El elitismo purista liberal o ancarcocapitalista no sólo es equivocado en su esencia e injusto en su forma. También es un error estratégico en varios sentidos.
Cuando hace unas semanas se produjo la gran marcha contra el chavismo en Caracas, con «réplicas» de menor tamaño en otras ciudades venezolanas y del resto del mundo, no todos los liberales mostraron su apoyo a esa protesta. Algunos argumentaron que quienes protestaban contra el régimen criminal de Maduro eran socialdemócratas o conservadores, por lo que al final resultaban estatistas y en el fondo no eran muy diferentes del tirano caribeño. Argumentos así se han escuchado también, por ejemplo, sobre la oposición democrática cubana o sobre quienes se oponían a otras dictaduras.
Quienes rechazan apoyar a los opositores no liberales a dictaduras socialistas se mantienen «puros» en sus ideas, pero se niegan bajar al terreno de la realidad. No ven que en los países democráticos donde funciona eso que solemos llamar «consenso socialdemócrata» los niveles de prosperidad y libertad son mayores que en los sistemas autoritarios o totalitarios (ya sea en sus versiones bolivariana o comunista o en cualquier otra). Estos «inmaculados» se sitúan en un terreno de absolutos, sin escalas de grises y sin admitir que incluso en el mal existen grados.
No todos los sistemas con alta intervención estatal en la vida de las personas son igual de nocivos. Vivir en la Alemania nazi o la URSS era, sin duda alguna, peor que hacerlo en la Italia fascista o la Venezuela chavista, por ejemplo. Y sufrir cualquiera de estos dos sistemas era, o es, una desgracia para nada comparable con la realidad de ser ciudadano de un país con una democracia de tipo occidental. A pesar de que exista una hiperregulación en muchos sectores económicos, o de que haya una creciente intromisión del Estado en la vida de las personas, la situación en España, Francia, Estados Unidos, Alemania o Suecia es mucho mejor que en tierras venezolanas, cubanas o norcoreanas, por ejemplo.
En Cuba o Corea del Norte escribir un artículo criticando al Gobierno puede llevar directamente a la cárcel sin juicio, o con un proceso fraudulento de por medio. En Venezuela, por poner otro caso, un trabajador del sector público puede perder su trabajo por participar en protestas contra el Ejecutivo, un estudiante puede ser asesinado por la Policía por manifestarse y hay numerosos opositores encarcelados. A lo anterior, además, se suma la miseria que se vive en todos esos países.
Un socialdemócrata venezolano o un democristiano cubano no llega, tal vez, a tener unas exigencias sobre la reducción del Estado como las que caracterizan a los liberales. Pero eso no impide que en muchos casos se conviertan en auténticos héroes de la libertad. Es común que esos opositores paguen un precio muy alto (cárcel, exilio o incluso la pérdida de la vida) por defender el derecho a ser ciudadanos en vez de siervos.
Pero el elitismo purista liberal o ancarcocapitalista no sólo es equivocado en su esencia e injusto en su forma. También es un error estratégico en varios sentidos. Uno de ellos es que se transmite una imagen de intolerancia que puede crear mucho rechazo en personas que podrían ser receptivas a los principios de la libertad.
Al no reconocer diferencias éticas y morales entre la víctima y el victimario se demuestra una falta de empatía hacia el que sufre que sólo puede crear antipatía en terceros. Es más, la falta de compromiso con la lucha por mayores cuotas de libertad hace incluso que muchos puedan llegar a poner en duda la coherencia de las ideas liberales. Y tal vez lo hagan con altas dosis de razón.
Otro error importante es no comprender que el sistema democrático que reclaman los opositores a las dictaduras es mucho más favorable a las ideas liberales que los regímenes tiránicos. En una democracia no sólo hay mucha más libertad de hecho, sino que las ideas de quienes defienden menos Estado pueden extenderse con mucha más facilidad. En los países europeos, por ejemplo, se pueden crear think-tanks como el Instituto Juan de Mariana y economistas como Juan Ramón Rallo pueden salir en los medios de comunicación sin problema. Aunque sólo fuera por eso, habría que apoyar a los disidentes de los países socialistas. Poco socialismo siempre es mejor que mucho.
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Muy bueno. Un baño de sentido
Muy bueno. Un baño de sentido común.