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Poder y destructividad en el político

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El analista junguiano suizo Adolf Guggenbühl-Craig escribió en 1971 un libro titulado Macht als Gefahr beim Helfer en alemán, Power in the helping professions en inglés y Poder y destructividad en psicoterapia en español. El libro tiene como objetivo alertar a los psicoterapeutas, médicos, profesores, sacerdotes, trabajadores sociales y otras profesiones de ayuda, sobre el peligro de las dinámicas de poder que se desarrollan en el ejercicio de dichas profesiones y el riesgo que corren de tornarse destructivas para sus practicantes y clientes, alumnos, pacientes, etc.

Guggenbühl-Craig (1992) también invita al lector de su obra a volver sobre sí mismo y examinarse porque la destructividad del poder disfrazado de benevolencia es uno de los actos psíquicos más invisibles para el ser humano.

Político: ¿profesional de la ayuda?

Para hablar de poder y destructividad en el político, lo primero es determinar si dicha función puede considerarse una «profesión de ayuda». La respuesta más congruente con el sistema social-democrático predominante sería simplemente: no. El político que logra ejercer sus funciones se encuentra en una dinámica oscura y corrupta en donde su prioridad es la supervivencia política por encima de cualquier cosa, tendiendo al expolio y el clientelismo. Algo que no ocurre con otros profesionales cuyo ejercicio no está inmerso en juegos de suma cero, recursos públicos y cargos democráticamente electos.

Sin embargo, por un lado, el político pareciera entenderse a sí mismo como servidor público, profesional de la ayuda y la asistencia social; de forma que busca activamente el poder político para gestionarlo correctamente, como el medico que busca atender un caso para aplicar el mejor tratamiento.

Por otro lado, existe, generalmente en potencia, un ejercicio político menos contaminado de las perversiones vigentes, cuya función sería ejercer el poder y la autoridad para mediar en conflictos, dirigir y facilitar la coordinación en unidades o entornos políticos pequeños que le han sido delegados, liderar instituciones y promover la cooperación entre agentes.

Independientemente de si el político encaja en la categoría de »profesional de la ayuda» o sólo se percibe a sí mismo como tal, comparte características con las profesiones de la ayuda, en las que se cede o redistribuye temporalmente el poder y la responsabilidad y se transmite una sensación de voluntad y espacio seguro. De este artificio o encuadre puede surgir la curación o la destrucción. Por ello, los conflictos intrapsíquicos que expone Guggenbühl-Craig (1992) están vinculados al político y su ejercicio.

El inquisidor

El primer arquetipo que podemos apreciar es el del inquisidor, aquel juez que determina qué valores desviados y busca, generalmente por la fuerza, su ajuste social. En palabras de Guggenbühl-Craig (1992)

Ser conscientes del carácter discutible de nuestros valores debería hacernos cautos sobre el obligar a los demás a adoptarlos (…) he notado una y otra vez que cuando algo debe ser impuesto por la fuerza, los motivos conscientes e inconscientes de las personas implicadas ofrecer muchos rostros. (p. 16).

Adolf Guggenbühl-Craig

La imposición de valores por la fuerza no solamente demuestra la naturaleza autoritaria de quien los impone, sino su parcialidad psíquica al hacerlo, por lo que su mayor enemigo no es quien los incumple, sino quien los cuestiona.

Los que cultivan alguna profesión de ayuda social, estos que dicen trabajar «para ayudar a la humanidad», tienen motivos psicológicos altamente ambiguos (p. 17), por lo que deben lidiar constantemente con la contradicción interna, que en el caso del político se hace más intensa y difícil de soportar porque la expectativa social y el grosor de la máscara que llevan es mayor que la del resto de la gente.

Ejercicio del poder «basado en evidencias»

Por lo general, cuando las personas se sirven de su crueldad y están excesivamente motivados por el impulso de poder, suelen presentar sentimientos de culpabilidad, que pueden atenuar apelando a que lo hacen por el bien y la justicia (p. 18). Sin embargo, si se emplea en exceso este recurso, se alimenta una sombra[1] monstruosa de poder que finalmente les traiciona, haciéndoles tomar decisiones sumamente cuestionables, incluso desde los valores propios que defienden.  

Se podría objetar que los políticos de hoy no son como los de antes; los de hoy actúan »basándose en la evidencia». Algunos dirán que no nos imponen un determinado estilo de vida por arbitrariedad o por creencias personales; nos lo imponen porque la ciencia lo ha demostrado, pues se sabe objetivamente lo que es bueno y malo para el hombre. Pero si no nos dejamos engañar, nos daremos cuenta de que el conocimiento técnico sólo refina el problema del poder, pero de ninguna manera lo elimina (p. 22).

Charlatán y falso profeta

El segundo y tercer arquetipo que aparece con frecuencia es el del charlatán y falso profeta (p. 26-31). Ambos aparecen en la medicina cuando el médico sucumbe a las exigencias de su paciente y promete, engañándose a sí mismo y al paciente, una curación irreal. El inconveniente de esta dinámica en la política no son sólo los engaños y las utopías del discurso, ni la omnipotencia y el poder que se graban en el político; el problema es que se desencadena una dinámica destructiva en la que el político sobredimensiona el problema, pintándolo como más grave de lo que realmente es, para luego proponer soluciones mesiánicas y, finalmente, tras su revelarse su incompetencia, culpar a la población de su fracaso.

