Vivimos en un mundo en el que la gente señala con el dedo a las empresas acusándolas de mala praxis. En ocasiones, se hace con fundamento y justicia. Otras veces, las acusan de querer ganar dinero, lo que se encuadraría en una acusación con fundamento, el lucro, pero ciertamente inmoral. Acusar a un conjunto de personas, una empresa, mientras hacen un trabajo que se encuadra dentro de la legalidad vigente de querer obtener un beneficio por ello, es una acusación que no tiene base moral.
En septiembre de 1970, Friedman publica el trabajo «The Social Responsibility of Business is to Increase its Profits». En mi opinión, el escrito es tan cierto como incompleto. Para mí, la responsabilidad social de una empresa es beneficiar tanto a sus shareholders, accionistas, como a sus stakeholders, cualquier persona que esté en contacto con la misma.
Por poner un ejemplo sobre muchos otros, ¿qué beneficio social tendríamos si una empresa fuera rentable a costa de tiranizar al empleado? Ciertamente, poco o nada.
A partir de aquí, la empresa (nada más que un conjunto de personas) no le debe nada a nadie. Siempre que practique su actividad bajo una legalidad establecida que el día de su constitución como entidad aceptó y siempre que pague los impuestos que se les exijan. Las empresas no son malas o buenas porque busquen o no el lucro. Existen empresas (repito, como grupos de personas) excepcionales, que buscan incesantemente el lucro mientras mejoran la vida de quienes tienen alrededor. Y, en el otro lado de la ecuación, hay empresas malas que no tienen lucro, ni lo buscan.
Cómo beneficiar a los stakeholders
Locke postula tres bases nucleares, y las sitúa como derechos naturales: vida, libertad y propiedad privada. Estos tres pilares, como diría Bertrand Russell, “abrumadoramente intensos”, funcionan como cimientos, no solo de cualquier individuo honrado sino también de cualquier empresa que desee beneficiar a sus stakeholders.
1) Responsabilidad individual
En primer lugar, buscamos el respeto por la vida y los proyectos de vida de los demás. Descartemos que una empresa sea nada más allá que un grupo de personas que, a veces, ganan y otras veces pierden tiempo y dinero. Cuando una empresa evade impuestos, evaden la dirección o el departamento fiscal. Ese perjuicio que causan en el territorio donde funcionan deberían pagarlo los que han errado. No es correcto que peque el manager pero pague la penitencia el accionista, el empleado con un despido, o incluso el país con una contracción del PIB como ocurrió en 2008.
El ejemplo manido de privatizar beneficios pero socializar pérdidas se evita cuando una empresa se rige bajo el prisma de la responsabilidad individual de cada empleado. De nos ser así, caemos en ejemplos como el de Lehman Brothers, donde Dick Fuld ganaba un sueldo de más de 22 millones de euros mientras quebraba uno de los bancos de inversión más grandes del mundo, la piedra angular del sistema bancario y empresarial americano. Tan solo mirando el PIB hubo una contracción del 3,4% en los países industrializados. Dick Fuld declaró tener solo 100 millones de euros, una vez quebrada la firma, cuando tuvo que parar la construcción de un colegio para el que había comprometido 50 millones como parte de su labor filantrópica.
2) Empleados libres
El segundo paso para Locke es la libertad. Esta es quizá la clave para sobrevivir como empresa como John Stuart Mill explica en su maravillosa obra On liberty: «El genio solo puede respirar libremente en una atmósfera de libertad». Una empresa solo puede innovar si dejamos que el talento funcione en libertad, especialmente ahora que, como la Ley de Moore representa, los ciclos de innovación y cambio son más cortos que nunca.
Muy conocido es el caso de Google, donde el 20% del tiempo del empleado se dedica a usar la libertad en la extensión de la palabra. ¿Beneficia esto a los stakeholders? Sí, ¿hace esto que Google sea una empresa que valga más en bolsa en el largo plazo? Diría que sí también, ¿hace esto de Google una empresa mejor? Sí, sin duda.
3) Derechos de propiedad privada
Y aquí es donde llega la expresión que todo liberal que se precie debe conocer y, frecuentemente, usar: la batalla de las ideas. Si los empresarios no luchamos por que sea fácil crear nuestra empresa, sea sencillo trabajar en libertad y se respete lo que hemos ganado, nadie lo va a hacer por nosotros.
Perdón, solo instituciones como el Instituto Juan de Mariana nos seguirán apoyando pase lo que pase. Y por eso debemos apoyarles nosotros a ellos también, por cierto.
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