Hace seis meses me llevé la sorpresa de encontrar un informe «secreto» en Internet en el que el protagonista era yo. El documento aseguraba en su título que había sido desvelada la relación entre mi persona y la empresa Exxon. En el texto no podía encontrarse ni rastro de una misteriosa conexión que, por desgracia, no existe. Quienes lo escribían posiblemente intuían la inexistencia de dicha relación y por ese motivo me elevaron de investigador asociado y representante del CNE a, nada más y nada menos que, presidente.
Un par de meses después, en el transcurso de un debate celebrado en Canal Sur sobre Catástrofes Naturales, tuvo lugar otro hecho curioso. El banco de los ecologistas radicales, compuesto por Juan López Uralde, director ejecutivo de Greenpeace España, Juan Clavero, miembro de Ecologistas en Acción, María Antonia Iglesias y José María Mendiluce, me dedicó toda una retahíla de insultos al tiempo que ignoraban mis preguntas y me acusaban de estar a sueldo de grandes multinacionales o de estar defendiendo oscuros intereses. El presidente de Greenpeace llegó a comentarme en privado que lo que no podía negarme es que me había aprendido muy bien la lección dictada desde arriba. En ese mismo debate María Antonia Iglesias insistió una y otra vez en una cuestión dirigida, claro está, a los que nos sentábamos en el otro banco: ¿Qué les mueve? No le importó ni un comino que le contestásemos una y otra vez que nos mueve el esfuerzo por conocer la verdad en este campo. Ella concluyó que mentíamos y que son las petroleras las que dictan nuestra actividad.
Hace pocos días el diario en Internet El Plural dio a entender que el Instituto Juan de Mariana y yo hacemos nuestra labor en defensa del medio ambiente, la libertad individual y en contra del principio de precaución, el protocolo de Kyoto y el ecologismo radical porque existe alguna oscura conexión entre las petroleras y supuestos lobbies a su servicio y nuestras actividades. Vamos, que somos algo así como los delegados del Belcebú en España.
Con motivo de un reciente artículo en Libertad Digital sobre la ONCE un enfurecido lector escribió: «No entiendo, salvo que trabajes al dictado de alguien, que pongas en tu punto de mira una entidad de la que viven 100.000 familias en este país.»
Todas estas críticas tienen algo en común. En ninguna de ellas su autor se toma la molestia de rebatir los argumentos que le habían sido expuestos. En cambio, tratan de que el público o incluso personas del entorno del Instituto Juan de Mariana duden de la motivación que pueda haber detrás de nuestro esfuerzo. Apuntan a oscuros intereses para no mojarse en el barro del debate racional. Como parece que esta táctica de los intervencionistas y grupos en defensa de todo tipo de privilegios va a ser una constante a la que nos vamos a tener que enfrentar, merece la pena hacer algunas reflexiones al respecto.
Puesto que trabajamos en aquellos asuntos en los que creemos y no estamos dispuestos a defender ningún tema que no suponga una defensa de la libertad individual de todas las personas, no tendría nada de malo recibir fondos de las pequeñas, medianas o grandes empresas que sepan cuales son los valores que defiende el Instituto. Y aprovecho la ocasión para solicitar a esas malvadas empresas que dicen defender el libre mercado para que nos ayuden a desempeñar nuestra labor con una lluvia de generosas donaciones.
No sólo no sería malo aceptar ayudas por parte de empresas que tengan intereses coincidentes con el Instituto sino que esa debe ser precisamente parte de nuestra sólida estrategia de futuro. Como es bien sabido, el IJM no acepta ningún tipo de ayudas o subvenciones públicas. La combinación de esa renuncia y la clara exposición de nuestros principios constituyen nuestra garantía de independencia. Por el contrario, nuestros rivales han demostrado una y otra vez que están dispuestos a comprometer y variar sus erróneas ideas por una tajada de los impuestos públicos, un coche oficial o la defensa de un político. Es su financiación y sus motivaciones lo que con frecuencia apestan.
Si bien su táctica de desprestigio puede influir en algunas personas, la gente racional e inteligente juzgará en función de los argumentos que expongamos ambos bandos. Y es entonces, al calor de la argumentación racional, cuando sus mentes amasadas con pasta pública se derriten. No contestan al argumento de que Kyoto distorsionará la economía empobreciendo a millones de personas mientras que sólo reducirá 0,02 grados centígrados; no responden a los datos sobre incidencia de huracanes; no alegan nada a los datos sobre el desigual deshielo; no rebaten que la inmensa mayoría de los ciegos trabaja para vender participaciones en un juego que es un monopolio otorgado por el estado; y así hasta el infinito. Ladran que hay algo oscuro en nuestras intenciones. Eso es todo.
Lo cierto es que sus argumentos, aquellos con los que raras veces nos contestan pero que sí exponen a sus fanatizados seguidores, son tremendamente limitados y contradictorios. Tenemos que ser conscientes de esa gran debilidad de nuestros rivales y explotarla con paciencia, perseverancia y perspicacia. Responderán manifestándose ante nuestros actos, robando en nuestra basura y quién sabe si con actos incluso más agresivos. También en esos momentos tendremos que mantener la cabeza fría. Una cámara de video siempre a mano nos puede ayudar a dar muestra de su talante, dejar informes falsos en la basura puede mantenerles entretenidos con «escándalos» fácilmente desmentibles y airear sus constantes insultos y mentiras pueden cambiar la percepción que tiene el ciudadano de estos contaminadores del debate público.
Resulta evidente que nuestros argumentos les duelen. De lo contrario no tratarían de desprestigiarnos de formas tan ridículas y groseras. No hay nada más doloroso para un fanático que escuchar un razonamiento contra su propio credo y no ser capaz de rebatirlo. Vamos por el buen camino, no me cabe la menor duda. Ahora sólo falta que las empresas nos inunden con sus aportaciones dinerarias. Que podamos contestar a nuestros detractores que «sí», que «estamos orgullosos de merecer la confianza de cientos de personas y algunas empresas». En mi carta a los Reyes Magos he pedido una lluvia de dinero proveniente de empresas privadas. Como nos hemos portado bastante bien confío en que, al menos, no nos traigan carbón (en todo caso un poquito de petróleo, por favor).
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