Paradójicamente, a Tirpitz no le entusiasmaba el mar y solía pasar sus periodos de descanso en la Selva Negra. Alfred Von Tirpitz ingresó en una obsoleta y pequeña marina prusiana, porque ofrecía más posibilidades de promoción que el ejército, y no se equivocó. Su particular visión de lo que debía ser la marina alemana, de una Alemania recién constituida que buscaba su lugar bajo el sol, atrajo la atención del inseguro e inestable Guillermo II, un káiser que tenía mucho más poder político del que tenía su abuela, la emperatriz británica Victoria, o del que tuvo su tío Eduardo VII a la muerte de ésta.
De todas las circunstancias y factores que desencadenaron la Gran Guerra, la creación de la flota alemana en contraposición a la Armada británica fue uno de los más decisivos. Tirpitz estaba en China buscando un puerto adecuado para las pretensiones coloniales alemanas cuando fue nombrado Ministro de la Marina. Guillermo había mantenido una conversación en Kiel en 1891 que le había dejado huella. Después de ser nombrado Jefe de Estado Mayor naval, desarrolló este planteamiento ofensivo basado en grandes buques de línea que pudieran hacer frente a la todopoderosa flota británica, incluso derrotarla en una batalla decisiva (teoría que había sido compilada y desarrollada por el estadounidense Alfred T. Mahan). Tirpitz, el Káiser y su, entonces, Ministro de Asuntos Exteriores, Bernhard Von Büllow, querían su flota.
Como la mayoría de los políticos y hombres de Estado, Tirpitz fue incapaz de prever las consecuencias graves de sus políticas y, obviando o desconociendo sus carencias y fallos, se centró en sus objetivos, apoyado por la política imperial. Y tal incapacidad y tales obviedades no habrían sido más relevantes si no fuera por el poder que acumulaban él y cuantos le respaldaban.
Tirpitz era, de alguna manera, consciente de que la gran flota tenía que venderse no sólo al Gobierno alemán, sino también a la población e incluso a la de otros países. De esta manera, nada más llegar al poder creó una sección de noticias y asuntos generales parlamentarios que conectó muy bien con la opinión pública. Tirpitz y sus colaboradores organizaron diversos eventos, donde mostraron las posibilidades de estos acorazados y buques de guerra en distintas maniobras, innumerables delegados del Ministerio recorrieron el país contactando con los formadores de opinión, así como con personajes importantes del mundo empresarial y universitario. Los periodistas pudieron recorrer los navíos, recabando información sobre las nuevas armas, y en las escuelas públicas se realizaron diversos actos de propaganda dirigidos a crear una visión favorable en las nuevas generaciones. Además, varios periódicos, incluyendo algunos extranjeros, fueron subvencionados para que contaran sus pacíficas intenciones y la grandiosidad de sus fuerzas armadas.
Diversas instituciones de la sociedad civil colaboraron con el Gobierno, como la sociedad colonial o la liga pangermánica, distribuyendo miles de panfletos. Este apoyo empresarial y social no se explica única y exclusivamente por una manipulación desde el poder político, que existió, sino porque también hay que ser conscientes del apoyo popular que recibieron ésta y otras iniciativas gubernamentales. La fuerte ideología nacionalista de la sociedad germana, un tanto darwinista (en el sentido que adopta el darwinismo social), ayudó mucho en este sentido tanto en los hechos que desencadenaron la Primera como la Segunda Guerra Mundial. Si a eso unimos el victimismo que por distintas razones también asumió un grupo importante de alemanes, muchos de ellos con poder, podemos entender en cierta medida los hechos posteriores.
La importancia de la comunicación en política fue, es y presumo que seguirá siendo cada vez más esencial para los intereses del Gobierno. Los políticos alemanes de esta época no necesitaron sólo el apoyo de empresarios o financieros, sino que buscaron que el Cuarto Poder se pusiera de su parte, mientras que la Educación Pública hacía su labor más lenta, pero no menos transcendental para los intereses del Estado. No es descartable que muchos de esos niños "educados" combatieran con ímpetu en los frentes y ayudaran a sostener el esfuerzo de guerra voluntariamente.
