Por Jon Miltimore. El artículo Por qué Hitler adoraba la justicia social fue publicado originalmente en FEE.
En agosto de 1920, en Munich, un joven Adolf Hitler pronunció uno de sus primeros discursos públicos ante una multitud de unas 2.000 personas. Durante su discurso, que duró casi dos horas y fue interrumpido casi 60 veces por vítores, Hitler tocó un tema que repetiría en futuros discursos, afirmando que no creía que «jamás en la tierra pudiera sobrevivir un Estado con una salud interior continuada, si no se basaba en la justicia social interior». Esta fue una de las primeras veces que Hitler habló públicamente de justicia social, quizá la primera.
En su reciente libro El nacionalsocialismo de Hitler, Rainer Zitelmann deja claro que la «justicia social» (soziale Gerechtigkeit) era fundamental para los objetivos sociales de Hitler. Lo que Hitler quería decir con «justicia social» no es fácil de entender, así que quizá sea mejor entender primero lo que Hitler no quería decir. A Hitler no le interesaba un Estado o una sociedad que simplemente tratara a las personas por igual, o un Estado que simplemente dejara en paz a los individuos.
«Justicia social» según Adolf Hitler
Esto no lograría el cambio social que él buscaba. Al igual que Karl Marx, Hitler veía el mundo a través de las estructuras de poder, y las estructuras de poder imperantes dificultaban demasiado, en su opinión, el ascenso de todos los alemanes.
Zitelmann deja claro que Hitler hablaba mucho de conceptos como movilidad social y meritocracia. Sus discursos contienen frases que hablan de un Estado alemán «en el que el nacimiento no es nada y los logros y la capacidad lo son todo». Otto Dietrich, jefe de prensa de Hitler durante mucho tiempo, señaló que Hitler apoyaba «la abolición de todos los privilegios» y un estado «sin clases».
Con este fin, Hitler expresó su deseo de «derribar todas las barreras sociales en Alemania sin reparos», como explicó en una conversación de 1942 con el líder nacionalsocialista holandés Anton Mussert. En otras palabras, el privilegio estaba tan omnipresente en Alemania que Hitler lo erradicaría destruyendo toda la estructura de clases.
Si algo de esto le suena familiar, es porque debería ser así. La justicia social es una idea que los estadounidenses escuchan prácticamente a diario. Se alaba en las universidades y se defiende durante los partidos de la NFL. Oímos las palabras «justicia social» en boca de los políticos y en los anuncios de televisión.
Para que quede claro, no estoy sugiriendo que los defensores actuales de la justicia social sean nazis. No me cabe duda de que desprecian a Hitler y sus ideas, como deberíamos hacer todos. Pero estoy diciendo que los defensores de la justicia social de hoy comparten un rasgo importante con Hitler: una obsesión con la clase. Esto no debería sorprendernos. La clase es algo instrumental en prácticamente todas las diferentes corrientes del socialismo: comunismo, nacionalsocialismo, socialismo democrático, peronismo, etc.
«¡Derribad los muros que separan las clases!»
En la teoría marxista tradicional, la etapa capitalista de la historia consta principalmente de dos clases: la burguesía (los capitalistas, que poseen «los medios de producción») y el proletariado (los trabajadores). Para Marx, el antagonismo de clases era la fuerza motriz de la historia, y sus discípulos comparten este punto de vista.
Definir la justicia social es un poco complicado, pero se puede ver en ella la noción de que hay que desarraigar las clases. Se explica en Wikipedia:
La justicia social es la justicia en relación con un equilibrio justo en la distribución de la riqueza, las oportunidades y los privilegios dentro de una sociedad en la que se reconocen y protegen los derechos de los individuos.
Parece razonable. Apela a nuestra creencia instintiva de que la sociedad debe ser justa. Después de todo, ¿a quién le gustan los «privilegios»? ¿Quién no quiere una sociedad más igualitaria? De hecho, esto es precisamente lo que Hitler enfatizaba en sus discursos: la creación de la «igualdad de oportunidades» en la sociedad. Consideremos estos comentarios del Führer de febrero de 1942:
Tres cosas son vitales en cualquier levantamiento: derribar los muros que separan a las clases entre sí para abrir el camino del progreso para todos; crear un nivel general de vida de tal manera que incluso los más pobres tengan el mínimo seguro para existir; finalmente, alcanzar el punto en el que todos puedan compartir las bendiciones de la cultura.
Un problema de medios y fines
En cierto sentido, no hay nada intrínsecamente malo en muchos de los fines que persiguen los defensores de la justicia social. No hay nada intrínsecamente bueno en el «privilegio» o en la concentración de riqueza. El principal problema son los medios. Los defensores de la justicia social -entonces y ahora- tienden a tratar de resolver lo que consideran desigualdades estructurales en la sociedad a través de medios no liberales y coercitivos. En su forma más básica, significa quitar a los que más tienen (los privilegiados) para dárselo a los que menos tienen.
