Out of the box nos habla del atrevido, del inconformista, del creativo, del “raro” que no ve obstáculos en analizar o afrontar la realidad desde prismas que chocan radicalmente con los que está empleando el consenso.
Uno de los personajes que más profundo calado han dejado en nuestra universidad de verano es Walter Castro, profesor, empresario, estudioso de la Escuela Escocesa o de la Escuela de la Elección Pública (public choice), argentino, alegre y entrañable. Mucho gusta de emplear la expresión que da título a este análisis diario.
Out of the box nos habla del atrevido, del inconformista, del creativo, del “raro” que no ve obstáculos en analizar o afrontar la realidad desde prismas que chocan radicalmente con los que está empleando el consenso. Del que rompe con lo que se viene haciendo por sistema sólo puede salir un fracaso estrepitoso o una genialidad disruptiva que se traduzca en grandes avances para la sociedad y eche abajo viejos moldes. El progreso creciente, nunca lineal, sólo puede venir del cambio, de lo diferente, de la irrupción con cierta explosividad. Lo demás es dar vueltas a lo mismo, más de lo mismo, con impactos más limitados.
In the box
Por supuesto, si de lo que hablamos es del mundo empresarial, seguir produciendo lo que ya es de sobra conocido puede redundar en un valor indiscutible para el mercado si ese producto es deseado. Por un lado, la gente necesita bienes y servicios “estándar” con una regularidad de reloj suizo. Su valor está fuera de toda duda. Pero es que además, gracias a la especialización, el know how creciente o la fuerza competitiva, es raro que no veamos aparecer mejoras incrementales en el bien o servicio, o mejoras en la forma de producción conforme se “aprende haciendo” (learn by doing) o se emula con más éxito lo que hacen otros competidores.
Si, yendo por otra línea, hablamos de ideas liberales, podemos enfrascarnos, unos y otros, en discutir si el sistema bancario debe estar regido por la reserva fraccionaria o la reserva 100%, exponiendo los mismos argumentos una y otra vez. Por supuesto este tipo de debate que pongo como ejemplo tiene gran valor para muchos usuarios, pues existe un claro mercado de individuos que se acerca por primera vez a estos conocimientos, y otro al que le gusta este tipo de debate y polémica. Pero es cierto que no contribuye a avanzar demasiado siempre que los argumentos que se manoseen sean los mismos. Es como si siguiéramos discutiendo si la Tierra es redonda o plana. Doy por hecho que en teoría bancaria no se ha alcanzado precisamente una verdad o consenso, lo que nos lleva a tener que seguir dando la batalla intelectual, pero sirva el ejemplo para entender que no hay avance teórico alguno en reproducir por sistema la misma discusión. Sí estaríamos aportando nuevo valor creciente si, merced a esa disputa intelectual, añadimos al debate argumentos incrementales, como veíamos en el ejemplo del ámbito empresarial. Del propio interés por que nuestras ideas prevalezcan sobre las de nuestros antagonistas, nos esforzaremos por adquirir nuevo conocimiento. Y esto, en cierta medida, nos lleva a salirnos de la “cajita” (no radicalmente, pero sí con efectos graduales de otro orden).
El mismo enconamiento por dar vueltas a lo mismo es extensible a la ciencia, a la antropología, a la música, al arte, al cine, la literatura o cualquier otra rama del saber, del arte, del deporte o del emprendimiento.
Por qué permanecer en la caja
Quedar por encima de los demás parece vital para mucha gente. Sin entrar en polémicas “sexistas”, es un rasgo típicamente masculino, como masculino también es «salirse de la caja» (no crean que hago este comentario por alguna suerte de reconocimiento especial al sexo femenino).
