Johan Norberg comentó una vez que sólo quedan tres economías planificadas centralmente en el mundo: Corea del Norte, Cuba y la Política Agraria Común. La PAC es el conjunto de subsidios agrícolas, cuotas de producción e importación y aranceles con los que los políticos de la Unión Europea pretenden gestionar eficazmente la agricultura del continente y, claro, fracasan miserablemente en el intento.
Se supone que el objetivo es lograr que los trabajadores del campo no pierdan sus empleos por la insuperable competencia de los productos que vienen del Tercer Mundo. Sin embargo, según Oxfam, entre los mayores beneficiarios de estas ayudas están la reina de Inglaterra, el príncipe de Mónaco y la duquesa de Alba, títulos que no sugieren en principio actividad laboral alguna relacionada con el campo. Mientras, decenas de miles de explotaciones familiares cierran en España. No es que esto último sea necesariamente malo, pues probablemente resulten más productivos para la economía y reciban mayores ingresos dedicándose a otras actividades. Pero demuestra que la burra que se nos vende con la PAC no da la leche prometida.
El socialismo de todos los partidos ha hecho recientemente su aparición con este asunto. El Gobierno Zapatero logró que la Corte Europea de Justicia anulase la reforma de las ayudas al algodón, negociada por Moraleda y Espinosa nada más aterrizar en sus cargos. Y el Partido Popular exigió que se aproveche esta circunstancia para negociar mejores condiciones para los agricultores españoles del ramo. Por supuesto, nadie defendió la necesidad de eliminar por completo los subsidios, cuotas y aranceles que nos obligan a todos los consumidores españoles a pagar más caras las prendas de algodón que vestimos. Nadie tampoco pensó que ese ahorro permitiría a los españoles consumir más en otras cosas, beneficiando a las empresas que las producen, e invertir más en negocios más provechosos que ese de cultivar algodón en Murcia y Andalucía.
Los subsidios, de todo tipo, son como una droga. Adictos que podrían vivir perfectamente sin ella si no la hubieran consumido nunca, ahora no pueden concebir su existencia sin dosis cada vez mayores. De modo que si los subsidios no logran que los productos sean suficientemente baratos, se restringe la importación de alternativas del extranjero. Eso arruina los agricultores de los países pobres, que ya no pueden vender sus productos en los mercados protegidos. Debido a ello, muchos de ellos emigran para poder trabajar en esos países. Y por eso los gobiernos ponen barreras de entrada a la inmigración y dan millones de euros de los contribuyentes para aliviar la pobreza, que es "la causa" de la inmigración.
En definitiva, toda una carrera en la que las intervenciones políticas dan lugar a más intervenciones políticas que intentan resolver los desaguisados creados por las anteriores. Hay alternativas, no obstante. En 1984, Nueva Zelanda eliminó por completo los subsidios agrícolas, convirtiéndose en el único país desarrollado que carece de ellos, si exceptuamos por razones obvias ciudades estado como Singapur. Desde entonces, su producción agrícola ha crecido un 40%, creciendo también su porcentaje en el PIB del 14 al 17%. Su productividad ha crecido una media de un 6% anual, frente al 1% previo a la desaparición de las ayudas. Las razones de este éxito son sencillas: al verse en la intemperie del mercado libre tuvieron que adaptarse a él, reduciendo costes, diversificando el uso de la tierra y adaptándose a los cambios en la demanda. Como si fueran una empresa normal. Y es que la desaparición de la PAC no implicaría la desaparición de la agricultura en la Unión Europea, sólo su modernización y su adaptación a las necesidades del mercado. Y un ahorro considerable para nuestros bolsillos, naturalmente.
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!