Para Hitler, esto significaba confiscar la propiedad de los miembros más ricos (más privilegiados) de su sociedad: los judíos. La confiscación de la riqueza comenzó en serio después de que Hitler emitiera una orden (Decreto para la declaración de la propiedad judía) en abril de 1938 que exigía a los judíos registrar su riqueza ante el Estado. Los derechos de propiedad podían ser la base de la prosperidad humana, pero resultaron ser de poca utilidad para los judíos, que se encontraban con obstáculos en la búsqueda del Führer de lograr la justicia social en Alemania.
Esa política sería ilegal en Estados Unidos, por supuesto, y algo que pocos defensores de la justicia social apoyarían hoy en día. Sin embargo, muchos han mostrado su interés por utilizar el gobierno para «nivelar el terreno de juego» de formas más sutiles, incluida la asignación ilegal de subvenciones federales en función de la raza.
Friedrich A. Hayek
De hecho, quizá la característica más notable de la justicia social actual sean los medios antiliberales utilizados para promoverla. Hace más de medio siglo, el Premio Nobel de Economía F.A. Hayek observó la paradoja de la justicia social, que pretende crear una sociedad más igualitaria, tratando a las personas de forma desigual:
La exigencia clásica es que el Estado debe tratar a todas las personas por igual, a pesar de que son muy desiguales. No se puede deducir de ello que, como las personas son desiguales, haya que tratarlas de forma desigual para igualarlas. Y en eso consiste la justicia social. Es una exigencia de que el Estado trate a las personas de forma diferente para colocarlas en la misma posición…. Hacer de la igualdad de las personas un objetivo de la política gubernamental obligaría al gobierno a tratar a las personas de forma muy desigual.
F. A. Hayek, 1977.
Hitler: a la nación por la justicia social
Hayek creía que tratar a la gente de forma desigual era parte del pastel de la justicia social. Y los recientes acontecimientos históricos le han dado la razón. Dado que la justicia social era fundamental para los objetivos de Hitler, no podía tratar a los judíos, la burguesía y otras clases privilegiadas como a los demás. Sólo aboliendo los «privilegios» podría liberar al pueblo alemán y avanzar en el progreso social.
Si queremos construir una verdadera comunidad nacional, sólo podremos hacerlo sobre la base de la justicia social
Adolf Hitler, 1925.
Del mismo modo, los defensores de la justicia social del siglo XXI no pueden lograr el cambio social promoviendo la idea de que todas las personas deben recibir el mismo trato independientemente de su raza o sexo. Si leemos a Robin DiAngelo (autora de Fragilidad blanca) y también a Özlem Sensoy, coautores del libro Is Everyone Really Equal? An Introduction to Key Concepts in Social Justice Education, está claro que no les interesa tratar a la gente por igual.
A la justicia social por medio del racismo (y no es Hiter)
Para DiAngelo, la clase privilegiada en Estados Unidos son los blancos. Todos ellos han nacido «en una jerarquía racializada»; un sistema socioeconómico que es racista y debe ser desmantelado.
Este sistema de poder estructural privilegia, centraliza y eleva a los blancos como grupo.
Robin DiAngelo.
No está claro cómo se logrará la igualdad social. Pero es seguro que DiAngelo no cree que la marcha hacia la equidad se logre abrazando la idea de que todos los seres humanos son individuos únicos que merecen el mismo trato, o sin utilizar el poder del Estado.
El error que cometen DiAngelo y muchos otros defensores de la justicia social es común en los tiempos modernos. Dan prioridad a los fines que persiguen sobre los medios que utilizan.
Fines y medios
El filósofo y fundador de la FEE Leonard Read comprendió la insensatez de este planteamiento. Por eso, en su libro de 1969 Let Freedom Reign (Que reine la libertad), Read sostenía que una «mirada dura» a los medios que utilizamos es mucho más importante que los fines que buscamos:
Los fines, las metas, los objetivos no son más que la esperanza de lo que está por venir… no… la realidad… de la que se pueden extraer con seguridad las normas para una conducta correcta… Muchos de los actos más monstruosos de la historia de la humanidad se han perpetrado en nombre de hacer el bien, en pos de algún objetivo «noble». Ilustran la falacia de que el fin justifica los medios.
Hitler, por supuesto, estaba en desacuerdo.
A él no le preocupaban los medios; estaban totalmente justificados (en su mente) por los fines que perseguía. Y su grandiosa visión de la «justicia social» en Alemania tenía una ventaja: le permitía utilizar el inmenso poder del Estado para «corregir» las desigualdades de la sociedad alemana, que se había convertido en un hervidero de resentimiento y decadencia tras la Primera Guerra Mundial y años de hiperinflación.
Ver también
Nacional socialistas de ayer y hoy. (José Carlos Rodríguez).
Cuando un liberal clásico se enfrentó al terror nazi. (Samuel Gregg).
Cinco razones por las que el nazifascismo es socialista. (David Lozano).
Hitler, líder de la izquierda. (José Carlos Rodríguez).
Hitler y Che Guevara, dos caras de la misma moneda. (Manuel Llamas).
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