Un ejemplo claro de la charlatanería política se gestó a partir de que el feminismo hegemónico teorizara sobre el patriarcado definiéndolo con una imprecisión y amplitud poco operativas (u operacionalizables). Así, la academia y posteriormente la opinión pública empezaron a exigir el fin del patriarcado por medios políticos (regulaciones y políticas redistributivas). Esta tarea imposible por naturaleza[2], despierta a los charlatanes y falsos profetas que inician sus campañas y enfatizan en el problema como no habían hecho antes, haciéndolo parecer más grave que nunca y aclarando que la solución puede únicamente venir de la mano del Estado que cambiará los planes de estudio, el lenguaje, las leyes, los salarios y todo lo que esté a su alcance. Pero dicha lucha ha sido y seguirá siendo en vano, las medidas políticas aplicadas han sido inefectivas o contraproducente. A los políticos no les ha quedado más remedios que culpar a los jueces, al capitalismo, la oposición o cualquier chivo expiatorio que puedan construir.

Apaciguar las expectativas

El profesional sincero debe apaciguar las expectativas y fantasías de sus pacientes o clientes para evitar la charlatanería. No obstante, esta resolución positiva del conflicto está completamente desincentivada en la política estatal. Los falsos profetas abundan y cuando no hay exigencia sobre ellos, se encargan de construirlas. Esto se debe a que el político le conviene intentar curar falsas enfermedades sociales porque se beneficia del conflicto, la controversia y la división social, de ellas extrae más renta y entre ellas esconde mejor el delito.

El cuarto arquetipo que se manifiesta es el resultado de una escisión, nos referimos al gobernante– súbdito (médico-paciente). Debido a que nos cuesta soportar la tensión de las polaridades, preferimos erradicar las ambivalencias y hacer una división clara de las roles y responsabilidades (p. 87), esto muchas veces puede sernos parcialmente útil, por ejemplo, cuando entramos a un hospital como pacientes nos entregamos psíquicamente al rol de enfermos, hacemos todo lo que los médicos nos digan y esperamos que por mano de ellos venga la cura. Sin embargo, los profesionales de la ayuda deben poder eventualmente ´´pasarle la pelota´´ al paciente para que éste pueda hacerse cargo de su malestar.

En el caso de la política, la escisión se perpetúa cuando los gobernantes son responsables de los servicios públicos, las pensiones, la calidad de los productos y una multiplicidad de aspectos de la vida en sociedad que la ciudadanía les delega con el fin de poder desatenderlos o despreocuparse. El súbdito obediente no tiene ya ninguna responsabilidad sobre su propio bienestar, no debe preocuparse entonces por cosas como la calidad de los títulos universitarios, porque el ministerio los ha reconocido como títulos oficiales, o por los ingresos para subsistir durante su vejez, porque el Estado le «garantizará una pensión justa».  

Con excesiva frecuencia la escisión alcanza un nivel tan extremo que el gobernante le prohíbe al súbdito responsabilizarse de las cosas que le ha delegado, penalizando el ahorro, la inversión, la gestión independiente de servicios sociales o las soluciones de mercado a los problemas sociales.

Por último, ceder el poder es condición necesaria, más no suficiente, para la destructividad. Los políticos niegan continuamente que tienen poder con frases como «el Estado somos todos», un engaño perverso porque si todos fuéramos la mafia, la mafia no existiera. La negación del poder es correlativa con su destructividad, por ello es tan perjudicial la ilusión de que el Estado no tiene el poder. De igual forma, tampoco resulta sensato creer que acabando con el Estado acabaremos con el poder y la política. Acabando con el Estado, en el mejor de los casos, acabaremos con una forma perversa, violenta, engañosa y destructiva de ejercer el poder.

En conclusión, en el mundo actual no existe el buen político porque el buen político, como el buen profesional de la ayuda, será aquel que reconociendo su poder temporal, atienda el conflicto, malestar o desviación por el cual fue convocado y busque activamente hacerse innecesario y devolver el poder.

Bibliografía: Guggenbühl-Craig, A. (1992) Poder y destructividad en la psicoterapia. Monte Avila Editores. Caracas, Venezuela.


[1] Aspectos ocultos o inconscientes, positivos o negativos que el ego ha reprimido o nunca reconocido.

[2] Siendo el patriarcado la violencia, los celos, la propiedad, el cortejo, la jerarquía y hasta el cambio climático, acabar con él es tarea imposible, porque nunca sabríamos cuando lo hemos derrotado o porque derrotarlo significaría acabar con la humanidad.

1 Comentario

  1. Excelente artículo, profundo, claro, muestra el riesgo de la polarización y de no tomar conciencia de la sombra en un rol social que facilita colocarse sólo en el poder sin ver el riesgo a la destructividad


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