El impuesto inflacionario es el peor de los impuestos, porque al ser regresivo afecta a los más pobres.
Desde que se creó el Banco Central de la República Argentina (BCRA) en 1935, la inflación anual promedio supera el 50 %. Durante los 83 años de gestión monetaria bajo el BCRA, en sólo 23 años la tasa de inflación anual estuvo por debajo del 10 %, 17 años por debajo del 5 % y tan sólo 11 años por debajo de una inflación del 2 % que cualquier banco central consideraría como un punto de referencia aceptable. A través de diferentes cambios en denominaciones de la moneda, Argentina eliminó 13 ceros de su unidad de cuenta desde la fundación del BCRA. Argentina no se limita a tener un banco central ineficiente, sino que tiene uno de los peores bancos centrales del mundo. Fracasó en estabilizar el poder adquisitivo de su moneda, y con ello complicó el contexto requerido para un crecimiento sustentable y una generación de empleo genuina. Quienes sostenemos que la dolarización es recomendable para Argentina desconfiamos de que el poder político de turno le permita a la institución monetaria alguna vez priorizar la estabilidad de precios sobre otros objetivos, lo que nos garantiza un impuesto inflacionario que sólo puede perjudicar a la gente.
La propuesta, además, no debe ser comprendida como impuesta desde arriba, sino que es un fenómeno espontáneo de gran parte de esta Argentina que demanda dólares por la moneda local para preservar el valor de sus ahorros. Se trata, como diría el premio Nobel en Economía Friedrich Hayek, de “desnacionalizar la moneda” o terminar con el “nacionalismo monetario”, pues el monopolio estatal sólo se ha utilizado en beneficio de la política.
¿De qué trata la propuesta de dolarización?
Básicamente de cerrar el BCRA aceptando su fracaso, y para ello cambiar todos los pesos en circulación por esta divisa a la tasa adecuada o posible. Hace un año, con el tipo de cambio a 17 pesos el costo de devaluación requerido para poder dolarizar parecía extremo, pero con el dólar a 40 pesos gran parte de este costo ya fue asumido.
No es menor que esta nueva devaluación acelerará la inflación en Argentina cerrando 2018 con una tasa que superará el 40 %, lo que abre un cuestionamiento general de parte de la sociedad y una mayor demanda para resolver un problema estructural que impide el desarrollo normal de la actividad económica y el empleo.
También es importante notar que una vez que se elimina el peso, los argentinos pueden optar por cambiar el dólar por cualquier otra moneda, lo que en definitiva abre un proceso de competencia de monedas donde una moneda buena desplazará a las otras. Si el dólar se depreciara fuertemente, por ejemplo, los argentinos podrían optar por el euro, y si el bitcoin o alguna criptomoneda tuviera éxito en reducir la volatilidad que hoy las caracteriza, los argentinos podrían rápidamente cambiar de moneda, estableciendo contratos en la nueva moneda.
¿Cuáles son los beneficios inmediatos de dolarizar?
Quizás la principal ventaja es que permite alcanzar estabilidad monetaria de forma repentina. No es poco. Algo semejante se vivió con la convertibilidad en 1991, después de un proceso hiperinflacionario que había alcanzado una tasa cercana al 5.000 % anual. La clave es que, al no poder imprimir dólares, el Gobierno no puede seguir monetizando sus déficits fiscales, con lo cual la inflación se detiene inmediatamente. El cambio en las expectativas es radical.
Como la inflación baja, también bajan las tasas de interés (nominal y real) y el riesgo país. Si bien la dolarización no resuelve todos los problemas de la economía argentina, al menos elimina el riesgo de una nueva devaluación. Termina en definitiva con las recurrentes devaluaciones de la moneda, cambiando el foco en el modo en que se resuelven los problemas económicos. Al efecto, sirve la reciente experiencia de España pos-Zapatero. Mientras Krugman recomendaba paliar el déficit saliendo del euro e imprimiendo pesetas, España optó por continuar dentro de la eurozona y, en lugar de devaluar, paliar el déficit con mejoras en la recaudación y bajando el gasto. La crisis de España terminó y la economía empezó a crecer, lo que muestra una lección a la Argentina. No sólo que se puede seguir reduciendo el déficit fiscal en una economía dolarizada, sino que te impide a acceder al Banco Central para evitarlo.
La dolarización implica, en otros términos, la importación de instituciones. Nos ayudará a disciplinarnos. Estar dolarizados implica que tenemos que alcanzar el equilibrio fiscal necesariamente porque en caso de acumular deuda iremos otra vez a una crisis.
El impuesto inflacionario es el peor de los impuestos, porque al ser regresivo afecta a los más pobres. Las clases media y alta pueden eludir la inflación adquiriendo bienes materiales y activos denominados en otras monedas, pero quien recibe un salario en moneda local y no tiene capacidad de ahorro, enfrenta día a día precios que aumentan, mientras sus ingresos quedan siempre rezagados. Detener la inflación puede ayudar a luchar contra la pobreza.
La inflación, además, distorsiona los precios relativos. Sin inflación, entonces, mejora la actividad económica porque el emprendedor puede hacer cálculo económico. Quien quiera emprender hoy hace números de un posible negocio, y cuando inicia el proceso, si los precios cambian, cambia también la evaluación del negocio.
Resumiendo, la dolarización es un límite más al poder, pues ata de manos al Gobierno para continuar con las políticas inflacionistas. La estabilidad monetaria puede atraer capitales y así acelerar el crecimiento económico, lo que a su vez puede mejorar la recaudación y con ello el resultado fiscal. Tememos, del otro lado de la ecuación, que si no dolarizamos se pierde una oportunidad única. Y, en breve, cuando la inflación acumulada en el año de elecciones haya absorbido el efecto de esta fuerte devaluación, volveremos al atraso cambiario, al déficit de cuenta corriente y a nuevas devaluaciones y su consecuente impacto inflacionario.
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