Seamos empresarios o seamos intelectuales, podemos enrocarnos en un producto o posición intelectual, aun cuando esté agotado o se haya superado, por cabezonería, ego desmesurado o afán competitivo no meditado. Pero también esa persistencia tiene su origen en haber invertido una cantidad ingente de dinero, de tiempo, de neuronas y de energía a esa idea o proyecto. Es nuestro proyecto, es nuestra vida, es lo que sabemos hacer a la perfección. En realidad, pocos son mejores que nosotros en ello. Resulta muy difícil entender cuándo es el momento de dar carpetazo a nuestra especialización porque está dejando de tener valor para el común de los mortales. Ahí nos enfrentamos a un dilema de difícil solución. Si conseguimos que el momento en que esto sea una evidencia llegue en nuestra vejez habremos hecho un trabajo excelente.
Durante muchos años, hemos acumulado conocimiento y saber hacer, aportándonos una ventaja competitiva que nos está dejando dinero, poder, prestigio, y ahora queremos seguir capitalizando toda esa inversión. Lo normal es querer morir con las botas puestas, dándolo todo hasta el final por esa idea, ese producto y esa forma de hacer las cosas.
Tener todos los huevos en la misma cesta (capitalizar nuestro capital humano) y empecinarse en quedar por encima del otro son por tanto dos factores que nos llevan a cierta estrechez de miras. Se trata de una decisión personal legítima, tratándose en muchos casos de la mejor decisión posible. Peor es cuando entra en escena el tercer factor y se ponen chinas en el camino de aquellos que sí quieren ampliar el espectro e irrumpir en nuestro sector con nuevas ideas.
Impedir el avance es una reacción propia de todos los grupos cerrados y corporativistas, y no sólo lo vemos materializarse en grupos de poder parasitarios del Estado. Aun así, cuando este comportamiento acaba rayando en el peor de los egoísmos y actitudes matoniles, solemos estar frente a legislaciones administrativas que estrechan el acceso a ese grupo creando alguna clase de escasez: profesores universitarios, investigadores del CSIC, médicos, empresarios protegidos. Ahí la reacción contra el progreso es bestial y tremendamente nociva para la sociedad, además de que éticamente no podemos tildar la persecución al innovador precisamente de justa.
Get out of the box
Quien rehúye esa pelea de hienas que desgasta cualquier voluntad bienintencionada cuando la materia (si hablamos de ideas) o el producto (si hablamos de producción) se está agotando o saturando, se está ayudando y nos está ayudando a los demás.
Porque dar vueltas sobre lo mismo ante algo que está languideciendo y llegando a su fin es un desgaste terrible para los que están en esa contienda. Precisamente porque las ganancias incrementales son pequeñas y el mercado está saturado de ofertas. Pero además, la demanda (los usuarios) está obteniendo mejoras insignificantes, poco perceptibles.
Hacer cualquier cosa out of the box, no lo perdamos de vista, no es precisamente entrar con las puertas abiertas en el paraíso. Vamos a tener que empezar de cero en un entorno por explorar y por crear, de radical incertidumbre, como gusta decir al profesor Huerta de Soto. Ni sabemos si lo que vamos a proponer tiene mercado, ni sabemos si tenemos las cualidades necesarias para hacerlo con las garantías de calidad y funcionalidad suficientes (las ideas pueden ser gratis, y tampoco, pero su desarrollo, para nada), ni sabemos si nos haremos con los recursos necesarios para realizarlo con éxito.
En este caso, la expresión “radical incertidumbre” cobra todo su sentido. Es casi como tirarse al vacío sin red. Esto explica que sean casi siempre jóvenes los que se salgan de los modelos de hacer o de pensar antiguos y nos sorprendan con propuestas de valor llamativas y disruptivas. Por un lado, no tienen el menor interés de ser y comportarse como sus padres. Por otro, andan escasos de compromisos económicos y familiares y no se juegan demasiado. Por último y más importante, tienen las energías y el entusiasmo necesarios para afrontar retos imposibles. Por todo lo anterior, alguien que se haya granjeado una reputación y un vasto conocimiento en una rama de la economía o del saber, que además ya tenga una cierta edad, es muy difícil que se plantee cambios drásticos. Con todo, ambos modelos pueden subsistir sin problema. Es una cuestión generacional. Coexisten.
