Coincidiendo con el estreno de una nueva entrega de la saga de los Piratas del Caribe, quería compartir algunas reflexiones de contenido económico-liberal que me suscitó en su momento la tercera parte (En el fin del mundo). Vaya por delante que no pretendo hacer ninguna crítica de cine a favor o en contra del capitán Sparrow, con esa peculiar actuación del actor Johnny Depp o el cambio de sus partners femeninas: Keira y Penélope…
En general, suelo digerir mal los libros y películas sobre piratas, que habitualmente dan una imagen ridícula de los gobernantes españoles de aquella época: tontos y a la vez autoritarios. Esa idealización del pirata me parece incorrecta: fuera de la ley, eran delincuentes violentos que no respetaban los derechos de propiedad ni el funcionamiento de las instituciones vigentes. En algunos casos, además, estaban financiados por los gobiernos de Francia y Gran Bretaña en una guerra sucia contra el poderoso imperio español transatlántico.
Junto a ello, también ha quedado una versión histórica a mi juicio desenfocada de los mecanismos del comercio de España con sus reinos americanos: la Casa de Contratación en Sevilla. Es frecuente leer sobre el monopolio de este organismo, cuando técnicamente no es del todo correcto. Simplificando, se trataba de una aduana centralizada, por donde debían pasar todas las transacciones mercantiles que los empresarios de la Corona realizaban libremente entre la Península y el Nuevo Mundo. Algo muy diferente de los verdaderos monopolios estatales de Holanda y Gran Bretaña: sus respectivas Compañías de las Indias Orientales (y Occidentales). A los que la interpretación histórica juzga con enorme benevolencia.
Sin embargo, cuando hace poco pusieron en la TV la tercera aventura de esta saga, En el fin del mundo, recordé algo que en su momento me llamó la atención de esa película: la oposición de los piratas al abusivo dominio de la ahora ficticia East India Trading Co. Así que, después de volver a verla varias veces, y gracias a la enorme paciencia de mi hija Rocío explicándome los pormenores, maleficios, trampas y alianzas de unos y otros, puedo finalmente explicarles ordenadamente aquella primera vaga intuición que les indicaba. En este caso, y sin que sirva de precedente, voy a defender y alabar a esa variopinta hermandad de corsarios.
Aquí va mi lectura: la actividad piratesca se venía desarrollando con los riesgos inherentes al estado y condiciones del mar, sometido a la diosa Calypso. Para tratar de controlar esto, los piratas apresan a la deidad, consiguiendo un -digamos- supuesto equilibrio general en la navegación para garantizar su desarrollo económico. Pero la East India se aprovecha de esta circunstancia para extender su monopolio, utilizando a su favor un elemento incontrolado, El Holandés, barco fantasma de Davy Jones. Es como si un todopoderoso estado del bienestar, además de monopolizar la gestión pública y privada, oprimiera a los ciudadanos con los movimientos antisistema… lo cual suena misteriosamente próximo… Total que los piratas se rebelan y su reina (Elizabeth Swann) les anima a enfrentarse contra los ingleses en nombre de la libertad. Previamente habrán redimido a Calypso, para recuperar las condiciones normales del mercado; lo que entre otras cosas les permitirá deshacerse del molesto y pulposo antisistema Davy Jones. De esta manera, podrán derrotar al buque insignia de la East India, el Endeavour (literalmente traducido: esfuerzo o empeño; aunque lo que verdaderamente parece movían a su Almirante, lord Beckett, eran "just business").
En fin, como suele decirse: la realidad supera a la ficción. Pero no se preocupen; aunque me he reconciliado parcialmente con los piratas, no voy a defender aquí al movimiento 15-M… ¿y si ellos son el Kraken., manejado por Davy Jones, manejado a su vez por la East India?
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