Las declaraciones del ex presidente del Gobierno José María Aznar acerca de la última campaña de sensibilización de la Dirección General de Tráfico (DGT) han levantado todo un aluvión de críticas, tachando de irresponsable e inconveniente la opinión del líder popular. Tal discurso, propio del pensamiento único y de la hipocresía social latente en el marco de la corrección política, deja de lado la clave de la cuestión planteada por Aznar en su polémica intervención: el intento por parte del Estado de invadir, inexorablemente, hasta el último rincón de la privacidad individual.
Pocas veces he escuchado una frase tan auténticamente liberal por boca de uno de nuestros representantes. Y es que, ¿quién le ha dicho a nuestros políticos, y siempre preocupados gobernantes, que estoy dispuesto a que conduzcan por mí? ¡Faltaría más! El eslogan de No podemos conducir por ti empleado por la DGT es, simplemente, un insulto a la inteligencia humana, pues, en el fondo del mismo subyace la legitimación del intervencionismo estatal llevado al límite y, como consecuencia, la reducción de la libertad individual a su mínima expresión.
Una frase que, bajo su apariencia inocua e inofensiva, esconde un trasfondo preocupante y aterrador: «No podemos conducir por ti, pero, si pudiéramos, no dude en que lo haríamos, ya que usted, conductor, es un peligro para la sociedad, un irresponsable que no está capacitado para llevar su vehículo». De este modo, el Gobierno muestra su auténtico rostro: el afán por tener bajo su control y supervisión todo ámbito de la acción humana, llegando, incluso, a tratar de sustituir la voluntad individual por la siempre correcta e intachable acción del Estado.
Un ente que, a lo largo de la historia, no ha dudado nunca en sacrificar sin miramientos ni el más mínimo rubor a millones de personas en pos del denominado interés nacional; o que , en base al supuesto e irreal bienestar general, no le ha temblado el pulso a la hora de aplicar impuestos abusivos y desproporcionados, expropiando una parte sustancial de la propiedad privada y las ganancias económicas que son fruto de la labor diaria y el sacrificado trabajo de los ciudadanos a lo largo de su vida laboral, en su denodado esfuerzo por mejorar y perseguir la felicidad. ¿Es que acaso los gobernantes son ejemplo irrefutable de virtud y corrección moral? El que se haya acercado someramente al ámbito de la actividad política conoce perfectamente cuál es la respuesta.
Y ahora, ni cortos ni perezosos, ¿aspiran también a coger el volante de mi coche?, ¿a sentarse en mi vehículo y a conducir por mí? A lo largo de los últimos años, hemos podido experimentar un endurecimiento normativo en distintos ámbitos con el objetivo de reducir el número de accidentes en las carreteras españolas, hasta el punto de establecer el denominado carnet por puntos, sin que ello haya arrojado resultados del todo favorables. El consumo de alcohol y de drogas, la imprudencia, o el exceso de velocidad han sido siempre los argumentos esgrimidos por la DGT para explicar el elevado número de víctimas que se cobra anualmente la carretera, culpando, por ello, casi en exclusiva, el comportamiento y la actitud del conductor al volante de su vehículo.
Sin embargo, pocas veces se aduce el mal estado de las vías secundarias (en donde, por cierto, se produce el mayor número de accidentes), la existencia de puntos negros, la escasez y la mala planificación de las infraestructuras viarias, los atascos y embotellamientos o, lo que es más grave aún, la deficiente política sancionadora y punitiva que se ha venido aplicando hasta ahora sobre los infractores más temerarios. Áreas, todas ellas, por cierto, pertenecientes al ámbito de la gestión pública. Tampoco suele explicarse que muchos países, como Alemania, por ejemplo, carecen de límites de velocidad en una parte significativa de su red viaria, o que, dado los millones de desplazamientos que se producen anualmente en España, es inevitable, por no decir imposible, que acontezcan siniestros de toda índole y gravedad. Además, los coches son cada vez más seguros y fiables y, dado el creciente número de vehículos que recorren nuestras carreteras, la proporción de accidentes de tráfico es cada vez menor con el paso de los años.
Pero, según la DGT, el único culpable de la siniestralidad vial es, en este caso, el individuo, nunca papá Estado. Por ello, llega, incluso, a insinuar su disposición a sustituirnos al frente de nuestro vehículo. Y es que, la gran mayoría de ustedes, en su afán por dar rienda suelta a sus instintos suicidas e incívicos, no tienen el más mínimo temor a estrellarse con su coche y causar un trágico accidente, ¿verdad? La DGT difunde un discurso paternalista y protector que, en el fondo, tiene por objetivo limitar al máximo nuestra libertad de acción aplicando, a su vez, un proceso que conlleva, de forma inherente, la desnaturalización progresiva de la responsabilidad individual.
En este sentido, el Gobierno nunca se ha planteado la implementación de un completo sistema de gestión de tráfico privado mediante el desarrollo de una red de seguros con plena capacidad normativa y sancionadora. Así, los terribles efectos que provoca una mala práctica en este ámbito podrían resarcirse de un modo más eficaz y ajustado a través de dichas compañías que, en su afán por evitar riesgos, pondrían en práctica las medidas necesarias para incentivar una conducción responsable. Y es que, el mercado, a diferencia del Estado, carga sobre el individuo el peso de sus acciones sin llegar a desposeer a éste de su natural responsabilidad.
Aznar no pretendía, ni mucho menos, animar a los españoles a conducir ebrios, tal y como se nos ha intentado hacer ver por parte de algunos políticos y comentaristas interesados, sino llamar la atención acerca del riesgo que implica un mensaje tan maniqueo como el de la DGT… «No podemos conducir por ti». ¡Pues claro! ¿Es que acaso usted estaría dispuesto a ceder el volante de su coche a Zapatero o a Rajoy? Yo, desde luego, no. ¿Qué sería lo siguiente? ¿Pretender que Rubalcaba, o cualquier agente estatal a su cargo, fume por mí, ante el riesgo de que pueda contraer un cáncer o provocar una enfermedad a los que me rodean? Simplemente, absurdo.
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