El binomio Mas-Junqueras, a lo suyo. Ambos se han auto-ungido de la función mesiánica consistente en conducir a Cataluña a la tierra prometida, una suerte de paraíso terrenal donde abundará la paz, la prosperidad y la ausencia de cadenas impuestas por los cerriles españoles.
En pleno siglo XXI, el nacionalismo separador sigue creyendo en utopías y apostando por ellas no sólo de manera retórica sino económica también. Mientras tanto, los problemas de la ciudadanía catalana, los mismos que tiene la española, no se resuelven, sino que aumentan.
La gravedad del asunto no debe pasar por alto las manipulaciones que del sistema democrático ha hecho este mesianismo de barretina. La más importante, la chapuza del 9 de noviembre, una mezcla entre lo absurdo y lo despótico. El rauxa borró de un plumazo el seny, nada nuevo por otro lado, pues las pataletas del nacionalismo catalán cada vez son más frecuentes en nuestro paisaje político.
De cara al corto y medio plazo, los escenarios y previsiones no son halagüeños. ¿Hacia unas elecciones (a las que se pondrán calificativos del tipo "plebiscitarias")? Es probable. Las terceras en cinco años, todo un récord que muestra a las claras el nulo respeto que el nacionalismo (en todas partes) tiene por la democracia: si sale en las urnas lo que exige, perfecto; en caso contrario, se hace una nueva llamada hasta que se obtenga el resultado deseado.
Se trata ésta, como decimos, de una característica distintiva de cualquier partido secesionista. A modo de ejemplo, en Escocia el Scottish National Party (SNP) perdió el referendo in-out del pasado 18 de septiembre, pese a lo cual, reivindica vías alternativas para la consecución de la independencia, al mismo tiempo que contradictoriamente habla de influir en Westminster tras las próximas elecciones de mayo. Paradójico, como sinónimo de surrealista, que una formación que perseguía la implosión de Reino Unido ahora se postule como su salvador.
En efecto, al nacionalismo le gusta decir de sí mismo que representa la centralidad, concepto tan polisémico como vacuo. Durante la década de los noventa, CIU también afirmaba simbolizar la centralidad gracias a la cual era el mejor representante de los intereses de Cataluña y la única fuerza capacitada para modernizar España. De nuevo el mesianismo en estado puro.
Mientras todo esto ocurre, la sociedad catalana contraria a la asfixia nacionalista se ha ido articulando, con pocos recursos pero con abundante imaginación y capacidad de movilización. Plataformas como Sociedad Civil Catalana es un buen ejemplo pero en el resto de España han surgido algunas otras, de corte igualmente transversal, como Libres e Iguales.
Ambas, asimismo, comparten un rasgo común y es que no gozan de la cobertura que merecerían, lo cual les resta opciones para ganar el combate de las ideas frente a aquellas otras, como la Asamblea Nacional de Cataluña o el Omnium Cultural, que hacen proselitismo de la causa de la independencia y que gracias al empleo de mantras como "el derecho a decidir" han logrado la simpatía de sectores excesivamente buenistas en el resto de España.
La pugna es desigual en cuanto a herramientas (y dinero procedente de las subvenciones). A pesar de todo ello, están empezando a recoger réditos, como por ejemplo el premio Ciudadano Europeo concedido (y no suficientemente ponderado/valorado) por el Parlamento Europeo a Sociedad Civil Catalana. Sin duda, un dato que alienta a la esperanza al mismo tiempo que pone de manifiesto que la UE no está por la ruptura de los Estados Nación que la integran.
Este último fenómeno tampoco debe subestimarse porque el nacionalismo reitera que la secesión no será obstáculo para que Cataluña siga formando de la UE. Una independencia a la carta. Lo dicho, la utopía llevada hasta sus extremos o hasta el delirio.
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