La actual situación de crisis económica, con unas tasas de desempleo que crecen a gran velocidad y cuando la idea más extendida es que la situación va a seguir empeorando, supone un nuevo escenario para un país en el que vive una cantidad de extranjeros inimaginable para casi nadie hace pocos años. Con una creciente cifra de parados, los riesgos de que los inmigrantes se conviertan en el chivo expiatorio para muchos y que surja un movimiento de extrema derecha fuerte es una posibilidad que no se puede descartar en España.
Aunque existen racismos y xenofobias de raíces culturales, estos tienen una menor incidencia por sí solos que los que tienen su origen en cuestiones económicas. El odio de raíz económica más o menos extendido a las personas de otras razas o procedentes de otros países (en España el racismo suele ir unido a la xenofobia debido a que la única minoría étnica existente hasta hace poco era la gitana) surge de la un análisis incorrecto de la realidad. Así, la existencia simultánea de desempleo y de una mayor presencia de extranjeros en un país se suele interpretar como una relación causa-efecto. Y aunque ambos fenómenos se dan a la vez en el momento actual, no se produce el primero por culpa del segundo.
En este escenario, y en situaciones donde la concepción grupal de la sociedad sigue estando muy extendida, se establece una "lucha por los recursos" (puesto de trabajo, beneficios sociales en los casos de Estado del bienestar y otros) que no se percibe como legítima competencia entre individuos. Al contrario, se extiende con rapidez la idea de que se trata de "ellos" (los extranjeros, los rumanos, los negros, los árabes…) contra "nosotros" (los españoles, los blancos…). Gran cantidad de personas pasan a culpar así a los inmigrantes de la pérdida de su empleo, o del hecho de no conseguir uno nuevo, o incluso de que su sueldo sea bajo. Para quienes razonan de esta manera, tan sólo el considerado su igual (español, o incluso catalán o andaluz, y blanco) está legitimado a competir con ellos.
Desde el Gobierno se favorece, posiblemente de forma inconsciente, esta percepción de diversas maneras. La más destacable en la actualidad es la campaña de puesta en marcha para dar a conocer el Plan de Retorno Voluntario. En Madrid, por ejemplo, han puesto una gran cantidad de anuncios muy visibles. De esta manera se transmite a los españoles de que existe un exceso de inmigrantes en el país y que es necesario que se marchen. Puede incluso que uno de los objetivos de esta publicidad tan visible para cualquiera sea precisamente tratar de transmitir a los españoles la idea de que desde el Ejecutivo están haciendo algo para disminuir la cantidad de extranjeros residentes en el país, porque para que éstos se enteraran hubiera bastado con limitar la campaña a los medios de comunicación existentes para inmigrantes y se hubiera llegado de igual manera al supuesto público objetivo.
Esta visión global es la que favorece la extensión del racismo y la xenofobia, así como que ambos odios puedan ser los desencadenantes de episodios violentos. Es más fácil odiar a alguien a quien se percibe como miembro de un grupo distinto al considerado como propio que a una persona a la que se le valora como tal. De hecho, el error de una parte de las organizaciones que se dedican a luchar contra estos fenómenos es su insistencia en defender los derechos o la libertad de "colectivos" y no seres humanos percibidos de manera individualizada.
Si de verdad se quiere combatir de forma efectiva, cosa que no dudamos, esos fenómenos tan terribles, hay que empezar por eliminar del lenguaje cualquier carga grupal. Para cualquier persona es más fácil sentir empatía por alguien que es percibido como un ser humano y, por lo tanto, como un igual, que por aquellos a los que sólo se les ve como miembros de un grupo considerado ajeno. Es imposible amar a gran parte de la Humanidad, pero es muy fácil odiarla. Basta con pensar en ella en términos colectivos.
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