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Pastores de almas

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Una de las constantes ideológicas durante la Transición fue la chanza y la chirigota que provocaba entre la intelectualidad de izquierda los hábitos, usos y costumbres de la derecha, en especial la más conservadora. Durante el final de la década de los años 70 y durante casi toda la de los 80, todo lo que sonase a irreverencia, desenfreno y ataque a la tradición se puso de moda.

Fue la época de las Vulpes, la del cine de un director manchego llamado Pedro Almodóvar que también cantaba con MacNamara, fue la época de las películas S, la del amor libre, la del destape, la época en la que fumar porros y posar con las reinas del desnudo y las musas de la transición era bien visto hasta para un alcalde con gafas de miope, de edad avanzada y fama inmerecida. Fue la época en la que el divorcio confundía el pecado con el derecho, era la época en la que las pudientes abortaban en Londres y en España se manifestaban al grito de “nosotras parimos, nosotras decidimos” sin que el nonato tuviera demasiada voz en una televisión cada vez más controlada por la izquierda mediática y política.

Fue una época donde la tradición -se la inventara Franco o se remontara a las legiones romanas-, la familia, la música tradicional, la Iglesia Católica podían ser pasto de cínicas canciones, de guiones más o menos afortunados, de novelas y ensayos de plumas que ya venían despuntando desde los pozos más profundos del franquismo o de otras que no habían juntado dos letras en su vida hasta ese momento.

Si alguien se molesta en comparar esa izquierda de hace 30 años con la izquierda actual podría llegar a la conclusión de que es algo esquizofrénica. Mientras en los años 70 y 80, el humo, el alcohol, las drogas y el desenfreno eran las constantes, en la actualidad, se tramitan leyes contra el tabaco, se sigue persiguiendo la droga que no se despenaliza y la publicidad de los licores se limita a sitios y zonas donde no molestan ni invitan al desenfreno etílico. Mientras que en esa época la gente aprendía todo lo que hay que saber sobre el sexo de los amigos y amigas, de aventuras veraniegas, de dime tú qué hay que hacer para no pillar eso y lo otro o no ser padre o madre antes de tiempo, hoy nos hacen un completo mapa del clítoris, enseñan técnicas de masturbación a edades donde antes como mucho se jugaba a vaqueros e indios o a las muñecas de Famosa. El sexo se ha convertido en un asunto de estado, de salud pública, donde cualquier cosa está permitida y a la vez prohibida, dependiendo de si molesta o no a nuestros egregios dignatarios.

Podría ser esquizofrenia, pero no lo es. Es simple ingeniería social. La meta del socialismo, ya sea la del comunismo más totalitario o la de la socialdemocracia más suave, es el paraíso en la Tierra y para eso necesita crear un hombre nuevo. La izquierda de los años 70 y 80 se enfrentaban a una tradición española que iba mucho más allá de la ingeniería social franquista, se enfrentaba a una tradición ligada a la familia, a la Iglesia Católica, a siglos de historia y desde luego a cierta mitología que unía todo lo anterior.

La izquierda se esforzó en eso en lo que tanto destaca, la propaganda y la cultura contestataria, que no tiene por qué ser necesariamente de izquierdas, y empezó a transformarlo en ideología. Actores, actrices, directores, escritores, pintores, escultores y demás artistas empezaron a crear embriones de lo que hoy nos ha dado por denominar “los artistas de la ceja”. Cada ataque, cada crítica, cada risa, cada ironía erosionaba la moral tradicional y contribuía a crear otra que poco a poco se parecía a aquello que se buscaba. Cada nueva reforma educativa ayudaba, a costa de reducir el nivel de conocimientos, a enseñar a los púberes una nueva moral que tarde o temprano, y en un número cada vez mayor, terminarían transmitiendo a sus hijos. Al llegar al poder, los políticos izquierdistas encontraron en la legalidad una estupenda herramienta para anular esa tradición, para acelerar el proceso, para crear el nuevo hombre que buscaban.

Era cuestión de tiempo, algunos no verían los resultados, pero con paciencia se hace el camino. En los 70 y los 80, la copla era propia del régimen franquista y debía ser ridiculizada, en la España de Zapatero, la copla y el flamenco son dos formas de expresión artística socialmente aceptables. En los 70 y los 80 cualquier expresión podría ser arte, en la España de Zapatero, el arte es lo que la subvención determina. En los 70 y los 80, fumar, drogarse, beber y fornicar era liberarse, en la España de ZP puede ser perjudicial para la sociedad perfecta. En los 70 y los 80, había que destruir, en la España de ZP hay que crear. Al fin y al cabo, son simples pastores de almas.

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