré demostrar). En referencia a la comprobación por introspección, Bohm Bawerk tiene un pasaje genial en la tercera edición de su libro Teoría positiva del Capital. Está comparando la intensidad de las preferencias (claramente no hay precios por ningún sitio pues no habla de intercambios, ni siquiera habla de la intención de intercambiar). Cito:
«Cualquiera que desee afinar en las distinciones podría hacer la observación de que la decisión: «Me gusta una manzana lo mismo que ocho ciruelas» no es idéntica a la de «Me gusta una manzana ocho veces lo que una ciruela». La primera frase no contiene estimación de la diferencia entre los dos placeres, al contrario es una declaración explícita de que los dos placeres comparados no ofrecen diferencia.
Esta persona aceptará la capacidad de hacer juicios de esta naturaleza, pero negará nuestra capacidad para medir directamente las diferencias de intensidad. Me complace conceder que esto es así. Pero también es verdad que el primer juicio nos lleva al segundo que está inherente en él como una conclusión lógica.
Podemos ser incapaces de determinar por comparación directa la diferencia de intensidad entre la satisfacción que produce una manzana y, por ejemplo, una pera. Pero si somos capaces de establecer que una manzana nos gusta tanto como ocho ciruelas y una pera tanto como seis, podemos extraer como conclusión de este juicio que una manzana nos gusta tanto como 1 1/3 veces una pera. Para nuestra teoría no hay diferencia entre que alcancemos esa clase de juicios de forma directa o indirecta mientras podamos llegar a ellos.»
Hola, Manuel.
Gracias por tu mensaje. Será curioso ver cómo construyes tu argumento y si te soportas mucho en la afirmación que citas y que tan genial te parece.
Cómo aplicará la preferencia demostrada si le gusta lo mismo «una manzana que ocho ciruelas»? Cuál de las opciones elegiría Bohm-Bawerk? O se quedaría sin poder elegir? Porque como elija ya sabremos que prefiere una a la otra y por tanto no las valora por igual, y el resto del razonamiento se caerá.
Si además complicamos la situación con una pera, se me va la pinza. Y eso asumiendo que las ciruelas valgan todas lo mismo, lo que no creo que sea el caso. Tambíén la ciruela esta sujeta a la utilidad marginal. Personalmente, a partir de la tercera ya no las valoraría en absoluto.
Cuando me argumentes que con el dinero se puede asumir un valor aproximamente constante, te responderé que la única conclusión que podríamos obtener es que el precio es 1 1/3 veces el de la pera, pero no podemos decir nada del valor.
En suma: mucha suerte, pero a priori me cuesta verlo.
He de decir que aquí B. Bawerk está hablando de preferencias y no de valores. Bien podrían valer cero tanto las manzanas como las ciruelas porque sean ambas ultra-abundantes. Pero aun así vale el ejemplo, porque si se puede aplicar a la preferencia, igualmente se puede aplicar al valor.
A tu pregunta de si valora igual la manzana que las 8 ciruelas, no intercambiría (costes de transacción)
El precio de la manzana no tiene por qué ser 1 1/3 de una pera. Por definición ocultamos nuestras valoraciones al mercado, es un principio básico de negociación. El precio será el resultado de mi valoración de 1 1/3 y la valoración que sea de mi contraparte (si es un productor de manzanas posiblemente el valor de las manzanas para él mismo sea cero). El precio al que intercambiemos lo más normal es que sea distinto a las valoraciones de las partes. Valorar en términos de otros bienes **no** es intercambiar bienes
Sobre elegir y preferencia (mejor que preferencia sería significación de la importancia para dejar claro que hablamos de valor). Pues si tu valoras un caballo el triple que una vaca («triple» expresión ¡¡literal!! de Menger en su ejemplo de las vacas y los caballos), pues lógicamente prefieres el caballo a la vaca. Que puedas deteriminar cuánto más valoras una cosa a otra y que elijas, para nada implica que se trate de una elección puramente ordinal. Todo lo contrario, eliges lo que más valoras precisamente porque sabes **cuanto** más lo valoras.
Mi objetivo con la serie de artículos es doble. Primero demostrar que en absoluto todos los austriacos eran ordinalistas. Eso no tiene ninguna dificultad en el caso de B. Bawerk, que se enfrentó a Cuhel precisamente por este asunto.
Por supuesto, que Menger o B. Bawerk fueran cardinalistas no implica que su planteamiento era superior por el mero hecho de ser anteriores a Mises y Rothbard. Esa es la segunda parte, donde intentaré demostrar no solo que su teoría del valor explica mejor la realidad, sino que además ser tajantemente ordinalista es atarse las manos a la espalda y ponerse una bola de preso en cada pie de manera totalmente innecesaria.