El que se sale de la “cajita” también genera otro efecto positivo. Si da con la clave del éxito a través de su pensamiento lateral, el resultado para la sociedad puede ser esperanzador. Hacer pequeñas mejoras incrementales promueve mejoras incrementales a la sociedad. Introducir cambios disruptivos genera cambios disruptivos para la sociedad. Así de simple. Esos cambios disruptivos al principio crean mercados pioneros y minoritarios. Pero en no mucho tiempo, y dado que se parte de propuestas muy básicas y precarias, pero de indudable potencial, acabará atrayendo a una gran parte de la especialización de la economía (ya hablemos de producción o de conocimiento). Asimismo, y ya en una fase ulterior, acabará penetrando en las viejas estructuras de pensamiento y de producción, y las transformará de arriba a abajo.
Pensemos en el efecto en nuestras vidas de internet, de la electricidad, del automóvil, de los computadores, del ferrocarril, de la imprenta, de la radio, de las bombillas… Y tantos más. Y pensemos en cómo se han creado sectores enteros en torno a estas innovaciones que han atraído recursos, pero también en cómo muchas de estas tecnologías, con la generalización de su implantación, se han convertido en lo “estándar” según van madurando. Hoy, internet, la electricidad, los microchips, el software están en todo: viejo o nuevo.
Si nos referimos en particular al campo del liberalismo y la economía, la Escuela Austríaca en buena medida es una corriente out of the box que contrasta y se enfrenta a lo que se conoce, de forma un tanto peyorativa, como mainstream. Por supuesto, esta Escuela no puede caer en la autocomplaciencia de estirar arriba y abajo lo que tuvieran de radicales los postulados de Mises, Hayek u otros pioneros. Acabaríamos convirtiéndonos en “más de lo mismo”, en un mainstream dentro de lo “austríaco”. El avance del conocimiento económico se paralizaría de forma poco deseable. Si una idea está contemplada en un libro de Mises, resulta más sencillo remitir a un interlocutor a esa fuente original que sacar un libro al mercado, peor escrito y argumentado, exponiendo lo mismo. El mundo ha cambiado. El acceso a casi cualquier tipo de conocimiento, hoy, es prácticamente universal y gratuito. Y abundante y rápido. Las redes sociales son tan grandes e intrincadas que el coste de llegar a la información válida para nuestras necesidades se rebaja enormemente. Llegar a las referencias básicas y fundamentales dentro de cada campo es relativamente sencillo y rápido de lograr. Lo que puede aportar más a la hora de ser creativos es hacerse con información rara, que ha pasado desapercibida para muchos, o integrar lo ya conocido con nuevo conocimiento de otras fuentes para crear un cuerpo teórico más amplio, rico y coherente.
Esto explica que sean muchas las voces que proponen abrirse a otras escuelas económicas y a otras ramas del saber con el propósito de enriquecerse con el aprendizaje y la enseñanza.
2 Comentarios
Qué interesante, si he
Qué interesante, si he entendido bien, cuando una innovación no resulta exitosa, no vence, no se convierte en el nuevo mainstream, entonces sus alternativas son el ensimismamiento en el limbo o renegar de sí en busca de aún más novedosas innovaciones quizá con mayor fortuna.
Triunfar o verse abocado a ser la nada versus ser otra cosa. ¿Y el objetivo es triunfar?
Perseverar es cabezonería. Be water my friend al poder. Open your mind, el relativismo es el camino.
No podría estar más en desacuerdo, pero es ciertamente interesante.
El quid de la cuestión radica
El quid de la cuestión radica simplemente en el miedo al fracaso.
Ya dijo alguien antes que yo que «entre la genialidad y la locura solo media el éxito». De ahí que no sea tan fácil como se pretende salirse de la caja. Y que incluso el hecho de «seguir la corriente principal, seguir a la masa» no surja de la propia naturaleza del individuo (creativo, innovador, original), si no mas bien de su condicionamiento social.