El oro fue el dinero elegido por la sociedad a través un proceso competitivo de miles de años. Las razones son de sobra conocidas: es un bien es escaso, homogéneo, fácil de dividir y de identificar, inalterable y, sobre todo, de cantidad estable. Esto hizo que los agentes económicos, de forma creciente, lo fueran demandando como medio de intercambio, hasta convertirse en el bien más líquido de la economía. El oro se convirtió en el mejor mecanismo disponible para intercambiar bienes y servicios, pues permitía comprar y vender sin apenas pérdida de valor en grandes cantidades y a cualquier público. Además, también conservaba el valor a lo largo del tiempo. El dinero mercancía, como el oro, ha sido defendido desde el punto de vista teórico como el mejor dinero posible por una gran cantidad de liberales. Desde luego funciona mejor que el dinero fiat que tenemos ahora. ¿Pero todo buen dinero tiene que ser necesariamente una mercancía?
Imaginemos algo de propiedades muy similares al oro: se puede transferir fácilmente entre personas, es homogéneo, fácil de verificar y de dividir, su cantidad es estable y no se altera con el tiempo. Es casi igual, con la excepción de que no es un bien físico. Es un sistema informático construido de tal manera que funciona virtualmente como una mercancía. En realidad no es necesario que lo imaginemos. Ya existe. Nació en el año 2009 y en las últimas fechas, a raíz de la crisis de Chipre, ha tenido un gran protagonismo mediático en los círculos económicos y financieros. El fenómeno se llama Bitcoin.
Bitcoin, como primera aproximación, funciona como un libro en Internet, en el que está anotado en todo momento a quién pertenece cada una de las unidades de una serie de fichas electrónicas transferibles de cantidad predeterminada. En él se van registrando todas las transacciones, de tal manera que siempre se verifica que cada unidad transferida corresponde a una unidad real del emisor y se registra a nombre del receptor. Ese libro no está centralizado, sino descentralizado, registrado de forma redundante en el ordenador de cada uno de los usuarios del sistema. No hay servidores centrales que se puedan atacar o alterar, ni nadie que lo gestione que pueda manipularlo. Funciona de manera autónoma. El código es abierto y público, por lo que es predecible, se sabe cómo funciona.
Además, toda la información del sistema está encriptada con tecnología criptográfica de llave pública. Esto significa que todo el sistema funciona de manera totalmente anónima y privada. Si el usuario no quiere publicar su información, no hay forma de que otras personas o gobiernos puedan saber cuántos bitcoins posee ni qué transferencias ha hecho. La cantidad total de bitcoins es fija, aunque durante un periodo inicial de transición se van poniendo en circulación de forma automática a una tasa cada vez menor hasta que la cantidad queda definitivamente fijada. Las unidades que van entrando en circulación se asignan a cualquiera que proporcione capacidad computacional al sistema para validar y registrar transacciones. En estos momentos el valor de los nuevos bitcoins que se asignan es aproximadamente igual al coste de la capacidad computacional requerida para generarlos. El proceso simula la forma en la que el oro se va extrayendo y poniendo en circulación.
Por los motivos anteriores, una gran cantidad de liberales, como Félix Moreno y Víctor Escudero, están defendiendo Bitcoin como el dinero del futuro. Las ventajas teóricas están claras. En primer lugar, la oferta monetaria no la controla el Estado ni ninguna otra entidad. Por ello no existe la posibilidad de emitir dinero nuevo con la finalidad de aumentar los ingresos del emisor, reduciendo el valor de la moneda en circulación. En teoría, si hubiera una demanda monetaria estable, cada unidad no perdería valor con el tiempo, ni se generarían las distorsiones económicas asociadas a la impresión de papel moneda. La segunda ventaja es que, al estar toda la información encriptada, los usuarios podrían escapar de las garras del Estado o de terceros con ganas de apropiarse del dinero de uno. Además, tal y como está construido es seguro y no puede atacarse ni manipularse. Pese a esto la pregunta inicial del artículo sigue siendo pertinente. ¿Realmente un sistema informático, que no deja de ser un conjunto de información organizada por un protocolo automático, puede ser desde un punto de vista teórico un buen dinero?
Para que un sistema como Bitcoin termine siendo un buen dinero tiene que superar tres barreras. La primera es que arranque. O, dicho de forma técnica, que cumpla el teorema de regresión de Mises. El teorema dice que para que un bien empiece a usarse como medio de intercambio es necesario que tenga una demanda no monetaria previa que sirva para fijar el precio inicial desde el que arrancar. Uno de los problemas de Bitcoin es que, a primera vista, parece que no cumple con el teorema de regresión. Nikolay Gertchev y Peter Surda, entre otros, tratan de solucionar esta paradoja sugiriendo que Bitcoin tenía una demanda inicial no monetaria, que era la que le daban sus primeros usuarios al considerar el proyecto una manera de manifestar su sentimiento antisistema. Lo cierto es que el hecho de que los bitcoins ya circulen como medio de intercambio quiere decir que esa demanda inicial existió. La prueba de que cumple el teorema de regresión es que Bitcoin ya se usa como medio de intercambio, aunque sea a pequeña escala.
El segundo requisito es que sea usado por el gran público. Aquí surgen más problemas. Pregunte por la calle y descubrirá lo fácil que es encontrar a gente que desconfía de un sistema como Bitcoin, por múltiples motivos. Hay uno que puede ser definitivo: el boicot del Estado. El Estado sería el gran perjudicado si la gente empezara a usar masivamente bitcoins. No sólo porque perdería su poder monetario, sino porque las transacciones serían opacas y no podría cobrar impuestos. Los defensores de Bitcoin argumentan que es imposible que un gobierno pueda destruir el sistema, al estar descentralizado y encriptado. Pero sí que puede meter miedo a la población, criminalizar a usuarios y perseguir a los proveedores de servicios. Una buena campaña del Estado puede lograr que el gran público rechace Bitcoin. Y si la gente no lo usa no puede ser un buen dinero.
Por último, muchos opinan que el sistema podría tener problemas desde el punto de vista puramente económico. En primer lugar por ser deflacionario. Esto no significa que la gente se paralice y deje de consumir, como erróneamente dice Matthew Yglesias. Pero sí podría alterar la forma de extender crédito, pues mucha gente preferiría atesorar bitcoins que prestarlos o acometer inversiones. En segundo lugar, como afirma Juan Ramón Rallo, los bitcoins carecen de una demanda no monetaria suficiente que estabilice su valor en caso de pérdida de confianza generalizada. En mi opinión este es un argumento muy convincente para recelar de que Bitcoin termine funcionando de forma masiva.
Hasta la fecha, Bitcoin ha protagonizado un gran crecimiento y ya es usado por un pequeño colectivo como medio de intercambio en Internet. Pero aún no se le puede considerar propiamente dinero. La volatilidad de su precio es buena prueba de ello. La demanda mayoritaria que tiene en la actualidad no es monetaria, sino especulativa: mucha gente compra apostando a que a largo plazo funcionará. Puede salirles mal o puede salirles bien. El tiempo dirá. Si queremos realmente averiguar si un sistema informático como Bitcoin puede ser un buen dinero o no, lo mejor es defender la libertad de competencia entre monedas. Si puede serlo se impondrá. Si no, quedará relegado. En ambos caso los ciudadanos saldríamos ganando. Pero como los políticos saldrían perdiendo, harán lo que sea para impedirlo.
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