Pero volviendo al periodismo, ¿es el "Cuarto Poder" un término afortunado? Incluso en los regímenes democráticos más libres, los poderes legislativo y ejecutivo tienden a confundirse bajo la "dictadura" de los partidos, y el judicial suele ser una extensión de los otros dos, al menos en lo que se refiere a sus órganos de gobierno y en los tribunales más altos. Medidas como las resoluciones que están soltando etarras y otros delincuentes en España abundan en este sentido.
Cabe preguntarse si este mal llamado Cuarto Poder no actúa algunas veces como los otros tres y se convierte en una extensión del que lo ejerce en ese momento o de alguna de las instituciones que forman parte del Estado. En España no es difícil ver medios alineados, sí o sí, con uno u otro partido, o protegiendo a una facción de uno de ellos, atacando al resto, sin importar caer en incoherencias, defendiendo lo que ayer atacaban o atacando lo que hace unos días defendían, y sin el menor asomo de vergüenza.
En muchos casos, esta particular lealtad se debe a que el medio de comunicación, o el periodista que trabaja para él, es de carácter público con unos intereses muy concretos; en otras, porque siendo privados, sus licencias de radio o televisión dependen de una decisión administrativa y no pueden arriesgarse a perder lo que ya tienen. Por último, en otros casos, las relaciones personales y profesionales entre políticos y periodistas o empresarios del sector son más intensas y complejas de lo que somos capaces de entrever, con lo que se confunden intereses y favores.
Todos podemos identificar a periodistas y medios de relumbrón alineados con populares, socialistas, nacionalistas e incluso con partidos menos relevantes desde el punto de vista parlamentario, o sindicatos e instituciones que dependen del presupuesto o de favores del poder. Todos estos periodistas y empresas de comunicación, públicas y privadas, realizan un papel muy similar al que hicieron los periodistas alemanes que ayudaron a Tirpitz y al Káiser a promocionar su juguete bélico. Sus particulares "flotas" tienen sus propios voceros dentro de la prensa y lo más indignante es que se supone que la prensa es infinitamente más libre que lo que podía ser en la Alemania previa a la Gran Guerra.
No pretendo decir con esto que cada medio, cada profesional de la comunicación no tenga su particular visión de los hechos que está presenciando y contando y que informe según ésta, su ideología política o su propia visión ética y moral de la vida, sino que el sector periodístico que tenemos es mayoritariamente acrítico consigo mismo, que como otros hacen, colabora con intensidad con el poder y, algunas veces, se desangra en guerras particulares que no favorecen a ninguna de las partes, pero que por honor, por interés o por miedo, terminan afectando al propio proyecto empresarial. Si el periodismo tiene un enemigo que amenace su esencia es el poder político, que lo "necesita", para sus propios objetivos, posicionado en elementos clave y que por ello lo quiere mantener cerca a través de artificios regulatorios.
Afortunadamente, esta independencia, complicada antaño, no depende ya tanto de la buena voluntad del político. Herramientas como Internet y procesos como la globalización nos permiten a los últimos usuarios acceder a fuentes que antes nos estaban vetadas. La rapidez con la que se transmiten las informaciones a través de la red hace cada vez más dificultosa su manipulación por parte del poder a través de la censura o de la ocultación de hechos, lo que invita a usar otros medios. Ahora es más fácil volcar información a la red, de modo que se puede tapar un hecho relevante con toneladas de noticias irrelevantes. La creación de curiosas conspiraciones también ayuda, alimentando las paranoias. Las denuncias contra la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos demuestran cómo de importante se ha vuelto para los gobiernos este aspecto y cómo la libertad se está viendo amenazada de nuevas maneras. Puede que a estas alturas del siglo necesitemos, además de poder acceder una noticia importante, saber despejarla de otras que no lo resulten tanto, y más que un periodista, un contador de hechos o un opinador, necesitemos un buen analista.
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